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Leer y escribir

Francisco Silvera
Francisco Silverahttp://www.quenosenada.blogspot.com.es
Escritor y profesor, licenciado en Filosofía por la Universidad de Sevilla y Doctor por la Universidad de Valladolid. He sido gestor cultural, lógicamente frustrado, y soy profesor funcionario de Enseñanza Secundaria, de Filosofía, hasta donde lo permitan los gobiernos actuales.
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análisis

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A quien escribe le va en el oficio ser interpretado. Conforme aumenta mi experiencia como escritor y como lector, reafirmo algo que siempre sospeché casi desde los inicios de mi vida intelectual: se escribe como se lee y se lee como se escribe, eso dije exultante de juventud en un trabajo escolar de la Facultad que fue muy bien valorado por un profesor; cambió su actitud hacia mí cuando vio que su proselitismo opusdeísta no funcionaría. La prestigiosa Universidad hispana…

Entonces quizá no pudiera sacar punta a lo que mis ideas albergaban. Ahora estoy convencido de que la Literatura, el ejercicio de la lectura, sólo ocurre cuando el sujeto, la lectora, está en una búsqueda intelectual (coincidente o no con el autor) que le lleva a descifrar o componer sus propias ideas con el texto, resultando éste más medio que fin.

El escritor no existe si lo que hace no despliega esa capacidad de evocación, reflexión, revivencia, catarsis, empatía, diversión o sufrimiento en el lector. Cuanto más rica y compleja sea la escritura, cuantas más interpretaciones resista a través del tiempo, más clásica se vuelve una obra. Lo que acabo de decir es que el escritor es un taumaturgo que juega a generar una obra que revive en cada sujeto, en cada lectura más allá del acto mismo de escribir; cuando sólo narra y su obra no es suficientemente abierta ni permite el vuelo del intérprete (da igual verso o prosa, ficción o ensayo), puede lograr éxito pero el tiempo lo agotará; un texto literario suele tener un recorrido que traspasa fronteras y épocas, culturas y hasta sesudas explicaciones a veces inútiles.

El lector que confía en lo que la lectura pueda aportarle ya nace agotado, porque está condenándose a repetir como un eco lo que lee, no se habrá cumplido el acto literario que tiene en él un fundamento esencial: su propia búsqueda. Sin esta previa, esto es: el veneno adictivo de la curiosidad y el análisis, sin llegar al mundo de las Letras compartiendo este ansia, una lectura es un ejercicio de erudición con cierta utilidad pero que ya estaba hecho, estaba terminado en el texto (cerrado a la fuerza). La apertura de ese texto ha de ser calculada por al autor, pero no ocurre sin una lectora. Ya he defendido que Literatura es lo que queda en tu cabeza después de haber leído. Si lo que hay después es sólo el texto y lo que pretendidamente estaba escrito: ¿para qué habría de servir leer?

No hay ejercicio mejor y más difícil para un autor que el silencio ante lo que los otros expresan sobre un texto propio publicado. Sólo un soberbio no entiende que el texto, leído, ya no le pertenece. La responsabilidad y maestría de un autor está en la vitalidad del texto cuando escapa a su manejo, radica en los movimientos y las modulaciones posibles que genera, como si se situase previamente en la cabeza de mil lectores distintos… incluso generando discursos nuevos, si incontrolados al menos no deformantes hasta el extremo de destruir la obra… o sí, quién lo sabe. La escritura es un ejercicio de empatía total.

Como las cuerdas que vibran y suenan en una guitarra al tocar las de al lado, como la madera de un buen instrumento que tiembla emulando el sonido de esas cuerdas: así es el ejercicio de leer, también el de escribir. Resonar generando conocimiento, vivencias, emoción. Eludan creer que me refiero a una escritura pretenciosa, esto que les cuento vale para una historia simple y bien narrada. La profundidad de un texto no viene determinada por su oscuridad o por su pedantería, pero tampoco puede residir en la estupidez plana. Desconocemos quién lo leerá, ha de valer para todos…, el lector vago y flotante, la lectora suspicaz o aquel engreído que tiene siempre un pero hacia el libro y su artífice.

Ningún lector lee el mismo libro. Estamos condenados a la prisión de lo individual. Un poco a lo Leibniz, nuestra única oportunidad es asomarnos a la ventana de nuestra consciencia y parlar sin ver lo que ocurre en el interior de las otras. Es fantasía pretender el entendimiento, pero es filantropía ansiar compartir la experiencia de la vida.

Ese misterioso proceso que te hace observar un hecho y elevarlo a Literatura (algo compartido): un gesto, una luz, un clima o unos acontecimientos reales o imaginados, es el mismo que nos hace parar al leer y sorprendernos por la capacidad para hacernos sentir lo pretendido, pensar lo propuesto o comulgar con una sensación. Y no hablo de misterio en ningún sentido espiritual, sino respecto de haber conseguido tener el “poder” de acercarte a lo bien hecho, a la belleza o la efectividad, sin más. Este placer cuando terminas un artículo o cierras la última página de un libro y lo dejas sobre la mesa, lo llevas a su estante, para mí no es espiritual: es el resumen de lo que hay de bueno en un ser humano, esa huida imposible de la soledad hacia a los otros… por eso es Humanismo.

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