Decía el escritor José Saramago que “hay dos superpotencias en el mundo: una es Estados Unidos, otra eres tú”.

Nada produce tanta fuerza y tanta devastación en la injusticia como la decisión de actuar de la ciudadanía, y eso parece que aún no lo tenemos claro, o tenemos miedo de tenerlo claro. La ciudadanía a coro, o incluso de manera individual, es capaz de derrocar lo horrible, de echar abajo las dictaduras sanguinarias o las hipócritas democracias, y también de vencer la actitud y la intención del asesino y de toda ejecución terrorista. La actitud de Ignacio Echeverría es el ejemplo de esa otra gran superpotencia de la que nos habla Saramago y que, sin embargo, abandonamos en nuestro histerismo y celeridad diaria, en nuestra clientelar conducta, convencida más para atender el consumismo que para detenernos a profesar, reflexionar y desarrollar toda posibilidad de revelarnos y acentuar toda solidaridad.

Es penoso que nos aturda y desajuste la heroicidad de Ignacio Echeverría, no por la hermosa y desinteresada acción, sino porque estemos hablando de ello debido a que es un acto aislado, poco habitual. Eso es lo que nos sorprende, eso es lo penoso, que sea un gesto inusual. Si fuera un gesto cotidiano no apresaría nuestro interés, no atiborraría nuestras opiniones y propuestas de diálogo, nuestras conversaciones.

Residimos en una pasividad educada y discreta, estamos anclados en tercera persona, observamos desde fuera los sucesos con miedo a cualquier implicación personal, dejamos de decidir, deciden otros, los actos de otros, deciden los protagonistas que se implican, los que visionamos en esa comicidad deprimente que se muestra un día sí y otro también ante nuestros ojos, y de igual manera cuando se trata de un acto terrorista como lo sucedido en Londres, como cuando se trata de barbaries autoritarias de estados donde sus gobernantes presumen de democracia aunque se encuentren al servicio de economías competitivas y de capitalismos sanguinarios.

El acto de Ignacio Echeverría es el ejemplo, es la muestra inequívoca de que, “la otra superpotencia eres tú”.

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Escritor. En el 2003 publica el entrevero literario “El dilema de la vida insinúa una alarma infinita”, donde excomulga la muerte a través de relatos cortos y poemas, todas las muertes, la muerte del instante, la del cuerpo y la de la mente. Dos años más tarde, en 2005, sale a la luz su primera novela, “El albur de los átomos”. En ella arrastra al lector a un mundo irracional de casualidades y coincidencias a través de sus personajes, donde la duda increpa y aturde sobre si en verdad somos dueños de los instantes de nuestra vida, o los acontecimientos poco a poco van mudando nuestro lugar hasta procurarnos otro. En 2011 publica su segunda novela, “Historia de una fotografía”, donde viaja al interior del ser humano, se sumerge y explora los espacios físicos y morales a lo largo de un relato dividido en tres bloques. El hombre es el enemigo del propio hombre, y la vida la única posibilidad, todo se articula en base a esta idea. A partir de estas fechas comienza a colaborar con artículos de opinión en diferentes periódicos y revistas, en algunos casos de manera esporádica y en otros de forma periódica. “Vieja melodía del mundo”, es su tercera novela, publicada en 2013, y traza a través de la hecatombe de sucesos que van originándose en los miembros de una familia a lo largo de mediados y finales del siglo XX, la ruindad del ser humano. La envidia y los celos son una discapacidad intelectual de nuestra especie, indica el autor en una entrevista concedida a Onda Radio Madrid. “La ciudad de Aletheia” es su nuevo proyecto literario, en el cual ha trabajado en los últimos cuatro años. Una novela que reflexiona sobre la actualidad social, sobre la condición humana y sobre el actual asentamiento de la especie humana: la ciudad. Todo ello narrado a través de la realidad que atropella a los personajes.

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