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Ser en el selfie

Guillem Tusell
Guillem Tusell
Estudiante durante 4 años de arte y diseño en la escuela Eina de Barcelona. De 1992 a 1997 reside seis meses al año en Estambul, el primero publicando artículos en el semanario El Poble Andorrà, y los siguientes trabajando en turismo. Título de grado superior de Comercialización Turística, ha viajado por más de 50 países. Una novela publicada en el año 2000: La Lluna sobre el Mekong (Columna). Actualmente co-propietario de Speakerteam, agencia de viajes y conferenciantes para empresas. Mantiene dos blogs: uno de artículos políticos sobre el procés https://unaoportunidad2017.blogspot.com y otro de poesía https://malditospolimeros.blogspot.com."
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análisis

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Hace bastantes años, viajando por diferentes países musulmanes, nos hacía gracia una característica del turismo interior (turistas procedentes de otros países musulmanes o de otras zonas del mismo). Aquellos turistas no retrataban las cosas que veían, sino “a ellos ante las cosas”: pedían a algún transeúnte que les hiciera una fotografía ante tal o cual monumento. Lo relevante era salir ellos en las fotos, no los monumentos o paisajes en sí. Teníamos curiosidad por una costumbre diferente, pues nosotros hacíamos fotos de las cosas, y también retratos de nosotros, o algún autorretrato, sí, pero sin esa preeminencia del yo-ante-la-cosa. Incluso lo usual, al revelar las fotos, era que el que hacía de fotógrafo saliera muy pocas veces en el reportaje del viaje. Aquella visión de otro proceder, daba qué pensar. Por un lado, lo achacaba a la dificultad de hacer vacaciones y viajes, una cuestión meramente económica (de dinero y tiempo), no sólo del viajero, sino de su comunidad en general, y que era una manera de subrayar su estatus.

Por otro lado, uno pensaba si también tenía que ver con unos países en que Dios estaba por todas partes, una omnipresencia recordada continuamente por el canto del muecín. Pensaba si esta omnipresencia del Dios era un peso continuo sobre el yo de la persona, si había una necesidad de “verse”, en el momento del retrato y, a posteriori, a uno mismo. Una necesidad de comprobar si uno existía realmente. Lo curioso es que nos lo mirábamos con cierta condescendencia, diciéndonos “qué ingenuos son”, y, haya algo de cierto o no en lo anterior, hoy tenemos el “selfie” entre nosotros.

Es de lo más cotidiano, hoy en día, ir por las calles de nuestras ciudades, o en entornos rurales, y ver personas haciéndose “selfies”, autofotos. Atrás quedó esa pequeña sensación de ridículo ajeno de cuando veíamos los primeros realizando el acto en público. Hoy es algo normalizado: turistas, políticos, estudiantes, deportistas, actores… lo vemos en todas las capas de la sociedad. ¿Se trata de un simple narcisismo? ¿O el intento de constatar la existencia del yo? En teoría, en nuestra sociedad no hay un Dios omnipresente que se inmiscuya en todas las facetas de nuestra vida, continuamente recordado. En teoría, no hay un peso externo que ponga en duda nuestra relevancia como individuos. ¿O sí?

Sería bastante sencillo achacarle el acto a un mero narcisismo. La publicidad (el nuevo muecín), como reclamo para inducir al consumo, se basa bastante en ello, en el “me lo merezco” o el “yo lo valgo” propuesto por tantos anuncios, ya sea directa o sibilinamente. Ligar el consumo al “ser uno mismo”.

¿Hay una necesidad de “verse”, de constatar la propia existencia? Podríamos añadir un aspecto: las poses. Aunque sea algo mayoritariamente del ámbito adolescente, es probable que también se extienda y normalice. Gestos con las manos, poses corporales, sacar morritos con los labios… muchas de estas poses ya están establecidas, siguen un patrón o un guion simbólico (la mayoría de las veces relacionadas con un micromachismo camuflado y aceptado, por muchas chicas adolescentes, incluso como un símbolo de rebeldía). Pero, si fuera así, ya no se está mirando uno a uno mismo, sino también a cómo quiere ser mirado: no son retratos para guardarse en el álbum de casa y, a lo sumo, compartir con amigos y familia, sino “selfies” que se lanzan a la sociedad. La persona, ¿se lanza a sí misma o proyecta la imagen de una pose? ¿Es un autorretrato para uno mismo o para los demás? Podríamos, incluso, dudar si realmente es un autorretrato o se trata de la fotografía de otra cosa, del deseo de cómo quiere uno ser visto.

