Hace ya demasiado tiempo que montar un proyecto editorial se antoja una aventura demasiado arriesgada. Si además hablamos del campo del periodismo, el valor requerido es aún mayor. Y si está dirigido al sector musical, hablamos ya casi de pérdida de la cordura. Pero bendita locura la que hace dos décadas llevó a Juan Puchades y Diego A. Manrique a poner en marcha la revista Efe Eme (hoy diario digital dirigido por Arancha Moreno), una publicación musical rigurosa y plural, con un foco especial en la tan a menudo denostada música española.

Tras sobrevivir a la adaptación digital, y con la llegada de una colección de libros y una revista aún más exquisita, Cuadernos Efe Eme, el grupo ha celebrado en 2018 sus veinte años de vida con una salud pletórica para seguir dando mucho rock and roll. Para celebrarlo, nos sentamos hablar a pie de pista con Juan Puchades.

¿Cómo y por qué nace Efe Eme veinte años atrás?

Esencialmente nació porque nos parecía que la prensa especializada estaba muy polarizada y se dividía entre publicaciones marcadamente esnobs o con cierta tendencia a la vulgaridad y la militancia, bien en el rock bien en el pop adolescente. Entendimos que ahí en medio había un espacio amplísimo a desarrollar. Además en aquel momento la música española y latina, en todos sus frentes, tenía enorme predicamento entre el público y, sin embargo, era ignorada por esa misma prensa especializada. La idea era regresar al espíritu abierto de algunas publicaciones de los años setenta.

¿Establecisteis alguna línea roja: esto no lo vamos a consentir o sobre esto nunca vamos a publicar?

No creas, las líneas rojas en aquel momento serían las que dicta el sentido común, poco más. En realidad decidimos que era una revista de criterios muy amplios, porque no hay que olvidar que detrás estaba Diego A. Manrique, que siempre ha pensado de ese modo: manteníamos la teoría —que luego desarrollamos cuando se incorpora al equipo ideólogo Luis Lapuente, quien opina lo mismo— de que hablamos de música popular, sin etiquetas. Y ese es un paraguas enorme, tan enorme como, nos parecía, son los gustos del aficionado. De hecho hubo mucho atrevimiento: si no recuerdo mal, en el número uno ya publicamos un reportaje bastante potente sobre Bambino, por ejemplo. Lo que daba una idea de por dónde podíamos ir. Tanta idea dio aquel primer número que, me parece, marcó la revista para siempre: teníamos criterios muy amplios y no éramos militantes de la modernidad que dictaban las publicaciones británicas, así que Efe Eme nunca fue nada “cool” y quedó posicionada en un lugar extraño. Tal vez el que habíamos elegido, pero se demostró que ese paraguas tan amplio en el que pensábamos, en la práctica resguardaba poco: el aficionado que lee prensa musical me parece que tiene un acusado sentimiento tribal y necesita identificarse en lo suyo. Y con Efe Eme era complicado, buscamos a un lector de mirada panorámica que al final resultó escaso. Puede que para entonces los puentes se hubieran roto, y durante más de dos décadas la prensa especializada, cargada de tics, había hecho huir al público potencial, que decidía qué le gustaba por la radio sin necesidad de leer una prensa especializada que ignoraba a artistas y músicas de toda condición.

¿Fue duro, formal y económicamente, el paso del papel a la edición digital?

Fue duro en todos los sentidos, aunque mi convencimiento era absoluto: había que subirse a ese tren, que era el presente, y abandonar uno que estaba descarrilando, que era el del pasado. Lo que no podíamos hacer era estar en los dos a la vez, porque uno de ellos acabaría con todo.

¿Cómo ha cambiado el periodismo musical español en estos veinte años?

Bueno, ha cambiado, me parece, desde la llegada de las redes sociales. Solo hay que leer las críticas de discos o conciertos que se escriben: críticas acríticas que buscan la complicidad del artista y la consiguiente compartida con sus seguidores, lo que se traduce en leídas. A la vez, como a nadie le apetece que varios miles de seguidores de un artista le amarguen el día, me temo que practicamos la autocensura, o como mínimo la moderación. Hace poco revisé algunos viejos números de Efe Eme en papel y me sorprendió el tono que manteníamos, hoy impensable. Ahora mismo una entrevista a un músico parece el encuentro con un fan, suelen ser bastante planas, con escaso mordiente, sin la necesaria tensión. Antes no se trataba de poner a nadie contra las cuerdas, pero sí se intentaba ir un poco más allá de las preguntas obvias. Ahora arece que salirse del disco que se está promocionando fuera imposible.

