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“Incluso las mejores intenciones y el altruismo más consciente pueden estar muy equivocados”

Care Santos se sumerge en el apasionante Nueva York de finales del siglo XIX para recrear la estrambótica ocurrencia real de un filántropo para inundar los cielos de Central Park con todos los pájaros con los que Shakespeare inundó sus obras

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análisis

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El loco de los pájaros (Destino), la nueva novela de la escritora Care Santos (Mataró, 1970), nos sumerge en la vida de un personaje real tan excéntrico como excepcional y original: Eugene Schieffelin, un ornitólogo que vivió en Nueva York entre 1827 y 1906 y centró su existencia en la ocurrencia de introducir en pleno Central Park todas y cada una de las especies que Shakespeare nombró en sus obras, más de medio centenar. Un encuentro casual de la autora en una librería mítica de la calle Catorce de Manhattan fue la chispa de la que prendió esta novela, una biografía en gran parte ficcionada que nos retrata además toda una época de grandes avances sociales, tecnológicos y científicos en la gran metrópoli del mundo que llegaría a ser poco después Nueva York.

¿Desde qué instante concreto tuvo la intuición de que Eugene Schieffelin sería el protagonista de su nueva novela? ¿Por qué?

Tropecé con él leyendo el libro de un periodista inglés que compré en Nueva York y que hablaba de las muchas historias raras que se han generado a partir de la obra de William Shakespeare. Me pareció un personaje excéntrico e irresponsable, pero también entrañable, alguien digno de una novela. Mi primer impulso fue buscar novelas sobre él. Imaginaba que algún autor estadounidense o inglés la habría escrito. Me quedé atónita al saber que no existía. Y se me ocurrió que podía escribirla yo. Era complicado, pero tentador.

¿No hay ficción más creíble que la propia realidad, o ésta simplemente es una base de inicio para ficcionar y articular una obra literaria?

Hay poca información constatable y documentada sobre Eugene Schieffelin. Me ceñí a los escasos datos conocidos y sobre ellos construí mi personaje y mi trama. Siempre que eso ocurre lamento no tener más datos, porque mi curiosidad querría que no fuera así, pero al mismo tiempo lo celebro, porque eso me permite novelar con total libertad, imaginar cómo pudo ser, qué pudo ocurrir… Si todo se supiera a ciencia cierta, o si hubiera una ingente cantidad de información sobre el caso, ¿tendría el mismo sentido escribir una novela como esta? Yo creo que no. Hubo algo muy curioso en todo mi proceso de investigación. Me pusieron en contacto con uno de los miembros alemanes de la familia Schieffelin, un hombre que está escribiendo una historia de sus parientes emigrados a América. Cuando le planteé mis dudas descubrimos que sobre Eugene sabía mucho más yo que él, así que en lugar de ayudarme él a mí con mi novela, terminé ayudándole yo a él con su libro histórico. De hecho, en eso consiste documentarse: en terminar sabiéndolo todo del tema que has elegido. Y en obsesionarse con él, también, por lo menos en mi caso. Escribo obsesionándome.

Introducir las más de 50 especies de aves que Shakespeare nombró en su extensa obra en el mítico Central Park neoyorquino puede parecer a simple vista la ocurrencia de un demente. ¿Por qué Eugene no lo era?

Era un filántropo. Hay que situarle en su tiempo. Era rico, estaba convencido de que debía hacer algo para ayudar a sus conciudadanos, amaba a su ciudad, amaba a Shakespeare, le parecía precioso que los pájaros europeos —shakespearianos— volaran sobre Manhattan. Y tenía el dinero y el tiempo suficientes para intentarlo. Hay que pensar que también tenía el ánimo suficiente, lo cual es admirable, porque ya no era un jovencito. De modo que lo intentó, convencido —como queda claro en la novela— de que hacía un bien a las generaciones futuras. En aquel momento aún seguían vivas las Sociedades de Aclimatación, que se dedicaban a eso, precisamente, a llevar especies animales y vegetales de un lado a otro del mundo. Él fundó la Sociedad de Aclimatación Americana. Las consecuencias terribles de sus acciones aún no podían ni imaginarse. Era otra época.

