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¿Hay vida en Marte?

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análisis

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A finales de 1971 David Bowie publicó su maravillosa canción “Life on Mars?”  Y más de medio siglo después sigue despertando curiosidad el mensaje de una de las canciones más bellas y enigmáticas de toda su carrera. Algunos dijeron que era un himno a los problemas sociales de un mundo reprimido e hipócrita. Life on Mars?, es decir ¿Hay vida en Marte? Sugiere la búsqueda de un escape del mundo capitalista que nos absorbe y lamina. Bowie dijo de la canción, que la niña protagonista “se descubre a sí misma decepcionada de la realidad, una realidad que vive con melancolía, y a la que se le dice que hay una vida mucho mejor, lejos, en otra parte. Y ella sufre amargamente por no tener acceso a ella.

Un poco de esa decepción de la realidad, de esa necesidad de escape a una vida mejor, a Marte, si se pudiera, la sentimos muchos de nosotros que vivimos esta desgraciada y desoladora época. Pido perdón a los desprevenidos lectores por dibujar un panorama tan sombrío, una realidad tan decepcionante como ésta que nos ha tocado en suerte, o más bien en desgracia, pero es la que hay. Y por desgracia todavía no podemos escapar ni a Marte ni a ningún otro sitio. Por si sirve de consuelo, pensemos que la cosa todavía podía ser peor, que podía aparecer un planeta viajero como el de la película “Melancolía”, del año 2011, dirigida por Lars von Trier, y chocar contra la Tierra, o  que llegaran unos voraces extraterrestres y se alimentaran de humanos que previamente engordarían en macrogranjas, o que  un monstruoso Fernando Esteso convertido en un robot gigante a lo Mazinger Z, destruyera el planeta lanzando rayos aniquiladores por el pitón de la boina y escupiendo fuego por la garrota láser.

Ni la pandemia, ni el volcán de La Palma, ni el polvo sahariano ni la mismísima guerra en Europa ha podido con la crispación, el desproporcionado berrinche, la desatada ira bíblica de la oposición política, que no ha dejado un solo momento de atizar y avivar el fuego del odio, del resentimiento, del enfrentamiento, de la discordia, denunciando a gritos el cataclismo, el apocalipsis al que nos está llevando este gobierno socialcomunista al que culpan de todo, hasta de lo que todavía no ha ocurrido. Un gobierno al que han atacado y siguen atacando sin tregua ni descanso. Un gobierno frente al que despliegan un odio africano, enfermizo, incurable, porque no pueden soportar que otros estén ocupando los centros de poder  donde tendrían que estar ellos, que los consideran propios por la sencilla razón de que nadie quiere de verdad a España como ellos. No como los “comunistas” que la odian y quieren lo peor para ella. “Comunista” es el término que, siguiendo alguna consigna vigente en el argumentario de los partidos que forman las tres derechas, repiten una y otra vez con un tonillo de desprecio, de escarnio y desdén,  intentando con ello remover algún rescoldo, algún vestigio de la memoria, algún huevo todavía vivo puesto allí por la negra moscarda de la escuela nacionalcatólica y su poderosa e omnipresente máquina de propaganda que se centraba en demonizar al comunismo acusándolo de todos los males habidos y por haber. Cosas tan delirantes como que los comunistas eran demonios que tenían rabo y pezuñas, así lo comentaban en voz baja los niños de mi escuela, o que La Pasionaria se alimentaba de tiernos bebés y cosas a cual más terribles. En la película “Raza” de 1941, dirigida por Sáenz de Heredia, con guión del propio Franco, bajo el seudónimo de Jaime de Andrade, aparecen los militares del bando nacional siempre elegantes, valientes, caballerosos, marciales y con  el uniforme impoluto. En cambio los rojos salen comiendo pipas, siempre recostados de mala manera, sucios, sin afeitar, feos como ellos solos, mal vestidos con unos horrorosos tres cuartos de  hule negro llenos de lamparones y arrugados como un higo. 

