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Indecencia en el gobierno de Johnson

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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No solo hay que ser honrados en las circunstancias actuales, sino que se también se debe parecerlo. No ocurre que el primer ministro del Reino Unido sea ni lo uno ni lo otro. Boris Johnson se ha mostrado siempre como un estrafalario. Esto no es solo una simple apariencia, porque hay mucho más y eso afecta a su forma de gobernar el reino, haciendo poco menos que lo que se le antoja. Si se descubre, ya se encargará de convencer al Parlamento y a los ciudadanos británicos en las ruedas de prensa que sean necesarias.

La prensa libre siempre es necesaria para denunciar las ocurrencias presidenciales. La británica lleva tiempo diciendo que Johnson vulneró las restricciones que estableció para los británicos con motivo de salvar a su pueblo del aumento de infecciones Covid. Los ciudadanos cumplían estrictamente la normativa, pero el Ejecutivo se la saltó sin problema. Los indicios muestran que funcionarios, asesores y políticos celebraron fiestas en la propia sede de Downing Street. En este caso, Johnson se acoge a la mala costumbre de negarlo todo, dejando a la prensa como mentirosa y manipuladora.

En principio, la negativa fue clara: no se ha celebrado ninguna fiesta, no se violó ninguna norma. Fin del incidente. Sin embargo, existe un video en el que los responsables de comunicación de Presidencia se rieron de lo ocurrido, mientras ensayaban qué respuesta dar en la conferencia de prensa. Mientras, niegan las evidencias y se burlan encima. ¿Qué clase de gobierno es éste?

Se podría celebrar la fiesta, porque el apartamento de Johnson disponía de suficiente amplitud para ello. Se acababa de reformar gracias a donaciones. Parece difícil que se hubieran hecho las obras de reforma sin el conocimiento del primer ministro, pero se le disculpó, porque no estaba atento a los detalles. Tenía responsabilidades mucho más altas como para ocuparse de tal nimiedad. Parece aceptable, pero un video posterior recoge que el propio Johnson pedía más financiación al Tory que financió la reforma. Puede que hasta pensara que había que presentar las modificaciones realizadas con una fiestecita. Ay, la tecnología.

Luego, si uno se equivoca, basta reconocer que lo hizo, que esto fue un error total y listo, como ocurrió con el diputado Paterson que cobraba por defender intereses privados de las mismas empresas que apoyaba ante el Gobierno. Al ser condenado, Johnson propuso una enmienda para cambiar las reglas de funcionamiento y suspender la condena. Después, Paterson acabó dimitiendo y Johnson confesó su error.

La democracia exige respeto a las normas y ser leal a los ciudadanos. En el caso de Johnson no cumple con ninguno de los dos mandatos, aprovechando su mayoría parlamentaria para retorcer lo que le interesa. ¿Qué clase de democracia ejerce Johnson en el funcionamiento cotidiano? Su denominada Partygate le está acorralando, pero tiene narices para salir adelante. Esto solo es una simple imprudencia. Pidió perdón por la fiesta e hizo dimitir a su jefa de prensa. Perderá credibilidad y autoridad moral, pero le basta decir que está furioso con su verborrea habitual y pedir disculpas, además de establecer una investigación interna para ver si se habían respetado las normas, como le prometieron. La fiesta ficticia fue una reunión de negocios, decía entonces la jefa de prensa Allegra Straton, que luego dimitió. El ‘premier’ es capaz hasta de descojonarse. Una barbaridad.

Johnson dijo, incluso, que estaba fuera de casa, cuando se celebró la fiesta, aunque los indicios apuntan a que se encontró presente en la misma. Menudo descaro y desprecio olímpico a las normas. Nada se le pone por delante. Otros le excusan: se celebró únicamente de modo virtual. Este hombre no tiene miedo a la Covid, pero tampoco ejerce su responsabilidad como gobernante.

Quizás no puede exigirse al político que sea edificante, pero, al menos, sí que no proporcione tan malos ejemplos, que pueden deprimir a sus votantes y al resto del mundo. Que no pidan el voto para traicionar después a quienes se lo han dado de buena fe, porque todavía creen que la política puede contribuir al bienestar de la sociedad, trabajando para que triunfe la justicia. Corruptio optimi pessima, como decían los clásicos. Si los mejores no están en la política, ¿quién nos gobernará? ¿Acaso los peores? ¿Dónde queda entonces nuestra dignidad? El pueblo tiene que disponer de algún mecanismo inmediato para responder a las interferencias de sus gobernantes a fin de que no se corrompa la democracia misma. No se puede estrangular a la democracia en nombre del pueblo. Esto es una profanación de lo público.

La democracia inglesa cuenta con una gran historia, que muchas veces hemos admirado, poniéndola como ejemplo. El torpedo Johnson no la puede destruir. Alguien tendrá que pararle los pies, porque anda como pollo sin cabeza. Este personaje megalómano no puede triunfar y mucho menos sus ideas. El Reino Unido se encuentra bastante perdido. Todavía no se han cumplido los compromisos con la Unión Europea. Johnson quiere seguir negociando durante años, cuando ya las negociaciones han quedado clausuradas. Sigue con su regateo permanente y pone cada vez más pegas.

Lo de Johnson no es nada serio, a pesar de la fama que tengan los ingleses. Hay que cumplir los tratados internacionales y también lo acordado con la ciudadanía, pero lo que parece apoyar Johnson constituye un juego sucio para seguir sacando los máximos beneficios, caiga quien caiga. No se puede permitir semejante indecencia.

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