Infancia y psicopatología

¿Por qué mi hijo tiene problemas psicológicos?

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Que los hijos no vienen con manual de instrucciones es algo que saben todos los padres. A la dificultad de la crianza se puede unir la aparición de un trastorno psicológico que la hace, si cabe, más difícil aún.

Cuando los padres acuden a consulta porque su hijo presenta “problemas”, la pregunta más común que nos hacen a los profesionales es “¿por qué?”. Así que vamos a centrarnos hoy en intentar resolver esta pregunta.

Hay que tener en cuenta que la infancia es la etapa más importante de la vida. Esto es así porque es el momento de mayor plasticidad cerebral, cuando más información se recibe, se procesa y se integra para que pase a formar parte de ese pequeño ser humano.

Además, a lo largo de este periodo evolutivo se va formando la personalidad, que no cristaliza – es decir, se hace más o menos permanente – hasta la entrada de la persona en la adultez temprana, en torno a los 18-20 años de edad.

Dentro de este contexto de continua asimilación y cambio, los niños y adolescentes tienen una mayor sensibilidad para la aparición de ciertos trastornos psicológicos y del comportamiento.

Pero, ¿por qué aparecen en unos niños y en otros no?

Parece que cuando se ha hablado en párrafos anteriores del contexto y de la necesidad de estos de adaptarse al contexto social, familiar, cultural, etc… la “culpa” de la aparición de la psicopatología en niños la van a tener, casi en exclusividad, estos factores externos. Sin embargo, aunque jueguen un papel importante, no tienen dicha exclusividad.

En los niños y adolescentes, de igual forma que ocurre en los adultos, tienen que darse una serie de características para que, finalmente, se desarrolle un trastorno psicológico o del comportamiento. Sería como ir sumando puntos que aumentarían la probabilidad de aparición de la psicopatología.

En todos los casos, es importante la historia y herencia familiar en términos de psicopatología. Es lo que se podría llamar “susceptibilidad biológica”.

Así, el que haya antecedentes familiares – sobre todo en familiares de primer grado – de trastornos psicológicos durante la infancia, va a aumentar la probabilidad de aparición de estas patologías.

Dentro de esta susceptibilidad biológica incluiremos también los factores orgánicos, es decir, el funcionamiento del cerebro del infante, en cuanto a niveles hormonales, neurotransmisores, desarrollo cerebral, etc.

Será más probable también cuando el contexto socio-educativo sea desfavorable. La excesiva carga lectiva, la falta de atención a las necesidades educativas especiales, el acoso escolar,… son factores de riesgo que aumentan la probabilidad de aparición.

Un tercer factor importante sería la propia psicología del niño, es decir, cómo aprehende, percibe, interpreta la realidad que le rodea.

Se podría decir que, por separado, ninguno de estos factores de riesgo llevarían a la aparición del trastorno. Lo más normal es que se den de forma conjunta, al igual que ocurre en los adultos.

Esta sería la razón de por qué, ante una misma situación, en unos niños no aparecen trastornos y otros sí.

Pero cabe hacer un inciso especial en referencia a los Trastornos Generalizados del Desarrollo (TGD), ahora llamados Trastornos del Espectro Autista (TEA) en la última edición del manual DSM.

En estos trastornos, la causa de aparición es únicamente orgánica y se relacionan con factores genéticos, prenatales y perinatales que tienen como consecuencia un daño cerebral que afecta al posterior desarrollo evolutivo del niño.

Ante estos trastornos, el contexto sociocultural, educativo y familiar se establecen como factores de riesgo (aumentan o agravan la sintomatología) o protección (colaboran a que la sintomatología se reduzca) para la evolución del TEA durante la infancia, la adolescencia y la adultez de quien lo padece.

¿Qué trastornos psicológicos pueden aparecer en niños y adolescentes?

La cantidad de trastornos psicológicos que pueden aparecer durante la infancia y la adolescencia es bastante amplia. En este artículo, sólo vamos a enumerar los más comunes, que se irán viendo a lo largo de otras entregas a lo largo de este mes:

  • Trastornos del estado de ánimo: Depresión infantil.
  • Trastornos de ansiedad: Trastorno Obsesivo Compulsivo, Trastorno de Estrés Postraumático, Trastorno de Ansiedad Generalizada y Fobias.
  • Trastornos de la Conducta: Trastorno Negativista Desafiante y Trastorno Disocial.
  • Trastornos del Sueño.
  • Trastornos de la Conducta Alimentaria.
  • Trastornos del Aprendizaje y la Comunicación.

Ante la aparición de cualquier indicador que pudiera hacernos pensar que nuestro hijo o alumno tiene algún problema psicológico de base, siempre debemos acudir a profesionales especialistas en infancia; al igual que cuando se trata de un problema médico y acudimos al pediatra.

Los trastornos que tienen su inicio en esta etapa de la vida tienen entidad propia y deben, siempre, ser tratados por profesionales que se hayan formado específicamente en esta etapa de la vida, ya que deben contar con la formación y habilidades necesarias para atender a los niños.

En consulta, es necesario que adaptemos nuestro lenguaje, nuestras herramientas e, incluso, el lugar de trabajo, para conseguir crear un clima en el que los niños se sientan cómodos y estén dispuestos a colaborar con el terapeuta.

A lo largo del tratamiento, además, los padres tienen que mostrarse abiertos a la colaboración con el profesional, que deberá dar pautas específicas de relación entre padres e hijos.

Hay que tener en cuenta que, al igual que con los adultos e incluso en mayor medida, estos trastornos afectan también al contexto familiar y que éste puede convertirse en un factor de protección para el niño.

Personalmente, no trato a niños y, cuando me llegan casos a consulta, los derivo a centros específicos de confianza.

Y, con esto, una última recomendación: hay que consultar al profesional si tiene esa formación específica para tratar a nuestros hijos, ya que un tratamiento inadecuado puede llevar a que empeore el problema.

Debe ser también un ejercicio de reflexión y responsabilidad para los profesionales. Si no tienes la formación, habilidades, estrategias, herramientas,… necesarias para atender a niños, no lo hagas.


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