Hay que reconocer que ese enorme esfuerzo de propaganda a lo largo de tantas décadas de oscurantismo, con un país amedrentado, pobre, inculto y cerrado sobre sí mismo, tuvo éxito. Y hasta qué punto ha tenido éxito la palabra “comunista” o “los comunistas” que ha llegado hasta nuestros días sin perder su leyenda negra, que todavía hace remover y dar chispazos entre las neuronas de algunas molleras amamantadas con el odio visceral a ese sistema político, el comunismo, al que se ha culpado de todo lo malo, y que se considera lo peor de lo peor. Una palabra esta de “comunista” que pronuncian con especial saña, desprecio y desdén Santiago Abascal, Esperanza Aguirre y, cómo no, Isabel Díaz Ayuso, entre otros salvadores de España. Lo curioso es constatar cómo cala todavía el odio al “comunismo” cuando es algo que aquí no hemos conocido, y sin embargo parece que no ha calado el odio y la aversión al fascismo, que si conocimos y padecimos a lo largo de una interminable noche oscura de dictadura que duró cuatro décadas. Una pavorosa pesadilla que nació de un golpe de Estado fascista. Cosas de este país.

Por desgracia sigue calando la matraca esa de “que viene el comunismo” y se sigue empleando el término para todo, incluso para hacer el eslogan de unas elecciones, como ha pasado con el ya tristemente famoso “comunismo o libertad” que tan buen resultado le ha dado a la Ayuso. Tanto le gusta su propia parida que se la ha hecho grabar en una pulsera, y quién sabe si no se lo habrá tatuado en alguna parte de su cuerpo. Una palabra esta de “comunismo” que suena en sus bocas como la palabra “bruja” en los tiempos de la Inquisición y que, como decimos, no dudan en agitar sin parar las tres derechas como el nuevo “que viene el lobo” para amedrentar a la gente poco leída, poco avisada y de endeble memoria, una gente, mucha de ella bienintencionada, que se deja fácilmente manipular por el continuo bombardeo “informativo” de los medios de comunicación e información, o más bien habría que decir de incomunicación y desinformación conservadores. Un bombardeo a cargo de emisoras de radio, cadenas de televisión y periódicos donde, desde hace ya muchos años, no faltan espuertas de tertulianos tan serios y graves que mueven a risa y espanto a la vez. La cuadrilla de matadores se compone de periodistas, profesores, escritores, militares, economistas y demás, algunos absolutamente deleznables, con un odio y una rabia dentro que da repelús. Si es verdad eso de que el odio hace más daño al que lo lleva dentro, es decir más daño al envase que lo contiene que al que se dirige, hay gente que debe de estar muy mal, fatal. Unos periódicos y unos canales de radio y televisión que expenden, o más acertado sería decir expelen, una invariable programación emitida en sesión continua día y de noche los trescientos sesenta y cinco días del año, donde estos señores y señoras, permanentemente cabreados, agresivos como babuinos en celo, cuentan una y otra vez lo que sus amos, los que pagan, quieren que cuenten en bucle, sin escatimar detalles, cuanto más hiriente el insulto, cuanto más retorcida, alucinante y terrorífica es la mentira y la calumnia, mejor. Intercalan unas “lecciones” de historia convenientemente tergiversadas y manipuladas con tandas de palos a granel al gobierno. Los poderes que financian estos autos de fe donde todos los días queman a los mismos, deben de pagarles muy bien, según se dejan la piel en todas y cada una de sus enloquecidas e incendiarias intervenciones en las que, a fuerza de practicar y meter las morcillas más delirantes e inverosímiles, se han convertido ya en unos consumados actores de este subgénero de terror. Un horror que a su lado “Nosferatu”, el escalofriante monstruo de la genial película de F. W. Murnau de 1922, nos llega a inspirar simpatía y ternura.