¿Cómo se logra recrear literariamente aquel ambiente del Nueva York de mitad del siglo XIX para hacerlo creíble al lector y que se sienta incluso sumergido en él?

Leyendo sin descanso. La labor de documentación de una novela como esta implica un trabajo enorme, aunque también muy placentero. Adoro Nueva York, voy todos los años y me parece que la voy conociendo. A pesar de todo, soy consciente del atrevimiento que supone situar allí la acción de mi novela, por eso intenté aprender de ella todo lo que estaba en mi mano. El resto es oficio, supongo. La capacidad que tenga cada cual de convertir la documentación y las miles de páginas leídas en un escenario creíble. Ojalá lo haya conseguido.

Cualquier etapa histórica puede ser apasionante para ambientar una novela, pero ¿qué tuvieron de especial los años finales del XIX en esa gran metrópoli para haberla elegido para su novela?

En los años en que sitúo la novela ocurrieron en Nueva York cosas que cambiarían no solo la ciudad y el continente americano, sino también todo el mundo. Podríamos decir que allí y en aquellos años empezó todo. La ciudad que encontrarán los lectores no se parece en nada a la Nueva York que hoy conocemos. Ninguno de sus edificios icónicos existía aún, era un lugar feo y sucio al que el progreso convertía en aún más feo y más sucio. Aún no se le había ocurrido a nadie crear Central Park —en la novela se cuenta cómo fue—, había tantos caballos recorriendo las calles que sus excrementos eran el mayor dolor de cabeza para las autoridades municipales, aún no se había inventado un ascensor seguro (ergo, los rascacielos no eran aún imaginables). Las épocas de transición y de surgimiento son siempre interesantes. Y esta lo es a lo grande.

“Los libros nos permiten escapar, si queremos; y no nos vienen con prisas”

Los personajes secundarios también juegan un papel decisivo en El loco de los pájaros, entre ellos un joven de ascendencia española que sueña con ser dibujante.

Quería que uno de mis personajes fuera español porque me interesa la presencia de la emigración española —muchas veces procedente de Cuba— en la Manhattan de aquellos años, concentrados en la calle 14, donde llegaron a tener mucha presencia. A la vez, me interesaba también hablar del importante papel de la prensa en aquellos años, y convertirle en dibujante era un modo de hacerlo. Hubo muy importantes ilustradores y viñetistas en los periódicos americanos del XIX. Inventaron modos nuevos de hacer periodismo. Daniel, mi personaje español, forma parte de ello.

Su novela tiene tintes de fábula sobre la condición humana y sus anhelos. ¿Hasta los más nobles propósitos pueden conllevar consecuencias indeseables?

Desde luego que sí. Incluso las mejores intenciones y el altruismo más consciente pueden estar muy equivocados. Lo cual nos lleva a plantearnos nuestras convicciones. Tal vez lo que hoy aceptamos como grandes verdades en unas pocas décadas serán objeto de escarnio o —peor— de enfado por parte de las futuras generaciones. Creo que si Schieffelin hubiera sabido qué consecuencias acarrearía su acción, lo que llegarían a pensar de él sus sucesores, o lo que se diría de él en Internet, se habría sentido desolado.

Su última novela la ha concebido y escrito durante el tiempo que prácticamente ha durado esta pandemia mundial. ¿En ningún momento se le pasó por la mente coger la estela del covid-19 y escribir una novela relacionada con esta enfermedad que ha tenido amenazada a la humanidad durante más de dos larguísimos años?

Sí, claro, cómo no, pero no soy partidaria de escribir “en caliente”. Puede parecer que dos años es mucho tiempo, pero yo siento que la literatura —por lo menos la mía— necesita más distancia. Ya escribiré sobre ello, no hay ninguna prisa. Esos son privilegios que nos ofrecen los libros: nos permiten escapar, si queremos; y no nos vienen con prisas. De algún modo, niegan al mundo. Es una suerte que existan.

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