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Iñaki Abad: “El futuro no existe para una sociedad que olvida”

Su novela Las amargas mandarinas plantea, a través del vínculo de los personajes con el pasado, si es legítimo hacer caso omiso a la historia

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análisis

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“Una historia de huidas y traiciones, de fatídicos cruces, de terrorismo y asesinatos no resueltos, de vidas manchadas. Una historia de vida en toda su complejidad”. Una obra que transcurre con el conflicto vasco como telón de fondo, en la que el escritor bilbaíno Iñaki Abad, director del Instituto Cervantes de Budapest, narra la relación de dos personajes principales: Chema y Carla, padre e hija, que parece que solo a raíz de la muerte de uno de ellos, será posible lograr la reconciliación con los orígenes, con la identidad.

La novela se desarrolla con Carla viajando desde Windhoek a Palma de Mallorca para encargarse de la burocracia que implica la muerte de Chema. Mientras, descubre una serie de documentos que le pertenecieron a su padre y que éste fue recopilando a lo largo de los últimos meses para poner orden, revelándose ante ella prácticamente como un desconocido. Eso, que tanto la remueve, más allá de la pérdida, es la amargura que ocasiona la pretensión de ignorar el ayer, palabra que hace alusión al título del libro.

“Nuestros padres nacen con nosotros, porque de ellos no conocemos el pasado. Es con lo que la protagonista se encuentra, transportándose a 1974, momento en el que su padre toma una decisión que manchará absolutamente el transitar de los personajes de la novela. Pero ante este hallazgo, ella siente que tiene una parte de culpa, porque en el fondo reconoce que ha optado por construir su propio camino, con su marido, con sus hijos, y no ha querido indagar, prefiriendo olvidar para facilitarse la vida”.

En la construcción de Carla, Iñaki Abad introdujo el sentimiento de sorpresa, la sensación latente de: “¿Qué me he perdido?”, en función de lo que va asimilando, como parte de una generación que no tiene ningún vínculo con los sucesos de hace más de cuatro décadas, y que están sumergidos en un “presente huérfano e irreal”. En ese sentido, el autor considera que no solo el individuo, sino la sociedad entera, tiene un “deber civil y laico de construir un relato, una narración, donde el pasado sea lo que funde el presente”.

 

¿Cree que actualmente preferimos, como sociedad, “hacernos los olvidados” de los hechos que nos preceden?

La sociedad en la que vivimos, tan rápida, tan vertiginosa, tan compleja, lo que está promoviendo es una especie de presente continuo, en el cual nosotros olvidamos incluso lo que hemos hecho ayer. Aunque considero que es algo legítimo, y una decisión personal válida, también creo que sin memoria no hay futuro.

“Todos los nacionalismos son idealismos, y el problema es la forma siniestra con la que se adaptan a la realidad, porque provocan violencia”

 

¿Por qué situar esta historia un año antes de la muerte de Franco?

Más que nada porque el trasfondo en el que se desarrolla es el del terrorismo en el País Vasco, y a mediados de los 70 empieza un delirio que es importante. No es una novela que quiera dar respuesta al terrorismo, no es una novela sobre el terrorismo, porque no era ese mi interés, lo cual no significa que no haya un intento de empatía, pietas y lealtad civil por las mujeres y los hombres que padecieron aquella época.

 

Siendo bilbaíno, ¿vivió de cerca este conflicto? ¿cómo lo recuerda?

Es un recuerdo lógicamente muy oscuro, casi siempre en blanco y negro, pero a mí lo que más me chocaba era la ausencia de palabras, el gran silencio que se imponía sobre la realidad y lo que prevalecía era la violencia propia de un conflicto. Ese es el recuerdo que tengo. Tú no podías permanecer, no tenías un destino individual. Era la sensación de que tu presente, tu vida, no te pertenecía.

 

Esta experiencia, aunque borrosa, ¿condicionó su escritura?

