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¿Irresponsables y gilipollas?

Armando B. Ginés
Armando B. Ginés
Guionista, Copy, Analista Político, Escritor. Autor de los siguientes libros: ¿Dónde vive la verdad? (2016, Editorial Seleer), De la sociedad penis a la cultura anus: reflexiones anticapitalistas de un obrero de la comunicación (2014, Editorial Luhu)), Pregunta por Magdaleno: apuntes de viaje de un líder del pueblo llano (2009, Ediciones GPS) y Primera crónica del movimiento obrero de Aranjuez y surgimiento de las comisiones obreras (2007, Editorial Marañón). Más de 25 años de experiencia en el sector de la comunicación.
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Al parecer, en las grabaciones bajo cuerda que hizo el presuntamente corrupto comisario “político” de policía Villarejo a la aristócrata Corinna Larsen, presunta cuasi verificada examante de Juan Carlos de Borbón, padre real del actual rey de España, el antiguo monarca campechano “no sabe distinguir lo legal de lo ilegal”, afirmación rocambolesca que se viene a unir a que en los tiempos en los que reinaba a sus anchas constitucionales, presunción de inocencia mediante, sus actos eran, burdo tecnicismo jurídico al canto, irresponsables. Tal cual.

¿Se colige, entonces, que el viejo Borbón emérito es/era irresponsable y gilipollas? En este caso la lógica no tiene lógica alguna. No cuela en mentes sanas, críticas y razonables: lo que se pretende es quitar fuego acusador a su reprochable moral y a su comportamiento, cuando menos, irregular, dudoso e incluso doloso por lo que se está publicando día sí y día no. Los maletines llenos de inmensas alegrías monetarias, si se llegara a confirmar su contendio en billetes calientes de curso legal, no engañan. La suciedad se ve, se huele y deja en la memoria personal y colectiva huellas de difícil lavado.

En el régimen que habitamos lo legal e ilegal está siempre sujeto a interpretación. La cuestión de fondo es si te pillan o no con las manos en la masa o si tu sistema moral de valores te provoca tensiones en eso que llamamos conciencia. También es importante conocer si la moralidad del común está teñida de cuentos de hadas que restringen su capacidad de comprensión a visiones de túnel que solo permiten ver maniqueísmos reductores de la realidad: blanco-negro, nacional-extranjero, arriba-abajo, limpio-sucio, Dios-ateísmo, clase guapa y alta-gente fea de extrarradio y dualidades de similar corte.

Un despido puede ser acorde a la legislación, no cabe argüir nada contra ello en sentido estricto. El empresario que solo piensa en sus intereses hace lo que conviene a su cuenta de resultados: no es gilipollas. Ahora bien, ¿qué le dirá su conciencia personal? No consta en acta. Ese anodino acto de mandar a hacer puñetas a un trabajador puede ser, desde otra perspectiva, responsable e irresponsable a la vez; responsable porque se ajusta a criterios normativos escrupulosos y defiende lo que es suyo, la plusvalía y el beneficio particular, e irresponsable si nos atenemos a las consecuencias de su decisión: dejar sin medios de vida a una persona dependiente de recursos vitales en una situación social más o menos acuciante.

El ejemplo anterior se puede aplicar a acontecimientos de naturaleza muy diversa: recortes salvajes en sanidad y educación, donaciones de multimillonarios para aliviar sus obligaciones con la hacienda pública extraídas del trabajo ajeno… Suele esgrimirse desconocimiento como sinónimo de no intencionalidad ética para evadir responsabilidades penales o conductas inmorales de difícil justificación. Son eximentes muy usadas por la elite dominante de nuestras sociedades de apariencia formal democrática.

Como la letra legal siempre está en discusión (matices semánticos, hechos vinculados a apreciaciones emocionales, inferencias lógicas inexactas, imperfecciones intrínsecas derivadas del error humano), hay que echar mano de la discrecionalidad del espíritu que subyace en la letra ambigua y de la doctrina emanada de las sentencias magister de los tribunales superiores o de último recurso. En ese campo tan vasto juegan con ventaja los que tienen posibles e influencia en las oscuridades de la trama institucional. La justicia no es igual para todos por mucho que se así se recoja en los frontispicios áureos de nuestras sociedades y se predique como un mantra maravilloso por los principales medios de comunicación y de seducción social.

La ficticia irresponsabilidad y la simulación de falta de entendimiento de la jet set (en general, los que tienen la sartén por el mango) no son más que añagazas de libro para trasladar millones a paraísos fiscales, para no pagar impuestos, para despedir sin mala conciencia a factores laborales transformados en gastos inasumibles y para mantener sus privilegios y el statu quo inamovible. Los que se lo llevan crudo no son tontos y saben lo que hacen. Los políticos e ideólogos (académicos o religiosos) que hablan por la voz de sus amos multinacionales y domésticos incurren en idénticas conductas censurables: cobran por ello de diferentes maneras y saben perfectamente lo que dicen y lo que hacen. Ni unos ni otros son castos e inocentes.

Los rematadamente tontos del culo somos los que permitimos que se rían con calculada indiferencia y escupan sus falsedades en nuestra propia cara. 

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