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La apatía como síntoma

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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Vivimos una democratización sin precedentes de la palabra, quien más quien menos quiere decir la suya. Sin embargo, se produce una paradoja: a medida que aumentan los medios de comunicación disponibles, hay menos contenidos realmente significativos. La mayoría de la gente no está interesada en este flujo de expresión, salvo el propio emisor. Esto nos lleva al artificio, donde el acto de comunicar se vuelve más importante que su contenido.

Domina la intención de comunicar por comunicar y expresarse sin más objetivo que el de expresarse para un grupo de iguales. Es en este contexto donde la egolatría descubre la desaborida posmodernidad y la lógica del vacío. Aquí, como en todas partes, el desierto crece. Instituciones e ideas como el saber, el trabajo, la familia, el esfuerzo, ya no son trascendentes y nadie, o casi nadie, cree en ellas. A pesar de ello, el sistema sigue funcionando pero lo hacen en el vacío, sólo por inercia, sin la firmeza de antaño.

La religión, el hecho religioso ha desaparecido de nuestras vidas, pero la novedad es que a nadie le importa. El vacío de sentido o la indiferencia no conducen necesariamente ahora a una mayor angustia, porque en la era del espectáculo las viejas antinomias duras de la modernidad se han vuelto flotantes y flexibles, ya es posible vivir sin objetivo ni sentido y eso sí que es nuevo.

La indiferencia, la apatía y el desinterés han ido haciendo mella en la educación y la sanidad. La indiferencia está creciendo en estos sectores y las consecuencias se reflejan en la figura del maestro, el médico, la enfermera y otros profesionales de la salud, cuyos cuerpos fatigados se han convertidos en cuerpos momificados. Si a esto añadimos que el discurso de autoridad ha sido banalizado y todos los procesos educativos y sanitarios han sido neutralizados por la apatía. Los docentes y los facultativos se sienten agotados e indiferentes. Esta indiferencia ha llevado a la pérdida de los valores y de la pasión necesaria.

Esta misma desidia que anula todo aparece también en el terreno político, donde los porcentajes de abstención en la participación electoral aumentan cada vez más. Los partidos políticos no despiertan ningún interés en la población. La política también ha entrado en la era de la espectacularidad, descartando el rigor y la ideología. Es en este contexto donde los medios de comunicación toman el protagonismo.

Nuestra sociedad está desprovista de centros y de prioridades, solo se estimulan intereses individuales, lo que resulta de una indiferencia posmoderna, una indiferencia que surge de la sobrecarga de información. Esto ha creado un sincretismo individualista, donde se mezclan elementos diversos e incluso contradictorios. Esta pereza no es un defecto de socialización, sino una expresión de una nueva forma de socialización flexible y económica, necesaria para el funcionamiento del capitalismo posmoderno.

Porque el sistema requiere para funcionar de la indiferencia, pero al mismo tiempo promueve instituciones como partidos políticos, escuelas y sindicatos; no es una contradicción, es una simulación, puesto que estas mismas instituciones acaban generando la apatía. Cuanto más se exhiben los políticos más los ridiculiza la gente, cuanto más comunican los sindicatos, menos escuchan, cuanto más se esfuerzan los profesores para que sus alumnos lean menos leen, cuanto más los facultativos se esfuerzan para que los pacientes atiendan sus prescripciones más se automedican. 

Cuando escribo estas líneas, los estamentos antes citados están en huelga. Huelga decir que lo que solicitan es más emolumento.

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