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La bamba de nata

Paloma Garzarán
Paloma Garzarán
Escritora y profesora de inglés.
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análisis

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Aquella noche en la azotea, mientras pensaba en cómo escapar de aquel infierno, Manolo se acercó a ella y la tomó una vez más. Resistencia el primer eterno minuto. Dejadez después. La oscura hiedra, mosquitos y geranios resecos eran testigos mudos de otra humillación. Cuando el asco acompañaba el soñar en tiempos mejores, así como la hierba gatera del rincón anhelaba el rocío, Bruno fue engendrado.

Por allí crecía las tardes de los miércoles. Entre el hogar y esa inmensa azotea. Con pocas risas. Tres gatos por hermanos. Acompañado de una madre que mimaba su singular jardín, como apreciaba cada segundo junto a él.

Manolo se lo había arrebatado nada más nacer.

Quieta. Se quedó inmóvil, como su hierba a la espera de la purgación animal. Muda. Vieja. Su mente perdió el control. Adiós, bebito.

Con todo su amor creó ese jardín hermoso en la azotea.

La abuela paterna le traía mantillo los miércoles a las cinco. El niño Bruno también venía, para quedarse hasta las cinco y media.

Allí en la azotea, bajo la atenta mirada de una vecina torre mudéjar, esa madre disponía la mesa de jardín para dos, con sus sillas repintadas de verde. Un mantel amarillo sobre la escueta escena. Un gran vaso de agua con hielos, de esos que al chocar acompañan. Servilleta de cuadros amarillos y blancos. Plato de postre. Sobre él, una inmensa bamba de nata.

Llegaban entonces el mantillo y la abuela. Se acercaba Bruno. Merendaba él solo con ella.

No había sonrisa en el rostro del niño, más bien fastidio. No había saludo. Nada le apetecía.

Se sentaban en la azotea. Las piernas del niño colgaban. Entonces Bruno daba buena cuenta de la merienda.

Mientras el niño disfrutaba de su bamba de nata, las flores de los geranios se abrían. Si manchaba su nariz, la hiedra crujía. Al resbalar la nata por su barbilla, los gatos ronroneaban. Cuando se chupaba los dedos, daban luz los enanitos solares y crecían las madreselvas.  Sonreían los ojos de madre e hijo. Sus corazones se esponjaban.

Terminaba la bamba de nata con dos sonrisas.

– ¿El miércoles que viene me puedo comer otra?

  • Claro, mi niño. Es tan fácil hacernos felices…

Y así era en verdad: con el mantillo, la bamba de nata, el jardín, los gatos y el niño.

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