Su madre llevaba una época de lo más histérica. Rita, que te comas los cereales, Rita, que hagas los deberes. Rita que…Rita, siento que no me escuchas nunca…

-Mamá que sí te escucho…

-Rita, te pasas todo el día por ahí y me creas una angustia que no te puedes imaginar. Un día te pego un bofetón.

-Mamá, tiene una explicación…

-Sí, la tiene, te la voy a dar: con tal de no hacer lo que te digo, con tal de escaquearte de las tareas de casa, con tal de no llamar a tu padre todos los días pues vas y te dedicas a coger esas cosas pequeñas que no paran de moverse. ¡Ay, qué manía las tengo!.

Desde que le dieron las vacaciones no paró de disfrutar del aire libre ni un solo momento. A Rita le encantaba el campo, subirse a los árboles, hablar con los pájaros…era una más entre tanto verde, salvaje y viva, muy viva. Un día cogió una mariquita y después otra y se las llevaba a la cuadra en desuso convertida ya en viejo almacén. Todavía olía un poco a boñiga, y eso que ya habían pasado muchos años desde que la abuela murió y vendió los animales.

-Mamá, hoy quiero que te vistas de rojo

-¿Para qué?

-Te he preparado una fiesta, ponte bonita

Rita se fue a la cuadra y regresó llevando una lechera en cada brazo, a penas avanzaba por el peso de los recipientes, seguro llenos de algo.

Rita llegó casi sin fuerzas al pórtico de entrada donde esperaba su madre con una falda roja, una blusa blanca y unas esparteñas igualmente coloradas. Dejó caer al suelo las dos lecheras y empezaron a salir caóticamente cientos, no, miles de mariquitas formando una alfombra roja que se extendía poco a poco por el jardín. Julia miraba sorprendida el suelo poblado de mariquitas, fruncido el ceño.

-Mamá, esto me lo has enseñado tú: con poquito a poco se avanza, de uno en uno se forma un mucho…

Julia esbozó una sonrisa entre complacida y orgullosa. Se quedó unos segundos mirando a su hija. Rita guardaría el momento en su memoria como los animales las huellas del hierro forjado, para siempre.

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