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La carrera de los laboratorios por lanzar la vacuna al mercado genera desconfianza y rechazo entre la población

Factores psicológicos, sociales y hasta políticos están detrás de las reticencias de los ciudadanos a someterse al tratamiento contra el coronavirus

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análisis

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Las vacunas contra el covid ya están aquí pero no será fácil lograr una vacunación masiva y generalizada entre la población. Factores psicológicos, políticos y sociales amenazan con hacer fracasar las campañas que se están preparando ya en todos los países. En primer lugar está la tripanofobia, el miedo patológico que sienten muchas personas ante las agujas u objetos que puedan cortar o pinchar como las inyecciones. Es una alteración psicológica muy común en los niños y también en adultos. Hoy, mientras las grandes compañías farmacéuticas se han lanzado a una frenética carrera por conseguir la vacuna contra el coronavirus que puede frenar la pandemia en todo el mundo, se está viendo que la tripanofobia es mucho más frecuente de lo que parecía. El temor a las inyecciones suele desarrollarse durante la infancia y en muchos casos perdura en la edad adulta.

“Su causa a menudo es una experiencia traumática en la infancia o adolescencia, y aunque en realidad no producen mucho dolor las inyecciones, estas personas lo interpretan como una seria amenaza para su integridad física. No es que crean que vayan a morir por la inyección, sino que el dolor será tan fuerte que no lo podrán ni soportar”, asegura un artículo de la revista Psicología y Mente. El trastorno puede llegar a ser preocupante, ya que genera síntomas cognitivos como miedo y ansiedad ante a las jeringuillas, además de angustia, confusión, falta de concentración y pensamientos irracionales. También provoca síntomas conductuales y físicos (aceleración del pulso, hiperventilación, dolor estomacal y náuseas, sensación de ahogo, boca seca, etcétera).

“El tratamiento de las fobias es similar en la mayoría de casos, y la terapia psicológica, según las investigaciones, tiene un alto grado de efectividad. Existen diferentes corrientes que pueden ser útiles para tratar la tripanofobia; sin embargo, la terapia cognitivo conductual parece ser la que aporta mejores resultados. Este tipo de terapia pretende modificar los eventos internos (pensamientos, emociones, creencias) y comportamientos que se consideran que son los causantes del malestar”, asegura el artículo de la citada publicación.

Conviene no confundir este trastorno o fobia con los movimientos sociales antivacunas como consecuencia de las ideologías negacionistas que se abren paso por todo el mundo. Hablamos de una serie de corrientes de pensamiento, en la mayoría de las ocasiones infundadas, que se basan en creencias que van contra la ciencia misma. Según datos del Barómetro del CIS, el 43,8 por ciento de la población española no está dispuesta a vacunarse contra el coronavirus, de inmediato, cuando las dosis estén disponibles en el mercado. Es evidente que el miedo y la desconfianza crecen entre los españoles, que se muestran cada vez más cautos a la hora de someterse al tratamiento contra el covid-19. Varios factores están detrás de esta reticencia. En primer lugar el trauma de una pandemia tan brutal como la que nos asola, que ha llevado a millones de personas a un confinamiento por orden gubernamental, ha generado un sentimiento lógico de recelo. Además, en nada han contribuido las actitudes irresponsables de aquellos políticos, agitadores, youtubers y gurús de la consipiranoia que se han dedicado a jugar con falsas teorías y bulos para desestabilizar a la sociedad. No hablamos ya de gente que sufre de tripanofobia, es decir, que son propensos al rechazo por su propia mentalidad o antecedentes vitales, sino de los analistas, es decir, de aquel sector de la sociedad que mira con recelo cómo ha sido el proceso de investigación en los laboratorios y que por sistema desconfía de su Gobierno, ese que quiere engañarlo a todas horas.

Nunca antes las multinacionales farmacéuticas habían ido tan deprisa en la búsqueda de un antídoto contra una pandemia. Por lo general encontrar una vacuna efectiva suele llevar un período de tiempo que va desde los cinco a los ocho años. Las diferentes vacunas que se están ensayando hoy en día y que estarán en el mercado a finales de este año se han logrado en apenas ocho meses. Es lógico por tanto que la población desconfíe y se acabe imponiendo esa afirmación que se generaliza estos días en todas partes y que demuestra el grado de preocupación entre los futuros candidatos a someterse al tratamiento: “A mí que me la pongan el último”.

Es evidente que sin inmunidad de rebaño la raza humana jamás logrará superar esta lacra, y esa inmunidad no se podrá conseguir sin la administración masiva de vacunas en todo el mundo (se sabe que una vacuna solo es eficaz si llega de forma generalizada a toda la población). No vale, por consiguiente, que Europa se vacune si África no lo hace. Si queda una cepa resistente, al final el coronavirus acabará rebrotando por un lugar o por otro. Por tanto, para erradicar la enfermedad es preciso vacunar masivamente a toda la población. Y ahí es donde los diferentes gobiernos tendrán que poner en práctica toda su capacidad pedagógica para tranquilizar a sus ciudadanos, informarles de que la sustancia es segura, ya que el riesgo que corren de sufrir efectos secundarios es prácticamente nulo, y alertar de que sin la colaboración de todos el mal de Wuhan seguirá estando activo de forma permanente.

La cuestión de la vacunación generalizada plantea también problemas de índole jurídico o legal que tienen que ver con el respeto a los derechos humanos. Hoy mismo la vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo, ha asegurado que “la obligatoriedad de las vacunas no es legalmente posible” y que conviene respetar la libertad de cada ciudadano de decidir si se vacuna o no, en el marco del plan de vacunación contra el covid-19 que el Ejecutivo aprobará este martes. “No adelantemos acontecimientos. Vamos a ir viendo, porque nosotros pensamos que la sociedad va a responder a la vacuna, sobre todo los colectivos de riesgo”, ha asegurado en una entrevista en El Periódico. Para Carmen Calvo, “lo importante es disponer de las vacunas, que van por buen camino”, y pedir a toda la población confianza y tranquilidad ante la vacunación. Finalmente, ha adelantado que el Gobierno trabaja con las comunidades autónomas para que este año los ciudadanos puedan celebrar la Navidad sin correr riesgos.

Actualmente, hay en proyecto más de 40 prototipos de vacunas contra el covid en todo el mundo. Las más adelantadas son la de Pfizer y la de la farmacéutica AstraZeneca y la Universidad de Oxford, que podrían estar ya suministrándose a la población a comienzos del próximo año o incluso antes. La vacuna española del CSIC llegará algo más tarde. Paradójicamente, la transparencia con la que han trabajado los laboratorios (todo se ha hecho en tiempo real, con la máxima información a la opinión pública e informando puntualmente de cada fallo, error o contratiempo) lejos de transmitir confianza a la ciudadanía ha potenciado el clima de sospecha o rechazo social. El hecho de que se hayan registrado algunas interrupciones o incidentes en las diferentes fases de investigación es precisamente una garantía de seguridad para la salud, pero la gente no lo percibe así, ya que suelen imponerse las teorías de la conspiración. Muchos piensan que si ha habido fallos en el proceso de creación, la vacuna será peligrosa o tóxica cuando es precisamente al contrario: cuantas más pruebas se hagan más grado de fiabilidad tendrá el tratamiento. Hoy por hoy la eficacia de las vacunas que se están probando es superior al 90 por ciento. No hay, por tanto, razones para la desconfianza.

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