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Hegemonía y guerra hacía la bomba nuclear

David Martin
David Martin
Ingeniero de software apasionado por la vida pública. Antiguo monárquico reconvertido a la lucha por la libertad y la democracia. Activista en diferentes asociaciones civiles. Escritor del libro "Democracia, el poder del pueblo". Articulista en medios y foros sobre filosofía política. Y lo más importante, padre de tres criaturas bajo el imperativo moral de dejarles un futuro mejor y una vida digna, libre e igual.
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análisis

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En el día de hoy se requiere no más de cinco minutos en el que usted pueda mover neuronas despojado de prejuicios y etiquetas sencillas, de forma que pueda recuperar su pensamiento crítico.

Europa está en guerra, en una guerra mundial económica que asciende a la escalada bélica de futuro incierto, peligroso, de no retorno. En estos momentos hay dos jugadores de ajedrez en el terreno geopolítico moviendo sus piezas, comiendo y poniendo en jaque a la sociedad occidental en una serie de jugadas finales, ya que la pieza de Ucrania acaba de ser comida.

Desde que estalló la guerra y mucho antes, cada pieza de este juego perdió su propia conciencia, perdió su alma y fue movida por la mano que le dio de comer de forma imperceptible para el común de los mortales. Esta serie de movimientos es lo que podríamos llamar el dominio de la hegemonía cultural, que no es más que la aceptación del “estado de las cosas” por cada individuo transformado en masa, de forma que así deja de ser individuo racional al perder la conciencia del yo.

La hegemonía desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial, desde la caída del Muro de Berlín, desde la desintegración de la URSS, desde el asentamiento de la Unión Europea y la incorporación de más Estados a la unión atlántica, ha sido incesante. De la disolución del yo individual hemos pasado a la disolución del yo nacional. Ya no existe Nación en Europa sino pueblo en el sentido antiguo, en la acepción de un grupo de personas reunidos en una plaza o una pequeña manifestación que mediante el acto de aclamación quieren ser escuchados, pero no existe quien pueda escuchar. La nación política que surge en la Revolución Francesa y su sociedad que se va transformando mediante el transcurrir del tiempo ha muerto, o quizá esté tirada en el suelo y sin aliento esperando recuperarse, pero no se ve su voluntad de existencia por ningún lugar. La nación política existe cuando el pueblo tiene conciencia de ser, cuando el pueblo se identifica consigo mismo y entonces su voluntad se hace presente y destruye la zanahoria al burro, tomando las riendas del caballo.

En este momento nos encontramos ante una Rusia que ha incorporado a su territorio de forma efectiva una serie de territorios que se han autodeterminado mediante referéndum, y recordemos que esto ocurre en un momento crítico, y no como pudo suceder en el 2014 cuando estos mismos territorios reclamaron el mismo hecho a Rusia. Entonces Rusia rechazó su adhesión excepto en Crimea. En el momento pretérito aceptarlos hubiese significado romper a Ucrania sin obtener beneficio alguno, en el momento actual significa que nos acercamos a las acciones bélicas nucleares.

Ucrania con todo su derecho se defiende ante la invasión rusa, y lo hace con la inteligencia, los medios tácticos, estratégicos y técnicos proveídos por la OTAN y distintos países europeos. Pero desde hoy, cualquier ataque al Dombás ya no será en territorio prorruso en disputa por una guerra civil que acontece desde el 2014, sino que serán ataques a territorio ruso. Ningún actor de esta partida de ajedrez quiere retirarse, sino seguir comiendo, de forma que cada movimiento afiance la conquista de sus intereses. Sabotajes a infraestructuras estratégicas como los gaseoductos Nord Stream 1 y 2 por parte de EE.UU afianzan su dominio sobre la dependencia energética de toda Europa como un acto de guerra que ha pasado desapercibido por toda la opinión mediática, llevando a todo europeo de forma inexorable a la pobreza y a un nuevo reforzamiento de la disolución del yo individual y nacional a través de la hegemonía cultural. Los acuerdos de Minsk han sido dinamitados hace tiempo, nadie parece tener ya intención de recuperarlos. Putin y Biden no solo aceptan la escalada, sino que la fomentan, sin oposición alguna bajo una hegemonía ya aceptada sin oposición ciudadana.

