La Convención del PP ha demostrado lo que todo el mundo sabía. Que hay dos formas de pensar en el partido, dos almas ideológicas, dos partidos no uno, por mucho que Pablo Casado se empeñe en demostrar lo contrario. La moderación frente a la fanatización que supone el giro a la derecha. El centrismo frente a la tentación ultra. Rajoy frente a Aznar.

Los discursos de ambos expresidentes han coincidido en el fondo, pero la forma, que lo es todo en política, era bien distinta. Por un lado el sosiego, la mesura y la flema casi británica del gallego que parece estar de vuelta (su cabello algo descuidado de jubilado pasota lo dice todo), la sobriedad del conservador razonable que pide no caer en “sectarismos”, es decir, en la locura de Vox. Por otro el hooliganismo, la arenga cuasimilitar y la testosterona del gran inspirador del proyecto incendiario de Abascal.

Ambos, MR y JMA, han apelado ante el auditorio a seguir ocupando el centro, pero mientras uno lo creía, lo sentía y lo decía de verdad porque forma parte de su ideario liberal (Rajoy) el otro estaba pensando en clave dura, recia, africanista y bélica. Esa petición de Aznar a Pablo Casado para que “abra aún más las puertas de la casa común porque esa es la identidad del PP” puede interpretarse como un guiño a todo aquel votante que esté sopesando seriamente transfugarse a la extrema derecha. “Tenemos que comprometernos a actualizar y fortalecer ese gran proyecto en el que han convivido, con fruto para España, liberales, conservadores, democristianos; mujeres y hombres; jóvenes y mayores”, ha subrayado. Es decir, la vieja receta de que en el PP cabe todo (incluso el nostálgico del franquismo) siempre que ayude a ganar elecciones.

Esa llamada de Aznar a sumar y a la “pluralidad” solo puede entenderse de una manera: el pacto con Vox en Andalucía y en el resto del país es presentable, asumible ética y políticamente. Incluso ha sacado al Manuel Fraga que siempre ha llevado dentro, para lo bueno y para lo malo, al asegurar que Casado es un gran líder de partido “sin tutelas ni tutías”.

Pero donde más le ha aflorado el giro sin complejos a Aznar ha sido en el asunto catalán. Para el presidente de FAES, la “historia de éxito” de España “está amenazada” por “los mismos que amenazan nuestra unidad; los que quieren volver atrás en la reconciliación y la concordia; los mismos que conspiran contra los intereses de todos los españoles. Que nadie se engañe: España tiene planteado un desafío existencial. Y tenemos que responder a este desafío con toda serenidad pero con toda firmeza. Tenemos que responder con los votos”, ha dicho.

“¿Cuánto tiempo tenemos que soportar que el separatismo catalán amenace un día sí y otro también con el desacato, la desobediencia a las leyes y la deslealtad? ¿Cuánto tiempo tenemos que esperar para que se desarticule el golpe de Estado, el golpe contra la Constitución y la democracia?”, ha espetado enérgicamente mostrando su lado más implacable y belicoso que habrá hecho temblar a miles de catalanes.

Sin embargo, Mariano Rajoy se ha mostrado mucho más selectivo y sutil en sus afirmaciones. Su llamada a no caer en el “sectarismo”, a no dejarse llevar por los “doctrinarios en ninguna faceta de la vida y en la política tampoco” y a valorar “la realidad” –es decir el pragmatismo y la gestión sosegada de ese administrativo profesional que vive de rendir cuentas de resultados y no de soflamas patrioteras–, ha sorprendido a los militantes. En definitiva, su discurso ha sido mayormente un consejo a Pablo Casado para que deje de sentir ese extraño Síndrome de Estocolmo que le empuja a querer ser como Aznar de mayor, o como Abascal el elegido, lo cual es mucho peor.

“El PP ha tenido dos etapas importantes en la historia de España: 1996 y 2011”, ha afirmado Mariano tratando de reivindicar el legado centrista. “Cuando yo llegué a la Moncloa España vivía la mayor crisis económica de su historia y habían desaparecido 3,8 millones de empleos”, jura y perjura. “Algunos ahora no lo recuerdan, pero fue el Gobierno del PP el que hizo las reformas, redujo el déficit y recuperó la creación de empleo para España”, añade. O sea, que su promesa es trabajo y economía antes que bandera y nacionalismo. Para concluir, el registrador de la propiedad ha lanzado una afirmación que suena a profecía sobre el auge de la extrema derecha: “El PP no tiene por qué asustarse de nada, tiene que argumentar y razonar”. Que vaya tomando nota Casado y todo aquel que esté barajando pasarse a Vox.

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