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Juan Antonio Guzmán convierte a las «Perseidas» en pensamientos, palabra y poesía

Llamar perseidas a estas reflexiones como caídas del cielo, que encierran grandes verdades, introspecciones o deseos parece algo estrafalario, si no fuera porque en las noches de verano las llamadas lágrimas de San Lorenzo nos ofrecen un gran espectáculo en los cielos abiertos, que hacen que lo que no es más que polvo se convierta en una exhibición repleta de belleza.

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análisis

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El poeta Juan Antonio Guzmán Camacho ha publicado un nuevo libro de pocas e intensas palabras; con una portada magnífica, propia del pintor onubense Miguel Díaz y un contenido que obliga a detenerse en cada página y convierte un texto de casi cuatrocientos pensamientos en otros tantos lugares en donde pararse a descansar y meditar. El título pertenece a este libro.

Llamar perseidas a estas reflexiones como caídas del cielo, que encierran grandes verdades, introspecciones o deseos parece algo estrafalario, si no fuera porque en las noches de verano las llamadas lágrimas de San Lorenzo nos ofrecen un gran espectáculo en los cielos abiertos, que hacen que lo que no es más que polvo se convierta en una exhibición repleta de belleza. Entonces, si lo que no es más que materia nos atrapa y nos congrega, por qué no abandonar el nombre de aforismo, tan usado, para denominar estas conjunciones de palabras que estallan en nuestros ojos para recordarnos las cavilaciones más elementales que, por nuestra condición más de polvo que de estrellas, estamos olvidando. Por otra parte, es lo que cabía esperar de un poeta como Juan Antonio Guzmán, una metáfora. Sí, las lágrimas de San Lorenzo son ahora palabras, sentencias, aforismos, dichos, gotas de pensamiento y de poesía.

Es verdad que Heráclito, Platón o Séneca ya usaron expresiones cortas, repletas de intenciones, para trasmitir algunos principios o máximas casi de obligado cumplimiento. También San Agustín y prácticamente todos los filósofos: Rousseau, Kant, Nietzsche y hasta Gustavo Bueno. Y, cómo no, los poetas, Juan Ramón Jiménez, sin ir más lejos y Antonio Machado, García Lorca, Gómez de la Serna, Miguel Hernández, Gloria Fuertes y muchos narradores de antes y de ahora. No es el caso de Marcial, porque sus «Epigramas» tienen un fondo satírico que no siempre aparece en las composiciones de Guzmán. Es decir, en algún momento, muchos autores graban sus disquisiciones en las paredes de los templos de hoy: los libros y las redes sociales.

«Hace falta una vida para aprender a vivir», escribió Séneca; sin embargo, estas perseidas provienen de la misma etimología de sentencia, compuesta por el verbo sentir, el sufijo -nt (agente}, que tanto está dando que hablar en el llamado lenguaje inclusivo y -a que significa cualidad; por lo que se colige que lo que se ha trasladado al papel ha partido de donde se cuecen los sentimientos, de esa alma profunda que los escritores y, especialmente, los poetas suelen airear sorteando la pudicia.

El libro se divide en dos conjuntos, denominados ‘Versículos‘, de ciento noventa y dos y ciento ochenta composiciones cada uno, a los que antecede un texto corto e intenso, como ‘Preludio‘, que recuerda al Guzmán filosófico de muchos poemas de su etapa primera: La palabra, la verdad, el hombre, la incertidumbre, el temor, la muerte, el vacío y la duda, anticipos de cuanto se desgranará en las páginas posteriores.

Mi intento de señalar las mejores reflexiones se agotó cuando, a cada paso, no paraba de pensar y de estar de acuerdo con casi todas. Juan Antonio lo adelanta en su tercera perseida: «Por el tiempo del espacio, I voy despacio y a destiempo»; y es que este libro debe leerse a pequeños sorbos, para apreciarlo o disentir, con pausa, con detenimiento, con degustación.

Los temas anunciados en el ‘Versículo I’ van tomando color y calor. Transita desde las declaraciones sobre el paso del tiempo: «Me encontré con un reloj muy viejo, I lo introduje en mi corazón vacío …/ los dos latieron», hasta denotaciones distintas sobre su forma de ver la vida: «Cada vez tengo menos I que ver con lo que veo I y más con lo que siento».

Se refiere al amor: «Amanecer sin ti I es entrar en la noche I más profunda del mundo», camina a través de observaciones personales: «Nunca aceptes consejos I de quien no los acepta» y verdades: «Por dedicar tu vida I a componer guirnaldas I sabes más que los soles de la flor» que, con tal inclinación poética desembocan en proverbios: «Prefiero surcar la mar I porque el surco de la tierra I no es surco de libertad».

En la segunda parte ‘Versículo 11’ aparece el poeta, el poeta lírico, entendiendo el lirismo como la expresión de una subjetividad que recuerda a su «No fuimos lo pensado» (1979). De hecho, incluye versos completos de ese libro y el sujeto dominante es el yo: «En principio, en mis manos, I fue ternura de pan I con aceite y azúcar», las formas verbales están en primera persona: tengo, doy, estoy, supe, seré, cansé, escucho, marcho, conocí, aprendí, acaricio, despierto, siento, contemplo, elijo, espero, haré, cultivo; y en el texto penúltimo reza: «Cuando mi vida cese, I nadie se dará cuenta … I Y Dios está ocupado», que nos recuerda a César Vallejo.

Como en la parte primera, hay referencias al amor: «¿Qué esconde tu quietud de caracola I repleta de rumores y océanos perdidos?», o esta otra: «Me dejé la mirada I en la almohada …,/ arrópala de noche I con tus besos»; a su poética: «Verso, déjame en paz…/ Le estoy cantando al hombre I y tú quieres ser siempre I el Dios de las palabras»; y, de vez en vez, los proverbios: «¿Para qué mi caminar, I si a cada paso que doy I tengo que considerar I si me acerco o si me voy», o este otro, también machadiano: «La historia que todos saben I son las verdades a medias I que nunca serán verdades». Y menciona Doñana y Tartessos.

Guzmán ha acertado con el título, porque no se trata únicamente de cavilaciones, ni de sencillos puntos de vista; no son respuestas, sino también preguntas. Porque la delimitación del género se aleja cada vez más de los postulados teóricos de Wellek y Warren, Gérad Genette, Claudia Guillén, Boris Tomachevski e incluso Adrián Merino. Los límites, de existir, no se basan ya en la mimesis aristotélica, sino que reflejan la complejidad del mundo actual donde varios géneros se mezclan en el mismo texto, como ya se empezara a hacer en el Romanticismo.

Rafael Pérez Estrada decía que «al expresarnos sometidos a su dictado (de los géneros),  como  departamentos  puros, limitamos  las posibilidades  del decir»; por todo esto hay que mantener que esta obra es punzante y plural, contiene frases y poemas, juegos  de palabras y aseveraciones; es denotativa y connotativa.

Probablemente, lo mismo que la lluvia de estrellas de a mediados de agosto, que unos interpretan como un fenómeno de la naturaleza, otras como un misterioso festival del universo y otros como el simple recuerdo del martirio del santo. Perseidas está bien; ese título parece el más correcto, al fin y al cabo nos vamos a deslumbrar con su hermosura.

Fuente: Asociación Colegial de Escritores de España

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