Zelenski ha vuelto a pedir su adhesión a la OTAN, siendo esta denegada de nuevo. Sin embargo, no mucho tiempo atrás, este juego peligroso fue una de las razones que forzaron al régimen totalitario de Putin a invadir un país para la conservación futura de su seguridad nacional, lo cual es un movimiento de ajedrez lógico dentro de una serie de acontecimientos. Y no se trata de justificar una invasión o posicionarse en un bando, sino que cabe aquí recordar, que tanto en la geopolítica como en el juego del ajedrez, los movimientos no tienen connotaciones morales, sino que se basan únicamente en la lucha por la conquista del poder, en ganar la partida.

Se ciñen sobre Europa graves problemas, más allá de lo comúnmente aceptado mediáticamente. Acaecen sobre España reiterados golpes, muy por encima de lo intuido personalmente. Es el momento de la lucha contrahegemónica, es el propicio para dar golpes a la estructura gramsciana que sustenta la vivencia irracional. Como diría Gramsci: “Puede llegar un punto en el cual la contrariedad de la conciencia no permita ya ninguna acción, ninguna decisión, ninguna elección, y produzca un estado de pasividad moral y política. La comprensión crítica de sí mismos se produce a través de la lucha de hegemonías políticas, de direcciones contradictorias, primero en el campo de la ética, luego en el de la política, hasta llegar a una colaboración superior de la concepción de la realidad”.

No es ético predicar la paz armando a una de las partes. No es ético el desfile de oligarcas por parlamentos europeos bajo el sustento de antidemocracias. No lo es coartar la capacidad de crítica mediante la imposición de un modo de pensar homogéneo, único y direccionado. Tampoco la propaganda que se dispara cual ametralladora sobre las aparentes mentes vacías de masa cerebral. ¿Por qué aceptar lo inaceptable? ¿Por qué no levantar la voz? ¿Por qué la voluntad de un pueblo debe ser diluida y destruida la voluntad de la nación política? ¿Por qué no hay actor político que diga basta? Es necesario repensar como hemos llegado hasta aquí y como vamos a pararlo.

Un ser colectivo llamado España está, si cabe, más subordinado que nunca. Subordinados culturalmente se llega a la misma nada. No aparece resquicio de memoria en el acervo colectivo de los españoles; la aceptación sin crítica de la Leyenda Negra española, el arrodillamiento al mundo anglosajón, el maltrato y vergüenza de un Rey Fernando VII que mueve a Bolívar y San Martín a la revolución fomentada por ese mundo anglosajón, el fomento de un indigenismo falto de conciencia por la revolución bolchevique desde la URSS, el USS Maine como puntillita a Hispanoamérica, la renuncia al Sáhara por el Rey precisamente para convertirse en Rey, una llamada Transición que de forma material fue una “transacción”, la conversión de Estados legislativos en administrativos como parte de la Unión Europea. Todo es una renuncia a la soberanía del pueblo, por encima de cualquier Constitución y como poder constituyente último de la forma de existencia política.

Efectivamente, la conciencia del yo individual y nacional fue esquilmada hace tiempo. Olvidándonos de grandes hazañas, gestas, y un modo de convivencia y de vida con una idiosincrasia envidiada por gran parte del mundo, no se permitió más que un retroceder desde el poder político sustentado en la antidemocracia que padecemos. Sin embargo un momento en el que se toca el suelo es el propicio para coger impulso. Un momento sin ideales compartidos es el propicio para establecer los nuevos. El momento sin metas definidas es el más idóneo para definirlas. El instante en el que no existe lo moral solo puede ser el único para que comience a existir.

Es necesaria una manifestación y movilización general para decir basta a Europa, a EEUU y a Rusia. Un acto de aclamación que no pueda ser silenciado para la conversión de pueblo en sujeto político, en nación política, en toma de conciencia propia que camine frontalmente con la posibilidad real de la primera bomba nuclear en Europa.

Cito aquí a Antonio García Trevijano ya que el punto actual impide romper con la hegemonía salvo con actos de aclamación popular, fuera del ámbito la execrable polarización ideológica e incidiendo en el pasado que nos une y el futuro que nos debe unir:

En el fondo no hay mucha diferencia entre el consentimiento popular que prestan las masas al Gobierno de un dictador y el que otorgan las mismas mayorías sociales, en las urnas, a las oligarquías políticas que las maltratan en nombre de la democracia.”

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