¿Y la escena musical?

No hay una escena, hay multitud de escenas que funcionan como guetos. Ese es el mayor cambio en estos veinte años.

¿Con qué espíritu nació ‘Cuadernos Efe Eme’?

Lo primero es que Cuadernos Efe Eme fue un proyecto que, diseñado en sus líneas maestras, permaneció varios años a la espera de que escampara: la crisis iniciada en 2008 fue mucho más larga de lo que todos podíamos prever y la economía desaconsejaba intentarlo. Estuvimos esperando y esperando, año tras año, hasta que en 2014 pensamos que si seguíamos a la espera jamás podríamos ponerlo en marcha, entre otras razones porque igual tirábamos la toalla antes. Era ahora o nunca, también porque la energía personal se va agotando y aquello, lo sabía, suponía un esfuerzo brutal, esencialmente en el arranque. Porque no era solo lanzar Cuadernos Efe Eme, en paralelo iniciábamos las colecciones de libros, y yo estaba dirigiendo todavía el digital: fue un tres en uno bastante disparatado. Hasta que unos meses después Arancha Moreno vino al rescate asumiendo la dirección del diario digital. Respondiendo a tu pregunta, el espíritu tiene mucho que ver con internet, aunque parezca una paradoja. Internet obliga a mantener un modelo de información diaria —en el que Efe Eme fue pionera—, rápida, siguiendo la actualidad, y hay menos espacio para el artículo más histórico, pausado y reflexivo, o eso me parece. Y el papel permite leer de otro modo, con más calma, a otro ritmo, lo que se traduce en la forma de afrontar la escritura. Con Cuadernos Efe Eme la idea era, precisamente, alejarnos de la actualidad y centrarnos en el pasado. De algún modo detrás estaban las clásicas publicaciones de Historia, ese fue un poco el modelo, junto con alguna francesa dedicada a la cultura popular, todo ello trasladado a la música. A mí me parecía, y me parece, un formato muy válido, interesante, divertido y didáctico. Por lo demás, y como siempre, el criterio musical es amplísimo, tratando de no centrarnos solo en música anglosajona y prestando atención a la española, latina, francesa, italiana, etc. Y saltando géneros, por supuesto.

Hay quienes a estas alturas todavía aseguran que no se puede hacer rock en castellano, y otros proclaman que jamás ven cine español

¿Qué aceptación tiene una publicación tan especializada?

De tan especializada es, necesariamente, minoritaria, qué duda cabe. Minoritaria pero imprescindible, junto con los libros, para tener una vía de financiación paralela ante la gratuidad de internet. Aunque, a su vez, la propia gratuidad de internet ha provocado que haya menos gente dispuesta a pagar por proyectos impresos. Este es el siglo XXI.

Diego Manrique, Luis Lapuente, Ignacio Julià, Rafa Cervera, Eduardo Izquierdo, Carlos Pérez de Ziriza… ¿podríamos decir que, pese a los aprietos económicos, el diario digital y ‘Cuadernos’ aglutinan la cartera de colaboradores musicales más destacable del país?

Y hasta hace nada Jesús Ordovás, que ha tenido que abandonar por razones ajenas a su voluntad y a la mía, algo que me duele enormemente. Y muchos más compañeros, aparte de los citados. Yo diría que sí, que los más destacables están en ambas publicaciones. Solo podemos estarles agradecidos, desde luego.

Vuestra colección de libros empezó despacio pero este año han sido cinco títulos. ¿Demuestra eso que sí existe un público para el análisis musical de fondo?

Como con las escenas, en esto hay que usar el plural: públicos. Diversos. Al final este tipo de libros van dirigidos al seguidor del artista protagonista del volumen o del género tratado. Y aunque no hablamos de lectores muy numerosos, los hay. Pese a que no me gusta mucho el término, cada libro se dirige a un nicho de mercado, generalmente pequeño. En esto de los libros, como con todo lo relacionado con Efe Eme, la idea es mantener criterios amplios, no ceñirnos a un estilo o un género. Eso provoca que tengamos una línea bastante abierta, intentando cubrir vacíos en muchos casos históricos, casi flagrantes, y vamos del rock a la canción de autor con absoluta naturalidad.

En su último concierto en Madrid, Miguel Ríos ofreció un concierto arrollador ante un público mayoritariamente sexagenario cuyo entusiasmo se limitó a unas palmas mortecinas. Si vienen los Stones, Tom Jones o Springsteen la sala se llena de varias generaciones. ¿Qué le ocurre a este país con sus leyendas musicales que suele tratarlas tan mal?

