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La ciudad sin bares

Pedro Antonio Curto
Pedro Antonio Curto
Escritor. Colaborador del periódico El Comercio y otros medios digitales. Autor de los libros, la novela El tango de la ciudad herida, el libro de relatos Los viajes de Eros, las novelas Los amantes del hotel Tirana (premio Ciudad Ducal de Loeches) y Decir deseo (premio Incontinentes de novela erótica). Premio Internacional de periodismo Miguel Hernández 2010. Más de una docena de premios y distinciones de relatos. Autor de diversos prólogos-ensayo de autores como Robert Arlt y Jack London, así como partiipante en varias antologías literarias, la última “Rulfo, cien años después”.
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análisis

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Pasear por una ciudad con los bares cerrados resulta extraño, también otros comercios, pero estos en particular, pues tienen algo de guardia casi permanente, de estar ahí en cualquier momento, de servir como refugio ante cualquier contingencia, de alto en el camino o de otra casa. Aparte de su papel socializador, de geografía diversa y heterogénea, lugar preferente de citas y encuentros.

 La ciudad de los escaparates con los escaparates cerrados es como una ciudad enmudecida, igual que ir a comprar en una tienda con las estanterías vacías.  Aunque sea una medida temporal, no deja de ser, junto a otras cosas, la muestra de que se está tejiendo una “nueva normalidad”, que es cuando menos inquietante.

 El escritor Manuel Blanco Chivite tiene un libro titulado “De bar en bar hasta llegar al mar” que recoge de forma fragmentaria historias y reflexiones diversas, entre las que define así a la ciudad: “Artilugio enorme y hermético. Se abre en los bares. El alma se confiesa con un vaso largo en la mano; los corazones se vierten en el mostrador;  la palabra circula entre botellas y tapas, los proyectos se multiplican sin necesidad de I+D.”

 Y es que en una cultura de calle como la española, los bares son parte de su geografía, un componente de su hábitat, para bien o para mal. Sobre mesas y barras de bar se han escrito muchas historias, se han planificado revoluciones y lo contrario. El bar ha parido cultura, creación y hasta vanguardias, ha servido para alojar lo que en otros sitios no tiene cabida. Pero también ha potenciado lo ágrafo, lo chabacano, lo testicular, eso que ahora se denomina popularmente, el cuñadismo. El bar posee la ambivalencia de las instituciones heterodoxas y al menos en su origen pertenecía más al mundo de la fiesta, de la liberación, como lo definía George Bataille, frente al mundo del trabajo, del orden y lo organizado. Aunque las cosas han cambiado, la tradición es ir al bar tras liberarse de la jornada laboral.

 Pero en la ciudad de servicios, con el consumo convertido en una de sus bases económicas, el bar se ha transformado en una parte importante del llamado mundo del ocio, lo cual hace la cuestión más compleja. Así el bar no se ha librado de un modelo económico especulativo, que necesita del consumo masivo y la masificación, que es precisamente el caldo de cultivo para la propagación del virus. Es lo macro sobre lo micro, el intento de homogenización sobre la heterogeneidad. Todo se ha ido poblando por demasiado ruido, que además ahora empieza a tambalearse.

 Y aquí también ocurre lo que en otros sectores, la tendencia a la concentración de capital y la formación de grandes grupos. Lo cual puede producir la paradoja que cierres y restricciones terminen perjudicando a los sectores más pequeños, frente a los más grandes, que por lógica, tienen una mayor capacidad de resistencia. Lo cual sería empobrecedor en todos los sentidos. Por eso  creo que debería, cuando menos, abrirse el debate sobre modelos muy establecidos. Pero tengo mis dudas que vaya a ser así.

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