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Juanma Moreno, el mejor antídoto contra el «macarenazo» de Vox

Desmarcándose de la ultraderecha, el presidente de la Junta ha sabido conectar con los andaluces en una coyuntura nacional que ciertamente le era favorable

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análisis

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La victoria clara y rotunda del PP en Andalucía confirma que la campaña electoral diseñada por los asesores de Juanma Moreno Bonilla ha sido perfecta. Los populares fagocitan completamente a Ciudadanos, le roban espacio al PSOE y recuperan votos de Vox. El votante de Cs ha entendido que no tenía sentido seguir dándole su papela al señor de las torrijas naranjas que ya no pintaba nada y ha vuelto a cobijarse bajo las alas de la gaviota. Paralelamente, mucho socialista, quizá por miedo a que gobierne la ultraderecha, ha optado también por el Partido Popular con la nariz tapada (aquello del “virgencita, virgencita, que me quede como estoy”). Y no pocos simpatizantes voxistas han despertado por fin del sueño delirante de las banderas, del patrioterismo y de las performances de Macarena Olona para regresar al redil del PP. Para Génova 13 han sido las elecciones soñadas por cualquier candidato. Desmarcándose de la ultraderecha, Moreno Bonilla ha sabido conectar con los andaluces en una coyuntura nacional que ciertamente le era favorable (crisis económica galopante e indignación contra el Gobierno Sánchez). La jugada le ha salido redonda y ha quedado en evidencia lo lejos que estaba Pablo Casado (con su intento de voxizar el PP) del camino correcto.

Del 19J salen varias lecturas a bote pronto. La primera, sin duda, la consolidación de un barón regional que llegó a la política por la puerta de atrás, casi de puntillas, y que ahora consigue un respaldo abrumador del pueblo andaluz. Ya nadie podrá decir que el presidente de la Junta es un hombre anodino, gris y sin carisma. Gana elecciones y no precisamente de forma apurada o por los pelos, sino sin bajarse del autobús, de forma arrolladora, a la antigua usanza, como lo hacía el socialismo felipista en los buenos tiempos. Le han votado hasta en Dos Hermanas, el corazón del sanchismo. Para que luego digan que los tiempos de las mayorías absolutas ya han pasado. Esta vez, los siempre cuestionados asesores se han ganado el sueldo. Al igual que Isabel Díaz Ayuso, Juanma Moreno es un producto de mercadoctecnia fabricado ad hoc, en los laboratorios de Génova, para ganar elecciones en un momento histórico muy concreto y determinado de la historia de España. Y la fórmula funciona. Que vaya tomando nota Ferraz.

Definitivamente, ha calado (más bien ha colado) el mito del candidato del pueblo, el tipo centrado, limpio y aseado que dice lo que tiene que decir, con diente retorcido pero con educación, a los adversarios de uno y otro bando. No busquen ustedes en el bueno de Juanma a un gran estadista o a un faro intelectual de nuestro tiempo porque no lo hallarán. Si tuviésemos que destacar una idea original suya, una cita brillante, un discurso para la posteridad o una gran promesa que haya llamado la atención a lo largo de su campaña, no podríamos sencillamente porque no la ha habido. Juanma es simplemente Juanma. Un dependiente de grandes almacenes muy bien vestido y muy bien cosido que no le hace ascos a nadie y a todos los cautiva con una sonrisa beatífica. Para ganar, le bastaba y le sobraba con barrer los restos del naufragio de Ciudadanos y del PSOE, que ha vuelto a embarrancar en un mensaje difuso, unas veces apelando al miedo a la extrema derecha, otras con las mismas propuestas demasiado generales y ambiguas sobre la defensa del Estado de Bienestar.