Honestamente, no tengo ni la menor idea. Pero piensa que hay quienes a estas alturas todavía aseguran que no se puede hacer rock en castellano, y otros proclaman que jamás ven cine español. Con eso está todo dicho. Podríamos estar horas divagando sobre ello y no llegaríamos a ninguna conclusión. ¿Idiosincrasia? No lo sé. Quizá tiene que ver con el país cerrado por la dictadura durante cuatro décadas, y el desarrollo de esa mirada ensoñadora hacia otras culturas, particularmente la anglosajona, que nos hacía verlas como mucho más interesantes que la local. Pero, a ver, a mí, como a todos, me fascinan las leyendas del rock y el pop anglosajón, de Elvis a Nirvana. Claro que sí. Su mitología, su capacidad de penetrar en otras culturas, revolucionarlas y ser influencia mundial. Es algo grandioso. Sin embargo, tampoco está mal que un chaval que se llama Miguel Ríos, vende discos en unos grandes almacenes de Granada y sueña con ser cantante de rock, viaje a Madrid a buscarse la vida, grabe antes que los Beatles, haga lo que pueda en un entorno social absolutamente hostil, alcance primero el éxito nacional y luego el mundial grabando desde un sello español de la calle Torrelaguna e interpretando a Beethoven en clave pop, conozca mundo, regrese hecho un hippie, acabe en la cárcel, atraviese los años setenta desde la marginalidad y luchando por su libertad artística con tesón, revolucione el rock español en los años ochenta y su música alcance también a gran parte de Latinoamérica, lleve la historia del rock español a televisión, se invente espectáculos, y siga y siga hasta hoy, con enorme dignidad. Ahí también hay una épica, y musical, cultural, periodística y narrativamente es tremendo, me parece a mí. Pero puede que esté equivocado.

Hace ya tiempo La 2 de TVE viene apostando por cine clásico varios días a la semana, y los datos de audiencia demuestran que la gente responde. ¿Por qué no se apuesta del mismo modo por intentar recuperar la música en la televisión, programas con actuaciones en directo y buenas entrevistas?

Bueno, empieza a haberlos, pero es indudable que hemos vivido una situación de anormalidad. Lo que ya no sé es si con los nuevos modos de ver la tele, a la carta, digamos, tendrán el impacto que podrían haber tenido en una situación distinta. En cualquier caso, no soy el más indicado para hablar de televisión: veo poca.

¿Qué podemos esperar de Efe Eme para 2019 que se pueda contar? ¿Hay ya novedades en marcha?

Sí, la programación está cerrada. Arrancamos en febrero con “No olvides las canciones que te salvaron la vida”, un libro fabuloso de Carlos Pérez de Ziriza con componente generacional y las canciones como emblema. Y vendrán sorpresas: en la primera parte del año habrá libros de Diego A. Manrique, Arancha Moreno, Julio Valdeón y Carlos H. Vázquez. Incluso yo mismo preparo uno, porque una de las características de Efe Eme es que somos comentaristas musicales metidos a editores.

Como periodista, ¿qué noticia musical y qué concierto de cualquier época te hubiese gustado cubrir?

Pues no voy a mirar a la música británica o estadounidense, porque creo que en un supuesto viaje en el tiempo aquello estaría plagado de periodistas españoles fascinados viviendo momentos estelares de Elvis, los Beatles, Dylan, los Animals, los Beach Boys, los Stones, los Byrds, Sam Cooke, las Ronettes, Creedence, Cash, Bowie, Blondie, Ramones o Springsteen, y no creo que hiciera falta un testigo ibérico más, que al final todos publicaríamos el mismo reportaje (risas). Pero habría sido curioso asistir al nacimiento del rock argentino, y haber visto a Moris o a Los Gatos tocando en La Cueva, por ejemplo. O ser espectador de aquellos conciertos en La Fusa de Vinicius de Moraes, Maria Creuza y Toquinho. O estar en México en los años cincuenta escuchando a José Alfredo Jiménez. O haber disfrutado en La Habana de una noche de fiesta con Benny Moré y su Banda Gigante. O imagina palpar el ambiente en el Olympia cuando Paco Ibáñez grabó allí su directo, con toda la carga emocional que tuvo ese concierto. O ver a Brassens en directo en Bovino. Y ya que mencionabas a Miguel Ríos, no me habría importado estar en sus Conciertos de rock y amor: ver cómo era aquello y cuál era la reacción del público y la policía. La mitología corre en muchas direcciones.

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