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Horas de espera para pacientes con cáncer

El Sistema Público de Salud tienen un protocolo obsoleto que satura y desborda al personal y hace que los pacientes esperen horas por un tratamiento programado semanas antes

Jorge Martín
Jorge Martín
Graduado en periodismo y con un Máster en Locución. Creador y escritor de Rebobinando el cine. Cinéfilo y fotógrafo.
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análisis

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Un paciente de cáncer, citado a las 9 de la mañana para su sesión de quimioterapia, puede esperar hasta cinco horas en un hospital. El Sistema Público de Salud, con medios y profesionales del que carecen muchos centros privados, mantiene protocolos obsoletos que ralentizan la atención y la calidad.

“He visto a compañeras echarse a llorar porque no aguantaban más”

De Galicia a Castilla y León, de Madrid a Andalucía y en cualquier comunidad autónoma, ocurren esperas interminables para pacientes que ven pasar las hora para al final,  en ocasiones, tener que regresar al día siguiente a su sesión de quimioterapia.

Lo mismo ocurre con pacientes de cáncer de mama, que acuden al hospital de su comunidad para, por ejemplo, la cura rutinaria de pecho, y que pueden llegar a esperar hasta tres horas, cuando la cita está protocolizada desde que comenzó el tratamiento.

En muchas ocasiones el tratamiento se tiene que retrasar; no son pocos los pacientes que tienen que escuchar “vuelva usted mañana o esta tarde”. Algo que puede resultar aterrador, especialmente cuando han pasado las semanas previas al tratamiento escuchando a los médicos decir que la efectividad del tratamiento depende en gran medida de su continuidad.

El Sistema Público de Salud en España es, no lo discute nadie, uno de los mejores del mundo. Los profesionales sanitarios están muy bien formados. Tanto, que cada vez son más los  graduados y especialistas que en los últimos años se van de nuestro país, y emigran a otras partes de Europa.

María García, trabajadora de Urgencias de un hospital público en Salamanca, manifiesta a Diario16, en este sentido, que “en particular los servicios de oncología son de los mejor formados”. Al durar los tratamientos desde los tres meses, a incluso años, los pacientes conocen en persona a los trabajadores del hospital. Al final la comprensión de conocerse juega en detrimento de ambos bandos: “la gente no denuncia a quien tiene que denunciar, que está sentada en los despachos”.

García, que fue secretaria general de UGT en Salamanca y antes responsable de la FSP, explica también que “tenemos quirófanos vacíos porque prefieren externalizar”. Algo que contrasta con la ironía de una sala de urgencias “desbordada”, según esta profesional sanitaria, que también destaca que hay trabajadores que realizan “turnos interminables”, y de los cuales se espera que trabajen con la misma perfección desde la primera hora hasta la última. “He visto a compañeras echarse a llorar porque no aguantaban más”.

“La idea parte desde lo más bajo”, confirma esta profesional y ex alto cargo de UGT. Según sus propias palabras,  “cuando una persona va a su médico de cabecera por un dolor de garganta, éste o bien le desvía a un especialista, o le dice que le tiene que atender dentro de una semana”.  Así que el paciente toma la que considera la solución más sensata: “se va a urgencias, donde cree que le vamos a atender inmediatamente” cuenta García. Allí el servicio está tan sobresaturado que drena los recursos del hospital. Llega un punto en que todo el sistema funciona al ralentí.

El problema en España, tal y como denuncian desde los sindicatos, no son los profesionales. “Son los gestores de los hospitales” denuncia la ex secretaria general de UGT. Casos en los que cuenta que “se ha llegado a dedicar cerca de millón y medio de euros en externalizar pacientes a hospitales privados”.  Enfermos que han de pagar de su propio bolsillo desplazamientos a instituciones privadas, que luego no asumen los riesgos o posibles fallos durante una intervención.

Una cuerda floja que en cualquier momento puede partirse por cualquier sitio. Una situación que desemboca en un interrogante como el que plantea María García a todas las partes implicadas y que parece no tener respuesta: “¿Hasta dónde vamos a aguantar?”.

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