Este, como es un relato ficticio, es todo imaginario y responde a un intento literario de conseguir una verosimilitud. Claro que te marca, y porque para escribir sobre ello, me he documentado. En aquel entonces era bastante joven, y he tenido que irme a periódicos, informes, para captar sobre todo el lenguaje de esa época, el lenguaje de los terroristas, el lenguaje de la prensa, y entender cómo se interiorizaba la realidad. Este proceso, lógicamente me ha hecho regresar a unos sentimientos de un momento que vi como algo que no me pertenecía.

 

¿Qué quiere contar a través de sus personajes?

Mis personajes intentan explicar y reflexionar acerca de una serie de problemas que están sobre la mesa. Carla, por ejemplo, no sabe absolutamente nada, ha vivido siempre ajena, y su relación con el conflicto es la de un hecho histórico lejano. La percepción de Chema es todo lo contrario. Es la de alguien que sí lo padeció, pero que para poder vivir, hace un trabajo de olvido.

 

¿Qué lastres todavía se arrastran del conflicto vasco?

Yo creo que ahora mismo, de aquellos años, queda muy poco. Lo que sí es cierto es que mis personajes hacen una crítica al idealismo, porque todos los nacionalismos son, en el fondo, idealismos, y el problema es la forma siniestra con la que se adaptan a la realidad, porque provocan violencia: para afirmarte tienes que excluir. Creo que a la sociedad vasca nos queda mucho tiempo para ir asimilando e ir recomponiendo el puzzle de una forma honesta y sensible.

 

¿La literatura es una manera de recomponer la identidad colectiva?

Yo siempre hago una reflexión: el tiempo es el elemento que permite la perspectiva para confeccionar la historia, pero siempre es algo muy aséptico; son datos, cifras, archivos, congresos, conferencias, y la literatura lo que hace, a través de la ficción, es dotar de humanidad, de sentido. La literatura acaricia el pasado y creo que eso es importante ahora para andar el camino de la sociedad vasca, para que no quede como un mero hecho histórico, sino que lo interiorice y logre convivir con ese momento tan oscuro.

 

¿Cuánto tiempo le tomó construir este relato?

Más o menos cinco años. Es una obra que he reescrito varias veces porque sabía qué historia quería contar, pero no cómo, y fue cuando encontré la voz narradora ideal para hacerlo. Este libro está basado en el suspense, en generar una tensión narrativa para que el lector se pregunte cosas. De alguna forma, como escritor, me ha supuesto un esfuerzo mayor porque he trabajado en mantener un lenguaje cristalino, puro, transparente.

 

¿Cómo compagina su labor en el Instituto Cervantes con el oficio de escribir?

Yo tengo muy claro que una cosa es la gestión cultural y otra cosa es mi cifra interior, que es la escritura. No es algo incompatible. Además, me considero un lector voraz, salvaje. Leo absolutamente de todo y me interesa la literatura de los países donde he vivido, me ha influido mucho. Un escritor se alimenta de lectura y acaba escribiendo aquello que le gustaría leer.

 

¿Qué temas le obsesionan?

En este libro, por ejemplo, está la crítica del idealismo, la elaboración del luto, lo que cierra y abre una muerte, el tema del olvido, el saber o no querer saber.

 

Cuestiona esa postura acomodaticia…

Algunos de mis personajes participan en el anhelo de querer olvidar, pero lo que plantean es si eso es ético o no es ético, moral o no moral. Para un individuo olvidar puede significar seguir viviendo, pero para una sociedad que olvida el futuro no existe. Son las contradicciones que me gustaría que el lector también se planteara y decidiese.

 

Escribir, también, es un acto político. ¿Qué pretende con este libro?

Yo no quiero que el lector establezca un diálogo conmigo, con lo que piensa Iñaki, porque lo pienso yo, a fin de cuentas, es un poco intrascendente, quiero que el lector interactúe con el texto. No pretendo nada, solo que la gente lo lea y se plantee temas que considere importantes.

 

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