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“Hoy en Portugal hay un cierto cansancio con la marca Pessoa”

El escritor portugués Rui Lage eleva en ‘Lo invisible’ al genial Fernando Pessoa como protagonista de una absorbente intriga donde lo metafísico y sobrenatural dan cobertura a una novela tan entretenida como profunda

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análisis

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Pessoa es a Portugal casi lo que Cervantes a España, porque no olvidemos que ahí está Camões para desplazar a aquel a la segunda posición de sus ilustres de las letras en una clara competencia entre ambos. La sombra del genial poeta, novelista, ensayista y articulista sigue siendo demasiado alargada en un país que empieza ya a mostrar cierto cansancio de la “marca Pessoa”, como destaca en esta entrevista su compatriota Rui Lage. Pero la marca no es ni mucho menos el genio en su esencia, que hoy, 85 años después de su muerte, sigue brillando con luz propia mucho más allá de arquetípicas imágenes para reclamo de turistas. Su arcón inabordable sigue regalando excelencias y autores como Rui Lage (Oporto, 1975) revitalizan al poeta con una perspectiva y dimensión nunca tratadas hasta ahora. En Lo invisible (La Umbría y La Solana) Pessoa protagoniza una novela donde lo telúrico y esotérico –ese extraño mundo por el que siempre se sintió atraído el lisboeta– se dan la mano con la inmersión metafísica y el folletín detectivesco para ahormar una novela excelsa, con una trama absorbente que remite por momentos al Conan Doyle de Sherlock Holmes y en otros pasajes ofrece reflexiones de una profundidad admirable, en los que se constata no sólo una rendida admiración por el autor del Libro del desasosiego sino sobre todo su profundo conocimiento.

“Pessoa tenía un refinado sentido del humor y disponibilidad para el lado lúdico de la existencia”

Tomar la figura del gran tótem de las letras portuguesas Fernando Pessoa como protagonista de su primera novela conlleva sus riesgos. ¿Los asumió plenamente consciente de que la crítica pondría aún más la lupa si cabe en esta obra?

A menudo digo que esta novela se encuentra en un punto equidistante de la idolatría y la iconoclastia. La devoción por Pessoa es palpable en ella. Pero al mismo tiempo existía el deseo de hacer un nuevo Pessoa, que pudiera deshacerse del ícono en el que se convirtió y que, como suele ocurrir con los iconos, ha sufrido desgaste. Hoy en Portugal hay un cierto cansancio con Pessoa, o mejor, con la marca Pessoa, una marca no oficial utilizada para los más variados fines, desde la promoción turística hasta las tarjetas bancarias… Si la caricatura exagera y amplifica características originales temperamentales o de comportamiento, es cierto, la marca los destila, los estiliza, hasta reducirlos a dos o tres rasgos superficiales. En el caso de Pessoa, con esa fisonomía fácil de diseñar, no requirió mucho esfuerzo. Y en cuanto a las “consignas”, no faltaron para elegir: “el hombre sueña, nace el trabajo”, “tengo todos los sueños del mundo”, “todo vale cuando el alma no es pequeña” (que es la que está registrado en mi tarjeta de crédito …). Los versos ahora se han popularizado hasta el punto de que sólo provocan aburrimiento y bostezos. Por tanto, tenemos esta paradoja de que la sacralización de Pessoa resultó una profanación… Este tipo de comercialización iconográfica, como sabemos, cobra fuerza cuando se asocia a un lugar específico. En este caso, Lisboa. Asumo que esta erosión del Pessoa icono no se nota en España. Ahora, lo que quería con esta novela, en parte, era atrapar al ícono, sabotear la marca, boicotear la versión ligera de Pessoa. ¿Cómo hacerlo? Introducir a Pessoa en los escalofríos de ideas hechas y lugares comunes, explorar aspectos de su escritura, sus intereses, su existencia, más escondidos, menos frecuentados, y moldearlos con mi imaginación. Por eso se trata de un Pessoa carnal, con ingenio físico y audacia, con una faceta lúdica y hasta picaresca, frente al Pessoa incorpóreo, esquivo, al borde de la evaporación, al “fantasma taciturno del mediodía portugués” del que hablaba Octavio Paz. Una mezcla de Fausto y Mefistófeles. Además, la literatura, para mí, es un riesgo o no vale la pena. Solo puedo escribir con la amenaza de la hilaridad flotando. Nunca seré un funcionario de la escritura…

Fernando Pessoa.