Narciso miraba su reflejo en el agua porque se gustaba. En las diferentes versiones del mito, el deseo por uno mismo requiere un castigo, pues es un rechazo al amor de los otros. En el mito griego es el amor de Eco, aquella que repite la última palabra impedida de mantener una conversación siendo socialmente inhabilitada, la rechazada por Narciso. Creo que podríamos imaginarnos a Narciso haciendo morritos y poses ante su reflejo en el móvil. Esto parecería anular que las poses son un intento de “ser otro”, pues si uno se ama a sí mismo, se ama tal como es (en caso de no amarse uno tal como es, se ama la imagen de cómo le gustaría ser, ergo no se ama a uno, sino se rechaza). Entonces, ¿es, el “selfie”, una muestra de amor a uno mismo? ¿De deseo? ¿Todo lo contrario?

Antes de continuar, deberíamos estar de acuerdo en la diferencia entre “querer” y “amar”. O, al menos, tener en cuenta la opinión de un servidor. Querer es de afuera hacia uno. Cuando uno quiere una persona (de eso hablamos, de personas), la quiere para sí. Implica una cierta posesión. Implica recibir. Y esta persona no se siente querida cuando no le dan, no recibe. “No me quieres” es como decir “no recibo” lo que espero, deseo. Amar, en cambio, es de uno hacia afuera… y algo más: no solamente es dar, sino respetar la autonomía de ese afuera, la otra persona. Amar no es lo contrario que querer: si fuera simplemente dar, habría cierto regocijo en que somos nosotros los que damos, cierta importancia de que lo dado viene por parte nuestra (de nuevo, nosotros por encima del otro).

Estaríamos, en cierta manera, “recibiendo” nuestro dar. Es la confusión de aquellos que dicen del otro que “no se deja amar”, dando relevancia a su acto de dar por encima de la autonomía del otro. No siendo tan teórico: amar es cuando la felicidad del otro nos hace felices, independientemente de que la hayamos producido nosotros o no. Por tanto, tiene algo de trascendente, que le sobrepasa a uno (y al otro) y deviene, en cierta manera, externo (donde se encuentra con la trascendencia del otro), como si dos personas que se amasen fueran más que la suma de su unión.

Algo místico frente al cálculo (frecuentemente ignorado en el autoengaño o rechazado por la in-sinceridad de uno mismo) del querer. Y que, siguiendo a Fromm, a amar se aprende con mucho esfuerzo, y no es fácil. Naturalmente, es una visión propia. Y recalcar, como catalán, la pérdida del verbo “amar”, que ha sido sustituido por “estimar”, más basado en sopesar el valor de algo. Retomemos: ¿Puede, Narciso, amarse a sí mismo? Opino que no, que es un deseo enfermizo fruto de la negación y el rechazo del otro. Y aunque pueda haber un amor sano hacia uno mismo, Narciso está sujeto a su reflejo, rechaza su propia autonomía. Si el “selfie” es un acto con continuidad, no algo puntual, no tengo muy claro que sea simple narcisismo.

Uno opina que hay un nuevo Dios, el consumismo. También es omnipresente, y su muecín sería el continuo reclamo de la publicidad. Su templo, su iglesia o mezquita, sería la pantalla, sea del televisor, el portátil o el móvil que nos acompaña a todas partes. Parece una exageración, pero solo hay que contar las horas al día que miramos la suma de todas esas pantallas. Que nos agrade mirarlas, no excluye que pueda comportar un peso. El consumismo es una religión que no se basa en valores (buenos o malos), sino en el valor del puro deseo. Despierta, incide y explota el deseo de la persona por el deseo mismo, y no por el objeto de deseo (que sería el antiguo capitalismo). Parte de esta religión se basa en in-satisfacer el individuo, que nunca esté satisfecho del todo, que quede un espacio para el deseo mismo. Narciso sí estaba satisfecho de sí mismo, su castigo era por esa vanidad de serse suficiente, y por ello rechazaba a los otros. El autor del “selfie”, por el contrario, solamente está satisfecho “momentáneamente”, dejando ese lugar de insatisfacción y deseo para que lo ocupe otro “selfie”, y luego otro, y otro, y otro.

La pantalla deja de ser el reflejo donde se mira y pasa a ser un océano donde se busca. Donde busca ese “ser” que le han vendido que debe desear ser. El sujeto del “yo lo valgo”, “yo lo merezco”, que es el mismo al que apelan ciertos gurús del “sé tú mismo”, es la trampa y engaño del consumismo: porque ese ser, opino, no existe. “Ser uno mismo” es una falacia. Uno nunca es sí mismo. La persona es demasiado compleja para ser sí misma: es una confusa y fluctuante interrelación entre ese yo cambiante y los demás (también cambiantes) y los deseos, necesidades, emociones, contingencias, etcétera. Convertir la persona en el deseo de sí misma la exhorta a una búsqueda desesperada, consumiéndose a sí misma, a todos los yos posibles bajo una imagen deseada. Es la derrota del “amarse a sí” de una manera sana (respetando la autonomía propia) y pasar al “quererse para sí”: ser uno mismo objeto de deseo para el consumo de uno mismo.

