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“La bondad trabaja en silencio, sin alharacas, sin aspavientos”

Víctor del Árbol narra en ‘Antes de los años terribles’ el pavoroso pasado al que debe enfrentarse un “niño de la guerra” de Uganda asentado felizmente en Barcelona

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análisis

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Las reseñas sobre el escritor barcelonés Víctor del Árbol (1968) que aluden a aquellas dos décadas que trabajó como mosso d’esquadra son cada vez menos frecuentes. Las cosas han cambiado después de una fructífera carrera literaria y ahora ya comienzan hablando de él con palabras mayores, anteponiendo su prestigioso título de Caballero de las Artes y las Letras de la República Francesa, por ejemplo. En su última novela, Antes de los años terribles (Destino), narra la odisea de Isaías, un ugandés “niño de la guerra” que recondujo su vida en Barcelona desde que pisó la capital catalana siendo un muchacho y ahora debe enfrentarse a su terrible pasado aun a expensas de poder perder su presente y quizás su futuro.

 

Dedica su nueva novela “al niño que llevamos dentro”. ¿Qué encontró Víctor del Árbol cuando miró hacia dentro y vio a aquel que fue?

Vi a un chico que necesitaba desprenderse de ciertas presencias que seguían ahí. Y comprendí que el adulto en que me he convertido no podía seguir ignorando su llamada de auxilio.

 

Su literatura siempre lleva aparejado un fuerte componente de compromiso social. ¿Es casual o plenamente buscada esta concienciación?

El compromiso en mi caso es algo que se deriva del punto de vista, el tema que decido explorar y la voz que decido utilizar. Siempre me ha interesado la literatura que conmueve más allá de la emoción epidérmica. Cierto es que somos seres narrativos, y que todo aquello que se explica acaba convirtiéndose en literatura. Pero precisamente por eso, solo a través de la ficción pueden explicarse algunas realidades intangibles.

 

Antes de los años terribles mira a África, ese gigante desconocido. ¿No le han advertido que novelar sobre el continente olvidado conlleva riesgos editoriales imprevisibles?

Hay historias universales y el marco geográfico importa poco. A fin de cuentas una patria es una mirada, un paisaje es un estado de ánimo… Isaías Yoweri podría haber vivido su epopeya en cualquier otro lugar y seguiría resultándonos igualmente cercano.

“A fin de cuentas una patria es una mirada, un paisaje es un estado de ánimo”

 

¿Puede haber algo más terrible que ser un contumaz “ladrón de infancias”?

La indiferencia de los que con su laxitud permiten a los monstruos medrar y engordar con el sufrimiento ajeno.

 

¿Existe la posibilidad de la redención final para los ‘niños soldados’ de África como su protagonista Isaías, inspirado en la historia real de Kony, o están obligadas de por vida a cargar con esa penitencia?

Cada hombre y mujer que ha sido privado violentamente de su infancia sabe que reconstruirse es difícil; para vencer al miedo y superar ciertos traumas se necesita toda la fuerza interior pero también ayuda de los demás.

“Siempre me ha interesado la literatura que conmueve más allá de la emoción epidérmica”

 

¿Están condenadas estas víctimas a repetir la historia y convertirse en verdugos de otras víctimas por el estigma sufrido en su infancia?

Un niño no puede ser exigido como un monstruo, y tampoco erigirse en un héroe; un niño debe ser un chiquillo que descubre el mundo poco a poco. Puede que, como dice Isaías Yoweri, siendo víctima no seas inocente pero en ningún caso puedes victimizarte. Esa sería la última victoria de tu verdugo.

 

¿Cómo ha logrado eludir el sentimentalismo fácil o los estereotipos recurrentes de este mundo cruel?

Escuchando las historias de aquellos que me las han querido contar. Tratando de comprender realidades demasiado complejas para encajarlas en un burdo estereotipo.

“No podemos alegar desconocimiento cuando en realidad sentimos indiferencia”

 

¿Seguirá todo igual mientras occidente mantenga esa lacerante indiferencia que evidencia con todo lo relacionado con África que no otorgue dividendos?

Quizá las cosas empiecen a cambiar de verdad cuando cada uno asuma individualmente su cuota de responsabilidad. No podemos alegar desconocimiento cuando en realidad sentimos indiferencia. Convertirnos en consumidores responsables y en ciudadanos capaces de mirar para ver sin eufemismos sería un buen principio.

 

¿Atisba algún tipo de esperanza hacia África y contra la desmemoria del mundo con ella?

En cada lugar en el que he estado he visto a cientos de personas sosteniendo el mundo. Ocurre que la maldad, las malas noticias, son mucho más llamativas. Pero la bondad trabaja en silencio, sin alharacas, sin aspavientos. Esas hormigas incansables que luchan contra el desaliento son lo mejor de nosotros mismos.

 

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