Hoy se conmemora uno de los acontecimientos más importantes de la historia moderna: la caída del Muro de Berlín, que se convirtió en el símbolo de la democratización de Europa y, sobre todo, la caída del sistema político soviético que culminó con la Perestroika.

Sin embargo, ese acontecimiento fue el inicio de uno de los procesos más dañinos para el ser humano y los pueblos del mundo, mucho más que una epidemia como las que mermaron la población en la Edad Media. Nos referimos al cambio paradigmático de la realidad sociopolítica global en la que las democracias están sometidas al capitalismo salvaje que sólo puede ser calificado como terrorismo financiero.

El contrapeso que suponía la presencia de la URSS como elemento perturbador de los regímenes democráticos hacía que las élites financieras, económicas y empresariales, es decir, los representantes del capitalismo, estuvieran controlados por los poderes políticos para evitar que la ciudadanía reclamara la igualdad que proclamaban los postulados teóricos del comunismo.

Por eso, para que esas élites tomaran el poder era necesaria la caída del sistema económico comunista. Para que ese contrapeso funcionara era necesaria una opción política que, sin dejar de ser el paladín de los grandes poderes económicos, tuviera un discurso amable para la ciudadanía y que luchara por una redistribución de la riqueza «controlada», que los pueblos del mundo democrático tuvieran una falsa prosperidad que les permitiera alimentar la sociedad de consumo.

Los partidos socialdemócratas tuvieron su mayor éxito durante el periodo que va desde el final de la II Guerra Mundial hasta la llegada al poder de Reagan y Thatcher porque suponían una opción progresista cuya ideología podía ser aprovechada como contrapeso del comunismo soviético tras la renuncia de la Internacional Socialista del marxismo y la aceptación de la convivencia del ideal socialista con el capitalismo. Sin embargo, el recrudecimiento del liberalismo impuesto por el norteamericano y la británica, el relajamiento ideológico buscando el voto de las clases trabajadoras de rentas medias siguiendo la creencia de que la llave de la puerta del poder está en ese invento del centro, el apoyo del grupo socialista en el Parlamento Europeo al grupo popular o al grupo liberal, el gobernar en coalición con partidos conservadores, y, sobre todo, la incapacidad demostrada para afrontar la crisis sin atentar contra la ciudadanía ha hecho que ésta vaya abandonando poco a poco a los partidos socialistas/socialdemócratas.

El viaje de estos partidos históricos hacia posiciones más conservadoras coincide, principalmente, con el tiempo en que las élites económicas y financieras iban pergeñando, poco a poco, su toma de posesión del poder real desde la oscuridad y con la necesaria complicidad de los partidos liberales, conservadores y socialdemócratas. Éstos, además, defienden su abandono de la coherencia ideológica con la coartada de la «razón de Estado».

La caída del Muro de Berlín fue el inicio de la dictadura del capital, de la sumisión de los gobiernos democráticos a los intereses de la banca, las multinacionales, las grandes empresas y las grandes fortunas. Esas élites, cuando no pueden controlar a los gobiernos, utilizan a instituciones supranacionales para forzar a las economías de los países para que sigan contribuyendo a la acumulación de la riqueza en vez de a su redistribución.

Todo esto es posible gracias a que no existe ningún contrapeso que frene la especulación que está llevando a la eliminación de la economía productiva como base de la generación de riqueza. ¿Fue positiva la caída del Muro? Políticamente sí, pero sus consecuencias para los pueblos no lo fueron tanto porque dejó un espacio para que los recursos se encuentren en manos del 1% de la población.

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