Nada más comenzar la novela sorprende que haya ‘vestido’ al insigne literato casi como un personaje de aventuras, a medio camino entre Cazafantasmas e Indiana Jones, e incluso con toques detectivescos a lo Sherlock Holmes. ¿Ha creado usted un nuevo heterónimo o realmente la personalidad de Pessoa daba para creer que era una persona inquieta y aventurera por lo desconocido?

Esta vena divagante, de explorador y aventurero, se encuentra con tal carnalidad y audacia que tomé prestada de Pessoa y que le debe algo a la tradición norteamericana de ‘detectives ocultistas’, con antepasados ​​en Poe y Conan Doyle. Pero también existen puentes hacia los universos ficticios de Lovecraft, Algernon Blackwood o William Hope Hodgson, todos ellos escritores fascinantes y desalineados, con una dimensión de horror cósmico que también existe en mi novela. Este lado aventurero fue el mayor riesgo que tomé porque toca peligrosamente la frontera que separa la probabilidad de lo improbable. Desde este punto de vista, el Pessoa de mi novela siempre está en el filo de la navaja. El gran desafío era poder equilibrarlo en esa cuerda, tirando de él del brazo, cuando era necesario, hacia el lado de la probabilidad. Si tuve éxito o no, depende de lo que juzguen los lectores. Parte de mi estrategia fue permanecer fiel, en aspectos esenciales, a su biografía y al contexto histórico y socioeconómico portugués de los años treinta. Me refiero, por ejemplo, a la meticulosa recreación de Lisboa, en la primera parte, o al relato del viaje a la Serra do Alvão, en el norte de Portugal. Estoy convencido de que los lectores de Fernando Pessoa reconocerán en esta novela tanto su universo poético y filosófico como su facticidad biográfica. Como él mismo dice, Pessoa vivía fascinado por acertijos, enigmas y misterios. Al fin y al cabo, participó en un número indeterminado de sesiones “semi-espiritistas” con su tía Anica, como atestigua una carta de 1916 al Conde Alessandro di Cagliostro, en las que se convocó a los espíritus desencarnados más heterogéneos, ya que falleció el tío Gualdino, esposo de Tia Avó Maria, fallecido en 1898… En al menos una ocasión, Pessoa se prestó a estar de acuerdo con una farsa divagante que podría haberle traído problemas públicos. Este es el episodio del suicidio ficticio del mago inglés Aleister Crowley, en Boca do Inferno, una impresionante cavidad natural que el mar cavó en un acantilado cerca de Cascais, maquinado por Pessoa y su amigo periodista Augusto Ferreira-Gomes, también protagonista de mi novela. Es difícil creer que Pessoa no lo hizo por diversión, por el placer de manipular la opinión pública. Además, según los testimonios de varios contemporáneos, Pessoa tenía un refinado sentido del humor y una disponibilidad para el lado lúdico de la existencia. Philippe Soupault, quien lo conoció en 1920, lo describe como nocturno y juguetón. Por otro lado, aunque nada nos permite concluir que Pessoa estaba dotado de destreza física –no era un hombre robusto en absoluto–, mostró signos de coraje intelectual constatado en diferentes momentos: en los poemas que ridiculizaban a Salazar, en el escándalo provocado por “Divinizada Sodoma”, de Raúl Leal, en defensa de la poesía de António Botto, condenado al ostracismo por su homosexualidad, en su artículo publicado en el Diário de Lisboa, en 1935, contra una ley que ilegalizaba las sociedades secretas.

“Pessoa es como su famosa arca: parece no tener fondo”

Aunque queda poca constancia de la infancia del poeta en tierras sudafricanas, en su novela se da por hecho que aquellos años marcaron claramente su posterior pasión por el ocultismo y lo paranormal. ¿Cuánto de cierto hay en esto?

