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La argentinidad al palo

Eduardo Rivas
Eduardo Rivas
Licenciado en Ciencia Política
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análisis

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Terminó el Mundial de Fútbol para el seleccionado argentino, pero terminó mucho más que eso para la República Argentina… siempre y cuando aprendamos de la experiencia, cuestión por la cual no nos caracterizamos precisamente.

Este campeonato fue el fiel reflejo de lo que se enfrenta el país casi a cotidiano, y como tal es un buen ejemplo para intentar entender en qué fallamos para procurar mejorar… entender que no todo es la argentinidad al palo, como cantaba la Bersuit Vergarabat.

Dice la canción:

Diseminados, y en franca expansión

hoy nos espera el mundo entero

no es para menos la coronación

brota el encanto del suelo argento

¡Vamo’…! ¡Vamo’…!

¡Y no me vengan con cuentos chinos!

Que el Che, Gardel o Maradona

son los number one

como también lo soy yo

y argentinos

¡gracias a Dios!

Y es una buena síntesis de buena parte de los argentinos, obviamente que con excepciones y aspiro a ser una de ellas, que creen que las soluciones vendrán por gracias divina o la aparición de un líder providencial en lugar de ser la lógica conclusión de un trabajo planificado y organizado.

Esto es algo que excede al fútbol, y tiene correlación con el quehacer cotidiano del país, que busca soluciones mágicas que a través de un atajo nos de las soluciones que no estamos dispuestos a construir a través de un proyecto sostenible en el mediano y largo plazo.

El técnico del seleccionado de fútbol fue claro al respecto en el libro que escribió poco antes del Mundial. Dijo Jorge Sampaoli ‘Yo no planifico nada. Todo surge en mi cabeza cuando tiene que surgir. Brota naturalmente en el momento oportuno. Odio la planificación. Si planifico, me pongo en el lugar de un oficinista. Soy el de Alumni del 91. El fútbol no se estudia; se siente y se vive. Parto desde ahí. Yo soy de la calle; negar eso es imposible’, quien por todo proyecto tenía esperar que Lionel Messi tuviera un buen Mundial y que los otros 23 jugadores lo acompañaran. Y a tal punto fue fiel a sus principios, que terminó siendo titular en 3 de los 4 partidos que jugó Argentina un jugador que no estuve en la lista original de 23 convocados y que arribó poco antes del inicio del torneo por la lesión de un compañero. Estoy hablando de Enzo Pérez, quien entró en lugar del lesionado Manuel Lanzini.

Pero esto no es más que la frutilla del postre de una situación que envuelve al fútbol argentino (y a gran parte del país) desde hace tiempo, y que algunos resultados lograban tapar, y que su punto cúlmine fue la votación para la elección del presidente de la Asociación del Fútbol Argentino entre los 75 delegados habilitados para votar y que al computar los votos dio como resultado… 38 a 38. O la interminable rotación de técnicos, que fueron 9 en 12 años, lo cual a todas luces impide la construcción de un proyecto a mediano plazo.

Todo se resumía a lo que pudiera hacer Messi, y alguna que otra individualidad, pero en ningún caso la estrategia se basó en un proyecto colectivo. Sampaoli no logró lo que ‘Chapu’ Nocioni reconoce fue la base de la ‘Generación Dorada’ del básquetbol argentino. A su entender ‘la Generación Dorada creó en un grupo de egos grandes, sacarlo del cuerpo, dejarlo al lado, y trabajar para un objetivo común’.

Pero a nadie puede sorprender esta realidad, puesto que es la crónica de un final anunciado, y es la misma realidad que vive Argentina en muchos otros ámbitos de su realidad cotidiana, en donde los proyectos colectivos son escasos, aunque discursivamente se hable de ellos, y casi todo se resuma a la genialidad de una persona o el designio divino en favor del pueblo elegido… ¿o algún argentino duda que lo somos?

Y para terminar de exponer nuestras fragilidades, tenemos al otro lado del río un ejemplo concreto de otra forma de hacer las cosas. Más serias, más pensadas, más trabajadas. Uruguay, que para los argentinos siempre fue el hermano menor que nos miraba como ejemplo a seguir y, afortunadamente para los uruguayos, en muchas cosas no nos siguió y buscó hacer su propio camino, resulta hoy un ejemplo de otra forma de hacer las cosas, y no solo en el fútbol. Y no por haber llegado más lejos en un campeonato mundial, que lo han hecho, sino por construir un futuro con trabajo y dedicación. Un ejemplo de ello, en términos futbolísticos, es la construcción y consolidación de un proyecto encabezado por Oscar Washington Tabárez, que lleva 12 años al frente de su selección.

Lo sintetizó muy bien Jorge Drexler al hablar de la clasificación de Uruguay a octavos de final del paisito (que ya está en cuartos, así que Vamo’ Vamo’ arriba la celeste…

No solo entramos primeros,

además, de qué manera:

atrás invicto Muslera…

con gol los dos artilleros…

Tabárez pateó el tablero,

su herramienta: la humildad,

el trabajo y la unidad

de un grupo humano notable.

La autoridad envidiable

de un Maestro de verdad.

Porque no alcanza el tesón,

ni el esfuerzo individual:

puede el corazón grupal

más que un solo corazón.

El secreto es la ilusión

de sentir que el compañero

pone al equipo primero

y que lo mismo hace uno:

si no hay todos, no hay ninguno.

Lo está viendo el mundo entero.

Drexler dice lo que decía el ‘Chapu’, aunque en verso… y sin versos.

Deberíamos aprender un poco más, entender que no somos lo que creemos que somos, y tratar de arrancar de nuevo esta vez haciendo las cosas bien. Entender que no siempre las cosas son ‘la gloria o Devoto’, como dice el tango en referencia a la cárcel que funciona en la ciudad de Buenos Aires. Que tenía razón la hija de un amigo colombiano que me escribió para felicitarme por el mundial que habíamos hecho los argentinos, que no todo es blanco o negro, que no es como decía el ex técnico de la selección campeón en México 86 y subcampeón en Italia 90, para quien ‘el segundo es el primer perdedor’.

Aprender que ya no debemos ser como nos describe la canción de la Bersuit…

Del éxtasis a la agonía

oscila nuestro historial

Podemos ser lo mejor

o también lo peor

con la misma facilidad.

Cuyo último exponente fue Marcos Rojo, quién pasó de ser el héroe en el agónico triunfo albiceleste frente a Nigeria, que posibilitó el pase a octavos de final, a ser el villano que le abrió el camino al triunfo al combinado francés al hacer el penal que inició la victoria del equipo galo.

Quizás parte de la explicación tenga que ver con lo perimido que quedó la lógica de combinados nacionales, propia de principios del siglo pasado, que hoy solo busca consolidar un enorme negocio económico sobre falsos nacionalismos. Quizás tenga que ver que el 74% de los 732 jugadores inscriptos en las listas de buena fe de todos los seleccionados jueguen, vivan y tributen (quienes lo hacen) en Europa, 124 en Inglaterra, 81 en España y 67 en Alemania. O que 16 jugadores pertenezcan a un mismo club, el Manchester City de Pep Guardiola y el jeque árabe Mansour bin Zayed Al-Nahyan, y tras ellos 15 al Real Madrid, 14 al Barcelona y 12 al Chelsea, el París Saint-Germain y el Tottenham Hotspur.

Entonces quizás entendamos que ese falso sentimiento patriótico de un mes (en el mejor de los casos) cada 4 años lo único que logra es lubricar la maquinaria capitalista de unos pocos dueños de todo.

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