Cuando son los otros los que nos fotografían (en un viaje, una celebración familiar, o un encuentro de amigos) la visión de nuestra imagen pasa a ser la visión que tienen los otros. Perdemos cierta autonomía de nuestra imagen, la cedemos a su visión, y hay esa curiosidad por contemplar cómo nos han visto, cómo nos ven. El “selfie” es el pleno control sobre la imagen que proyectamos, pero no es lo que antaño se llamaba autorretrato, y por eso la necesidad de utilizar una palabra nueva. El “selfie” deviene el retrato de una pose que deseamos proyectar.

No incide tanto en cómo nos vemos como en cómo deseamos que nos vean. Menos introspectiva y más expositiva, independientemente de la veracidad que pueda tener la que mostramos. ¿Está ligado con las relaciones que tenemos con los demás? Si fuera así, volveríamos a un Narciso rechazando cualquier pretendiente, en el sentido de rechazar las posibilidades que otro se forje una visión de nosotros. Yéndonos más al extremo: ¿es, el “selfie”, un intento de autoengaño o una mera y frívola (por superficial) exposición? Toda persona es única e insustituible, o eso es lo que nos indica que todo ser humano sea un fin en sí mismo. Pero, ¿lo es su imagen? Nuestra imagen es más de los otros que nuestra. El reportaje fotográfico de aquello que retrata un turista son imágenes cazadas para sí mismo y para compartir, y esos autorretratos frente a un monumento eran la reafirmación que uno, y no otro, estaba allí. Sin embargo, el “selfie” parece un intento de exponernos tanto a los otros como a nosotros mismos: un intento de fabricar nuestras posibles imágenes.

¿Nace de una profunda (o superficial) duda sobre la propia identidad? Parece que cierta ideología neoliberal, que todo es susceptible de ser consumido y que su consumo es lo que otorga valor, está pasando de las cosas a las personas: consumir a los otros, ofrecerse como consumo, consumirse a uno mismo. Otra pregunta: ¿sería Twitter el “selfie” del pensamiento? ¿Se lanza un pensamiento a la red social para ver cuántos los compran y, así, otorgarnos valor mediante lo dicho?

En un acto de reduccionismo, podríamos preguntarnos cómo afecta al “yo” (la relación con uno mismo) el pasar de ser productor a consumidor. Ser productor de uno mismo o, en este sentido, ser creador de uno mismo, comporta una lentitud, un trabajo de artesanía. El taller de este artesano es un mundo pequeño (la familia, amigos, compañeros de trabajo) donde los otros participan indirectamente en la formación de la personalidad (los criterios que rigen la imagen del “yo”). Aun así, si la elaboración es artesanal, la autoridad compete al individuo, que deviene artista responsable de su originalidad. Este taller abarcable se ha ido diluyendo y alejando del individuo bajo el peso de la globalización de las relaciones sociales.

El individuo consumista no pretende un lento forjar de su personalidad: el espacio del taller próximo, incluso con sus rincones solitarios para debatir con uno mismo en introspección, se ha visto invadido por una amplitud infinita. No es una exageración. Esta amplitud infinita no es una metáfora, la vemos cada día: una persona sola, en un banco en la calle, en la terraza de un bar, la cola del metro o en la sala de espera del odontólogo, con un móvil en la mano y los ojos (la mirada) en la pantalla. Ese móvil es un agujero negro que todo atrae hacia sí y, tal como ocurre en el espacio, cuanto más cerca de su centro, el tiempo se va ralentizando hasta desaparecer.

También, aquí, el “selfie”, en todas sus diferentes versiones (la foto; el twitt, como “selfie” del pensamiento) se lanza como algo espontáneo a ser valorado. Y no es necesaria una correlación verdadera y profunda con el “yo” que, de hecho, se expone para consumo. Lo relevante es el consumo en sí (constatado mediante el número de likes, de re-twitts) y no el producto (su calidad, su originalidad, su veracidad). Desaparecida la durabilidad artesanal en el forjado del “yo”; desaparecida la introspección en soledad para el artista de la personalidad, necesaria para ser él mismo origen (que da lugar a la originalidad), el uno mismo deviene también un acto de consumo. Pero, ¿cómo se puede consumir uno a uno mismo? ¿Desde dónde? ¿No debe haber algo fijo y sólido, ese “yo”, que sea el sujeto que consume? Un servidor opina que no, que no es necesario: quien consume al uno mismo es la misma fugacidad. Como si el “yo” estuviera en la nube como algo ajeno, a disposición cuando apetece. Entonces, el individuo-consumidor es un oxímoron: este binomio niega la individualidad. No hay individuos-consumidores, hay consumidores a secas. Aquél que tenga una personalidad forjada lentamente, por tanto, sólida y firme, acabará siendo visto como alguien intransigente por no cederse a lo efímero alegremente.