Rigurosamente nada. Por el contrario, lo que se conoce de las vivencias de Pessoa en Sudáfrica muestra una desconcertante alienación de las culturas y formas de vida de los pueblos originarios y una indiferencia hacia la multiplicidad étnica que componía la ciudad de Durban, donde convivían europeos, indios, zulúes, etc. Los zulúes, por ejemplo, tenían un amplio repertorio de mitos, historias, fábulas, creencias mágico-religiosas muy ricas… Sin embargo, así como reconstruí en detalle el Portugal de los años 30, hice lo mismo con Durban y Zululandia de la transición al siglo XX. Estudié en profundidad la cultura zulú, así como la historia de Durban, desde su puerto, utilizando, por ejemplo, mapas y postales de la época. Y lo mismo ocurre con los pocos detalles que se conocen sobre las rutinas de Pessoa y la familia en esos lugares. Por lo tanto, aunque las expediciones e interacciones de Pessoa descritas en la novela no tienen base empírica, toponimia, deidades, especies animales, objetos etnográficos, rituales mágicos zulúes, todo esto es cierto. El resto es pura invención. Hay que resaltar que los nueve años que Pessoa vivió en Durban no dejaron ningún rastro en su obra literaria. Para mí, este es uno de los misterios más interesantes de la cultura portuguesa porque me parece absolutamente imposible que ese paisaje humano y natural no haya marcado la gestación de la personalidad de un niño preadolescente. Lo que realmente marcó a Pessoa fue la educación inglesa en la Durban High School, la misma que hubiera tenido si hubiera ido a estudiar a Londres. Esa misteriosa brecha me dejó el camino para imaginar una génesis de las inclinaciones mediúmnicas y ocultas de Pessoa provocada por un conocimiento ficticio y fascinación por las realidades invisibles de África.

“Pessoa quizás bebía para luchar contra el demonio de la depresión”

Otra característica de su novela que destaca por su valentía a la hora de abordarla es desplazar a Pessoa de su inseparable Lisboa y llevárselo a una recóndita zona septentrional y depauperada del Portugal profundo. ¿Por qué lo ha puesto tan a prueba?

Pessoa y Lisboa están tan entrelazados que la iconoclastia de la que hablé antes podría ser neutralizada por un microcosmos excesivamente reconocible. El riesgo de atascarse en lo familiar era demasiado grande si Pessoa seguía caminando por Lisboa. Temía que la capital portuguesa actuara en mi imaginación como una camisa de fuerza. Si la idea era dar a los lectores un Pessoa nuevo y carnal, entonces era necesario sacarlo de su zona de confort. Me interesaba poner a Pessoa en situaciones que lo pondrían físicamente a prueba, sin la mediación de la civilización. Entonces decidí convocar a un mundo arcaico y telúrico, plagado de influencias y presencias invisibles. Por eso transporté a Pessoa a un pueblo ficticio, en la Serra do Alvão, poniéndolo a interactuar con una comunidad ensimismada, radicalmente extemporánea. Me preguntaba con qué ojos vería Pessoa, que nunca abandonó Lisboa ni los alrededores, una comunidad así, malsana, grosera, prácticamente inalterada desde el Neolítico. ¿Con los ojos de Caeiro o de Campos? ¿Te dejaría fascinado o aburrido semejante encuentro? ¿Conmovido o disgustado? Pero también me interesaba mostrar el contraste entre la Lisboa de la generación Orpheu y este mundo empobrecido, aislado, miserable, del interior profundo de Portugal, que era un mundo invisible: política y socialmente invisible.

Almada Negreiros retrato de Fernando Pessoa 1964.

Evidentemente no olvida tampoco a sus famosos heterónimos, pero opta por uno de los más desconocidos: Alexander Search. ¿Por qué?

Al comienzo de la novela, se sugiere una teoría alternativa de la génesis heteronímica y se cuenta un primer episodio de despersonalización que le ocurre a Pessoa de niño. Ahora, Search no fue solo el primer heterónimo digno de ese nombre, el precursor del “Drama en gente” de Pessoa, ya que fue creado cuando Pessoa aún vivía en Sudáfrica. Por tanto, es un heterónimo inmaduro y tanteador. Más: la fecha de nacimiento que se le atribuye es la misma que la de Pessoa, el 13 de junio de 1888. Por tanto, es como si Search fuera, más que un heterónimo, un doble, una bifurcación de Pessoa. Y un doble “demoníaco”, como se ve en el pacto que “Alexander Search, residente en el infierno”, hace con “Jacob Satan, dueño, pero no rey, de este lugar”, en 1907… Search es un gemelo demoníaco de Pessoa.

“La literatura, para mí, es un riesgo o no vale la pena”

Desde el mismo título inicial, su novela apuesta por hacer de “lo invisible” y lo oculto el eje argumental de la trama, aunque quizá el desencadenante de toda esta furia paranormal es muy terrenal, pasional y humano, haciendo un emotivo guiño a las novelas de su paisano Eça de Queirós. ¿Es ese equilibrio entre lo uno y lo otro el que mantiene la tensión y la intriga hasta el final?