Quizás la mejor definición del comunismo actual que tanto encono y  aborrecimiento provoca en el mundo conservador, avivado a diario con grandes fuelles desde esos inmundos medios de comunicación, esté en un vídeo de unos pocos minutos que circula por las redes desde hace ya un tiempo, donde aparece un señor con pinta de hombre corriente, un cincuentón con gafas, con una de esas caras tan comunes que ya no vemos a fuerza de cruzarnos con ella a diario por las calles. El hombre, con un hablar muy soso, de esos sosos que acaban haciéndonos gracia, dice mirando a la cámara con gesto de extrañeza, de perplejidad: “ Cuando digo que quiero una sanidad pública y de calidad, una educación igualmente pública y de calidad, me llaman comunista, cuando quiero un salario digno y unos derechos laborales igualmente dignos, me llaman comunista, cuando quiero una pensión de jubilación que me permita llevar una vida digna, me llaman comunista, luego debo de ser comunista”, acaba diciendo con un encogimiento de hombros, sin variar su gesto aburrido y asumiendo con ese gesto lo que le han dicho los demás que es.

En estos turbulentos días de guerra y de noticias a cual peor, los medios de comunicación conservadores a sueldo del IBEX 35, y la oposición formada por las tres derechas, arremeten todavía más si cabe, redoblando sus ataques contra el gobierno socialcomunista, culpándole de los altísimos precios de la electricidad y los combustibles. Y lo gritan con toda la caradura y la desfachatez de la que son capaces, que no es poca. Lo hacen convencidos de que la memoria de los ciudadanos es muy débil y corta, una memoria de pez, y ya nadie se acuerda de que Aznar, cuando era presidente del gobierno, privatizó las empresas energéticas, ésas que ahora nos están dejando escurridos como bayetas. Y junto a Felipe, que hizo otro tanto, después de acabar sus respectivos mandatos, se colocaron con unos espectaculares sueldos en los consejos de administración de algunas de esas empresas que privatizaron.

A las tres derechas que claman amargamente contra el pérfido Sánchez y los malvados comunistas de su gobierno que, como es natural, solo buscan la ruina de España, su querida España de sus desvelos, habría que recordarles, aunque lo saben de sobra, que después de los gobiernos de Felipe y Aznar, España pasó de tener 130 empresas públicas en el año 1982  a tan solo 16 en 2016. Renfe, Telefónica, Aceralia, Iberia, Pegaso, Seat, Tabacalera… y un largo etcétera fueron vendidas una tras otra, dilapidadas sin miramiento alguno.  Endesa y Repsol, entre ellas.  Qué bien nos vendrían ahora estas dos grandes empresas, que fueron públicas antes de que los dos grandes timoneles de la patria las vendieran, para controlar los desorbitados precios de la electricidad y los combustibles. Pero eran demasiado rentables para no venderlas, había demasiada gente muy poderosa deseando hacerse con ellas para llenarse los bolsillos con los enormes beneficios que generaban. Patria y dividendos.

Ningún comunista, como Pablo Iglesias, el malvado coletas,  hubiera vendido jamás esas grandes empresas públicas, creadas con el dinero de todos, al capital privado. Si lo hubiera hecho, seguramente hubiera corrido la misma suerte que el periodista Jamal Khashoggi, que fue asesinado y descuartizado en Estambul, en el consulado  de Arabia Saudí, ese país democrático, no como Venezuela, donde el emérito tiene tantos y tan entrañables amigos en la famila real. Pero como los que las vendieron, a Endesa y Repsol, fueron Felipe y Aznar, dos intachables patriotas,  no pasa nada. Ningún problema.

Como dice el periodista Víctor Lenore: “Si Pablo Iglesias hubiera abrazado la rojigualda y  la Virgen del Pilar o del Rocío, se hubiera ahorrado el chalet y viviría en La Moncloa”. Ay Pablo, cómo te ves por tu mala cabeza.

¿Hay vida en Marte? Se preguntaba David Bowie en el año 1971. Ahora sabemos que no, y que tampoco reúne las mínimas condiciones para el desarrollo de la vida humana. Aquí seguimos decepcionados con la realidad, pero ya no tenemos la ilusión de que hay una vida mejor, lejos, en otra parte.

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