Condenan a una constructora a subir el sueldo a una empleada que cobraba menos que su compañero
Condenan a una constructora a subir el sueldo a una empleada que cobraba menos que su compañero

Un salario equitativo e igual por trabajo de igual valor, sin distinciones de ninguna especie; en particular, debe asegurarse a las mujeres condiciones de trabajo no inferiores a las de los hombres, con salario igual por trabajo igual”. Así reza el Artículo 7 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La Declaración Universal de Buenas Intenciones. Sin embargo, CCOO y UGT situaban esta semana la brecha salarial entre ellos y nosotras -en que se ha celebrado el Día Europeo por la Igualdad Salarial– entre un 24 y un 30% en España. Es la brecha salarial más alta de los últimos 5 años en perjuicio de las mujeres, que también somos más pobres.

Quien no lo vive en sus carnes, lo tiene a su alrededor. Yo, que soy mujer y he trabajado como cajera durante 9 años de mi vida, sé muy bien lo que es currar por casi nada y menos, y siempre por debajo de que lo que cobra un compañero por hacer exactamente lo mismo.

Y es que el mercado de trabajo refleja el machismo que impregna cada poro de la sociedad. Somos nosotras, las mujeres, las que ganamos un 17% menos por hora que los hombres en la UE. Somos nosotras, pese a representar el 60% de la gente con graduación universitaria, pese a obtener mejores resultados académicos en todas las etapas educativas, pese a que el 81% cursamos estudios de Secundaria frente al 75% de los hombres, las que salimos peor paradas tanto en retribuciones como en posibilidades de ascenso profesional. Las cuotas de poder que alcanzamos en el ámbito laboral quedan reflejadas en el lamentable 12% de las que accedemos a las juntas directivas de las grandes empresas de la UE, solo superado por el ridículo 3% que ocupamos en los puestos de dirección. El liderazgo se nos tiene prohibido. Me pregunto de qué está hecho ese famoso techo que, desde luego, no parece de cristal.

Pasamos de ser amas de casa a incorporarnos al mercado laboral, donde somos nosotras las que tenemos una tasa media de empleo del 63% frente al 76% de los hombres en edad de trabajar. Estamos expuestas al paro de forma mucho más agresiva por el mero hecho de ser mujeres (y madres, o madres en potencia). Pero también estamos relegadas a los peores trabajos. Las mujeres ocupamos el 31,5% de los empleos a tiempo parcial, mientras los hombres ocupan el 8,3%. Este dato esconde o camufla la realidad de la mayoría de mujeres hoy, que nos encargamos de esos “trabajos extra” que nadie nos reconoce ni nos retribuye y sin embargo consumen gran parte de nuestro tiempo y energías y son imprescindibles para el funcionamiento social. Sí, amigas, son todas esas tareas del hogar y del cuidado de personas dependientes. Seguimos siendo quienes nos encargamos mayoritariamente de la casa, quienes cuidamos de la prole y de nuestros mayores. Si nos descuidamos, sacamos también al perro (que vino en pack con nuestra pareja). Sarcasmos aparte, los datos están ahí: un 65,6% de las mujeres con hijos dependientes trabajan fuera de casa, como hacen el 90,3% de los hombres en la misma situación.

Me entristece comprobar que somos nosotras quienes llevamos a la espalda el peso de los datos más adversos. En mi caso, transitar el camino de una cajera de hipermercado me hace ponerle la cara de mis compañeras a estas cifras desfavorables. Las identifico con ellas y conmigo misma. Es duro constatar que nuestra condición de mujeres determina que vivamos con el peso y la responsabilidad de una lucha añadida. En esta sociedad capitalista, por desgracia, el dinero es el que otorga la posibilidad de soliviantar muchas de las cargas que parecen –pero no son- inherentes al género. De facto, aliviar el látigo del patriarcado es más fácil con recursos. Desmontar este tinglado para hombres solo puede conseguirse desde una lucha feminista amplia y contra el capitalismo.

En positivo y con optimismo también quiero recordar que nosotras somos un poquito más de la mitad de la población. Somos más y somos quienes, fruto de nuestro esfuerzo colectivo, hemos conseguido avanzar hacia mayores cotas de igualdad. Hemos mejorado la sociedad en su conjunto. Hemos hecho del mundo un lugar más justo. Nos necesitamos, nos necesitan.

Lo que dejan claro las estadísticas es que dependemos de nosotras mismas, pero que requerimos de políticas que remen a favor. Que nuestra lucha es global y transversal y que hemos de batallar allí donde la desigualdad se manifiesta, como ocurre con el empleo y la retribución salarial.

Mujeres, nunca nos han regalado nada, más bien al contrario, y todo apunta a que vamos a tener que esforzarnos más porque somos las peor paradas tras la crisis y su gestión. No nos rindamos hasta conseguir igualdad de oportunidades, igualdad de salarios, corresponsabilidad, igualdad en la conciliación familiar y laboral… Igualdad.

 

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