Escribir me interesa como un acto de resistencia a la obsesión por lo visible, la obsesión por ver y ser visto; en la era de la hipervisibilidad. Como medio de ver más allá de lo visible. Para mí, escribir es una mediación entre lo visible y lo invisible. Y esta novela trata de las intersecciones entre lo visible y lo invisible, que son intersecciones entre lo consciente y lo inconsciente, entre razón y sensación, entre acción y pensamiento, entre ciencia y magia. Magia, brujería y lo sobrenatural son aquí el diluyente que me permite debilitar el límite entre lo visible y lo invisible.

También su amada Ofélia tiene un hueco en su obra. ¿Qué significó ella para el poeta y su obra?

Además de un interés amoroso, protoerótico, Ofélia era para Pessoa una especie de antesala de una vida en común. Digamos que el poeta tenía, en ella, un anticipo de aspectos de la existencia humana que, por ineptitud o por elección, le pasaban por alto. Hablo, por ejemplo, de una normalidad conyugal, con una probable domesticación. En ese sentido, Ofelia era tanto un ángel como un demonio. Es imposible predecir el impacto que habría tenido una vida en común, con lo que ello implica en planificación, codecisión, reciprocidad, en el trabajo de la obra pessoana.

“Escribir me interesa como un acto de resistencia a la obsesión por lo visible, la obsesión por ver y ser visto”

El alcohol llevó al genio a la muerte de forma prematura. ¿Hasta qué punto fue su adicción a la bebida un acelerante de sus demonios mentales pese a que supuestamente bebía para adormecerlos?

Es necesario tener cierta precaución con el tema de la alcoholemia de Pessoa. El grado de dependencia de la bebida aún no está del todo claro. La imagen de un Pessoa volcada en orujo de uva y brandy tendrá algo de verdad, pero también algo de legendario. La borrachera permanente que la posteridad imputaba a Pessoa tiene, como sabemos, consecuencias catastróficas no solo en términos de salud física, sino también en términos de salud intelectual, por no hablar de las relaciones sociales… Ahora bien, no hay motivo para que Pessoa caiga por las calles de Baixa, apoyado en las paredes, tarareando, incluso si fue despreciado o tenía actitudes inapropiadas. En cuanto a su muerte, el diagnóstico fue “pancreatitis aguda” y no “cirrosis hepática”… Lo que no quiere decir que no hubiera sido un bebedor militante. Fernando Pessoa tenía constantes episodios de depresión y abulia (por “anemia febrilizante”). Quizás bebía para luchar contra el demonio de la depresión…

Como usted demuestra con su novela, Pessoa es un autor inabarcable, ilimitable, como persona y como escritor. ¿Quizá por eso usted puede permitirse la licencia de hacer de él un médium con poderes sobrenaturales?

No creo que haya usado una licencia excesiva. La mediumnidad es un aspecto esencial de la creación poética pessoana y del “Drama en gente” de la heteronimia. En la carta de 1916 que mencioné anteriormente, Fernando Pessoa confía a su tía Anica que se convirtió en médium. De hecho, un médium psíquico, dotado de “visión astral”. Y no olvidemos los innumerables escritos automáticos dictados a Pessoa por espíritus del más allá, que se apoderaron de la mano del poeta… Espiritismo y mediumnidad van de la mano. Los poderes sobrenaturales que atribuyo a Pessoa en la novela no son más que una extrapolación de los estudios ocultistas que lo ocuparon buena parte de su vida y que lo pusieron en contacto no solo con la dimensión metafísico-filosófica de lo oculto, sino también, sin duda, con los rituales y fórmulas mágicas. Pessoa es como su famosa arca: parece no tener fondo. De hecho, uno de sus rasgos más brillantes fue precisamente el hecho de que reveló la profundidad universal de la existencia anónima, sin brillo, monótona, remediada, que es la de la mayoría de nosotros.

¿Está todo dicho y escrito sobre Pessoa? ¿qué nos queda aún por descubrir de él y de sus heterónimos?

Leer a Alberto Caeiro por centésima vez provoca el mismo encanto y extrañeza que leerlo por primera vez. Y cuanto más elaboradas son las teorías que exploran la cuestión de los heterónimos, desde la “cuarta dimensión” de la mente hasta el psicoanálisis, el misterio permanece. Cuanto más se pregunta este misterio, más parece que se nos escapa. Pessoa fue uno de los pocos seres humanos que vislumbró lo auténtico, es decir, lo que está fuera del lenguaje pero a lo que el lenguaje apunta o alude. Pessoa, como escribo en un pasaje determinado de mi novela, eligió “la rosa de lo invisible”.

Ophelia Queiroz.
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