La guinda que ha colmado el errático pastel cocinado por Juan Espadas, Teresa Rodríguez e Inmaculada Nieto fue la aparición estelar de Zapatero en un mitin socialista en Vélez-Málaga casi al final de la campaña. Allí, de forma sorprendente, al expresidente de la ceja no se le ocurrió otra cosa que alabar con “orgullo” el legado de Manuel Chaves y José Antonio Griñán, los dos insignes salpicados por el escándalo de los ERE. Fue como meterle el dedo en el ojo (o en otro sitio) a miles de andaluces que siguen encabritados con un turbio asunto que en Andalucía todavía escuece. Si en ese momento había un montón de indecisos que no sabían a quién votar el 19J, Zapatero despejó todas las dudas. Más botín para el PP. El voto emocional ha vuelto a funcionar, como en su día ocurrió con Ayuso en Madrid. Vivimos tiempos líquidos y la política se ha convertido en un duelo de actores más que en un juego de confrontación de ideas. Génova fabrica muñecos muy efectistas: primero la muñeca Pepona que canta la nana de la libertad una y otra vez hasta la saciedad; después el galán perfumado que parece salido de una película de Cine de Barrio.

En segundo lugar, queda claro que la derecha ya no da ningún miedo a los andaluces. Las viejas generaciones que en la Transición votaban socialismo por puro odio al señorito, al heredero del caciquismo rural y al franquismo, ya no están, y los jóvenes que se incorporan a la política vienen derechizados de casa, aburguesados, convencidos de que han dejado atrás la lacra del proletariado que estigmatizaba a sus padres y abuelos. Las juventudes de hoy solo han vivido democracia, hedonismo, botellón veraniego y chalé en Torremolinos, y creen que España fue siempre así, de modo que ya no es necesario defender las conquistas sociales. En esa revolución sociológica, la izquierda sobra y la extrema derecha se acepta sin pudor. El votante percibe que pese a que el PP lleva cuatro años gobernando con Vox, en todo ese tiempo no se han visto escuadristas de la Falange desfilando calle abajo por las ciudades andaluzas.

Así las cosas, no tenía demasiado sentido la campaña de las izquierdas apelando a la movilización contra el fascismo franquista. Y mucho menos si tenemos en cuenta que en las últimas horas el PSOE y las confluencias habían dejado caer que en caso de que Juanma Moreno no ganara por mayoría absoluta y necesitara de Vox para gobernar, el bloque progresista no se abstendría para favorecer un Ejecutivo monocolor del PP. Si eran tan fieros los lobos nazis como los pintaban, ¿cómo podía ser que las izquierdas estuviesen dispuestas a permitir que los de Macarena Olona entraran por la puerta grande de San Telmo para ocupar cargos, consejerías y despachos? El mensaje de la izquierda no solo ha sido anacrónico, fuera de tiempo y confuso, sino que da la sensación de que los programas son siempre los mismos, calcados de unas elecciones a otras, sin ofrecer propuestas imaginativas capaces de seducir a los andaluces. Y luego está el fracaso personal de los respectivos candidatos. Espadas era un caballo perdedor desde el principio; Teresa Rodríguez ha pagado el cainismo de las izquierdas; e Inmaculada Nieto, quizá la que mejor ha estado, ha llegado demasiado tarde a los ruedos políticos.

Capítulo aparte merece la dramática abstención. Que solo un 57 por ciento del electorado haya participado en estos comicios significa que la democracia está herida de muerte. Ya no vale la excusa de que era domingo y que la gente se ha ido a la playa; ya no sirve la explicación de que la ola de calor ha insuflado en el votante una pereza insuperable, tanta como para no salir de casa. La desmovilización socialista tiene mucho que ver con los últimos años de susanismo decadente y clientelar, con el giro a la derecha del PSOE y con la miseria del subsidio que ya no lo quiere nadie. Sánchez debería aprender la lección andaluza porque lo peor de todo es que estos comicios los gana Moreno Bonilla no a la manera ayusista –en plan faltón, gamberro y soltando bulos y disparates–, sino con fineza, con elegancia, al estilo Feijóo. Por destacar algo bueno y no caer en la más absoluta de las melancolías, al menos no ha habido “macarenazo” ultra, confirmándose que Vox pierde fuelle. Algo es algo.

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