Hay mujeres que sufren de una falta profunda de identidad con su género y de una escasa empatía y solidaridad con lo igual, incluidas ellas mismas.
Son adeptas a los «valores» tradicionales machistas y, generalmente, maltratadoras de otras mujeres y de sí mismas.

Son madres, hijas, parejas.
Justifican las conductas y los hechos que ordena el adoctrinamiento patriarcal, apuntalando sus premisas con todos los «debería» que sus cerebros tienen programados, cual autómatas.

Enardecida misoginia que perpetúa las falsas creencias de superioridad del macho, de las que ellas son las primeras víctimas.
Mas en la distancia corta pueden observarse ciertos tics que delatan su dicotomía interna, su dudosa coherencia y su ideológico travestismo.

Este tipo de perfiles femeninos se encuentran en cualquier ámbito de la vida, puede ser un ama de casa o la directora de una gran empresa, incluidas algunas que se autoproclaman feministas y tratan mal a mujeres como ellas.

El feminismo es posicionarse codo a codo entre mujeres, todo lo que no sea eso, es un engaño y una apariencia nada más.

No se nace feminista, se decide serlo después de un arduo cambio de valores y de cuestionamiento de las consignas y órdenes patriarcales inducidas desde la infancia.

El feminismo es una forma de vida consecuente, es la consciencia sin justificaciones de saberse en desigualdad y luchar en cada acto por cambiarlo.
Reconocerse con un valor intrínseco y único, que nada ni nadie puede robar.

Ser feminista es no tener altares ni aun en el propio feminismo, sino mantener una postura alerta y crítica frente a palabras y hechos, ajenos o propios.

Sobre todas las cosas, llamarse feminista es jamás ser esclava, ni de hombres ni de mujeres.

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