Cuando yo fui a ver esta obra tenía delante de mí a una chica que se pasó toda la obra guasapeando. A un lado a un señor que cada dos minutos miraba su móvil.  Dos asientos más allá, otra señora hacia lo mismo. Al otro lado mi acompañante no hacía más que repetir, muy bajito: “¿Pero qué coño me has traído a ver?”

Mucha gente se aburrió o se desesperó. Otra tanta estaba muy emocionada. Pero tengo que avisarle al director que aquellos que estábamos en grada perdíamos gran parte del espectáculo, un espectáculo que requiere de cercanía y contacto con el público, que exige  de su complicidad, y que creo que por eso a mi alrededor la gente se aburría tanto.

En cualquier caso, tengo que decir que si usted es un amante del teatro, si adora el teatro y quiere ver una experiencia radical y diferente, vaya usted a ver La Cocina. Si lo que les gusta es el teatro muy comercial y usted echa mucho de menos a Lina MorgaN, pues mejor no vaya porque quizá se pase la obra guasapeando con su prima.

Yo ya había visto cosas parecidas. He visto montajes de Robert Le Page, he visto montajes de Carles Alfaro, he visto espectáculos de la Fura dels Baus. Entendía perfectamente la propuesta y me gustó, aunque sé que me perdí gran parte de ella por verla precisamente desde la grada. Me pareció un ejercicio insólito de valentía por parte de director y actores. E incluso, si voy más lejos, podría ser un experimento psicológico para hablar reflexionar sobre la percepción,

Yo les cuento de qué va y a ver si ustedes se atreven…

Veintiséis actores entrando y saliendo interpretando las vidas de 27 personajes en un restaurante del Londres de 1953, un escenario rodeado de espectadores por los cuatro costados, una cocina llena de instrumentos en la que la comida se huele pero no se ve. Un guirigay tremendo de gente entrando y saliendo, discutiendo, enfrentándose, cantando, conspirando enamorándose, cayéndose. Lo mismo que sucedería en una cocina de verdad que tuviera que abastecer a 1500 comensales cada día.

Un proyecto titánico, descomunal. Porque levantar hoy una producción de esta envergadura sobre cualquier escenario de España exige un esfuerzo de titanes, un coraje de ninja y una cabezonería baturra.

En una época en la que el teatro sobrevive a golpe de ‘teatro de mesa camilla’ y funciones de dos o tres personajes, hay 26 actores sobre las tablas. Entre todos los monólogos,  el microteatro, las obras chabacanas hechas con cuatro actores televisivos y un libreto escrito por guionistas de televisión y lo más simplista posible, entre toda la morralla sexista y escatológica que desgraciadamente copa las grandes salas comerciales,  esta obra sirve para pensar que es posible atreverse a otros proyectos.

Los camareros, cocineros, pinches, el maître, el chef,  el dueño de este restaurante que engulle a sus trabajadores a golpe de capitalismo, viven una vida frenética en una permanente huida hacia delante, como bien resalta Monique, la jefa de camareras. El contrapunto es el  mendigo que se acerca pidiendo comida.

«En una fábrica un hombre se dedica a hacer la misma pieza todos los días, hasta que él mismo se convierte en una pieza más» , dice Paul, uno de los personajes.  Peter, el cocinero veterano, puntualiza. » El mundo está lleno de cocinas, pero unas veces se llaman cocinas y otras se llaman fábricas» . Esta cocina es una analogía de un mundo, donde cambia el decorado pero persiste la misma alienación del hombre sometido al trabajo sin esperanza y por dinero. Una cocina que atrapa, engulle, esclaviza y deshumaniza a sus trabajadores hasta dejarlos exhaustos. Una cocina donde los que trabajan se han quedado sin sueños, porque como dice uno de los personajes, su único sueño es poder dormir. Otros duermen para poder soñar, ellos de día sueñan en el momento en que podrán dormir.

Wesker fue repostero y cocinero y se sirvió de su experiencia en los fogones para  ambientar ‘La cocina’, una obra basada en su experiencia en el restaurante Norwick,  en Londres en los años cincuenta. Pero la postguerra inglesa no es tan diferente de lo que estamos viviendo ahora. Está el enfrentamiento entre griegos y alemanes (Merkel – Tspiras), está  la actitud de los ingleses celosos de su país y hostiles a la inmigración (el Brexit). Está la  fermentación y el burbujeo de la comida, que es la misma efervescencia que crea la convivencia entre  ingleses, franceses, italianos, chipriotas, alemanes y griegos. Está el racismo, la intolerancia, el machismo.

‘La Cocina’, además de una obra trepidante y coral, es un espectáculo total para los sentidos. En primer lugar, la obra cuenta con una impresionante escenografía de Curt Allen Wilmer, que ha convertido esta cocina en un escenario de 360 grados. ( Una propuesta muy Le Page)  «Cada espectador podrá elegir su propia aventura», matiza Peris-Mencheta. Pero ya advierto yo que si usted decide ir, no haga la gilipollez que yo hice: no consienta que le den asientos de grada.


 

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Dramaturgia – Arnold Wesker
Versión y dirección – Sergio Peris-Mencheta
Escenografía – Curt Allen Wilmer
Vestuario – Elda Noriega
Iluminación – Valentín Álvarez
Movimiento escénico – Chevi Muraday
Espacio sonoro – Pablo Martín-Jones

Reparto – Silvia Abascal, Roberto Álvarez, Fátima Baeza, Aitor Beltrán, Almudena Cid, Víctor Duplá, Patxi Freytez, Javivi Gil, José Gimeno, Ricardo Gómez, Natalia Huarte, Pepe Lorente, Manolo Martínez, Óscar Martínez, Natalia Mateo, Xabier Murúa, Berta Ojea, Diana Palazón, Ignacio Rengel,  Xenia Reguant, Alejo Sauras, Marta Solaz, Romans Suárez-Pazos, Mario Tardón, Javier Tolosa, Carmen del Valle y Luis Zahera.

Martes a domingos. Hasta 30 dic

TEATRO VALLE INCLÁN

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