Y el etéreo “no-individuo-consumidor”, carente de esa solidez y firmeza necesaria para asentar cualquier intento de personalidad o el “uno mismo”, la buscará afuera: el Sistema, incapaz de renunciar al consumismo exacerbado pues esto es ya el sistema que rige, le ofrecerá esa seguridad externamente, firme y sólida donde asentarse: el mensaje totalitario. A este mensaje no se le pedirá, por tanto, ni veracidad ni que sea justo, pues no es su función. Será el mundo del “querer”, donde el “amar” (el respeto a la ideología autónoma del otro e, incluso, del uno mismo) será algo incomprensible que fue engullido, junto al individuo, por un agujero negro donde no existe el tiempo, solamente el consumo de un pasar efímero y volátil.

Puede parecer una exageración que el Sistema Consumista esté condenado a derivar hacia lo totalitario. Pero, aplicado a la política, este sistema provoca una fugacidad que desvirtúa el sistema democrático por una razón: se corre el riesgo de despreciar el proyecto entero porque algunas partes del mismo no funcionan. Pero, por un lado, que algunas partes no funcionen no ha de porqué negar el proyecto en sí y, por el otro, habría que preguntarse si lo que falla es la exterioridad que dirige el sistema. Me explico: la fugacidad impide centrarse en los detalles y profundizar en ellos, haciendo prevalecer una visión superficial generalista. Pero es en la profundidad del conjunto de detalles donde habitan los individuos, en su interior. En cambio, el poder financiero y macroeconómico (quien rige el sistema) habita “afuera” de este conjunto, es decir, afuera del sistema democrático.

Es, por tanto, un error pretender que la base para legislar el interior de conjunto (el sistema democrático) se aposente (o flote suspendida) en el exterior de este. Por ello, a escala de los individuos humanos, el consumismo falla y produce un sistema democrático ineficaz. El problema radica en el paulatino abandono del interior del conjunto del sistema democrático como base para nuestra legislación. El sistema financiero, mediante el consumismo, no propone oportunidades a la sociedad, sino que impone un solo camino. Un camino rápido, fugaz e insostenible… ¿hacia dónde? La democracia corre el riesgo de devenir un “selfie” de ella misma.

Cuando el consumismo en sí es el que dirige el comportamiento del individuo (y esto es lo que pretende el Sistema), aceptamos que la tecnología imponga y no proponga. Aceptar lo anterior comporta otra cesión: cuando la dependencia pase de estar en la eficiencia (la tecnología como máquina al servicio del individuo) y esté vinculada a lo emocional (la tecnología como soporte del uno mismo), ¿seremos capaces de renunciar a ella si menoscaba nuestros derechos? Es decir, con un ejemplo: cuando uno instala una aplicación en el móvil, nos pide permisos de acceso (a los datos archivados, los contactos, la cámara subjetiva…) que, muchas veces, no son necesarios para la función de la aplicación descargada. Pero si no lo aceptas, la aplicación no se instala. Si optamos por no instalarla, no es que la aplicación quede fuera del móvil, sino que tenemos la sensación que somos nosotros quienes quedamos afuera del mundo que comporta la aplicación.

El individuo deja a un lado la posible invasión de su intimidad y se la instala. Si ustedes tienen más de 40 años, esto les parecerá una soberana tontería, pero es un futuro que ya está aquí. Otro ejemplo: los “asistentes” que presumiblemente van a ir entrando en las casas (Siri, Alexa, Google Assistant) pueden convertirse fácilmente en un Caballo de Troya que ponga en duda nuestra intimidad. ¿Alguien es capaz de definir el 1984 de Orwell como ciencia ficción? El Sistema no necesita agredir al individuo para arrebatarle derechos, es este el que, con suma alegría consumista, renuncia a ellos de propia voluntad. Pero, esta voluntad, ¿realmente pertenece al individuo?

O no, tal vez lo anterior sean todo pamplinas, y solamente se trate de seducir el mundo mediante el autorretrato. Lanzarnos a la sociedad para ver si nos compra.

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1 COMENTARIO

  1. no es narcisismo : el narcisista es un acomplejado a quien le han roto el corazon de verdad ( d mil maneras posibles ) y qe desp d romper-se tbn el coco , ha salido del caos pqe se ha dicho «basta paso por enciam d todo y tods y no sufro mas»
    .
    lo d ls selfies puede sr narcisismo tbn , d baja intensidad, pero sobretodo para la mayoria ,
    es alivio ante la alienacion , auto-des-indentificacion-personal, el estres y masificacion mental-corporales en qe vivimos
    …hemos perdido sentir la elegancia-belleza natural y el tiempo para crearls

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