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Hay que ser muy insolidario para oponerse al «30 por 30» de Yolanda Díaz

La oferta anticrisis de treinta productos de primera necesidad a treinta euros, apoyada por Carrefour, levanta ampollas en el PP y en algunos ministros del PSOE

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análisis

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Anda rabiosa la derechona española, y también la patronal y la caverna mediática, por la histórica propuesta de Yolanda Díaz para garantizar a todos los españoles una cesta de la compra con productos de primera necesidad a precios reducidos, lo que ya se conoce como un “30 por 30”, o sea treinta alimentos básicos a treinta euros para paliar los efectos de la inflación galopante. Carrefour no ha tardado en subirse al carro y es de esperar que en las próximas semanas otros comercios lo hagan también, no solo porque estamos ante una cuestión de pura y simple solidaridad con las familias que peor lo están pasando en esta maldita crisis, sino porque el ofertón tiene un gancho comercial que ni la mejor de las campañas navideñas. No nos equivocaremos demasiado si decimos que de aquí a unos cuantos días las grandes superficies van a ganar mucho dinero con esta iniciativa, con este filón publicitario, ya que por fin podrán colocar un stock de productos y mercancías que hoy por hoy no estaban vendiendo. Así es el capitalismo salvaje: nunca hace nada, aunque sea justo o bueno para una sociedad, si no da dinero.

El caso es que la carta que Díaz se ha sacado de la manga, audazmente, ha dejado descolocado al Partido Popular y sus poderes fácticos. Todos ellos se han quedado sin discurso y dándole vueltas a la sesera en busca de argumentos para contrarrestar la iniciativa. No lo tienen fácil para articular un relato coherente. ¿Cómo rechazar una medida que es buena de por sí, por propio imperativo categórico kantiano? ¿Cómo oponerse a que nuestros paisanos que no llegan a final de mes por la subida descontrolada de precios puedan llenar la cesta de la compra con alimentos de primera necesidad? Hay que ser muy rancio, muy estirado y muy mala gente para decir que no a eso. Pues ellos lo hacen sin pudor. Ayer por la mañana, Cuca Gamarra entraba como elefanta en la cacharrería de las Cortes y lanzaba una de sus habituales andanadas de política basura preguntándose “quién manda” en el Gobierno, si Pedro Sánchez o Yolanda Díaz, al tiempo que acusaba a la ministra de Trabajo de jugar al “populismo y a la improvisación”. En realidad, el tema no era ese, sino si la medida va a servir o no para dar de comer a millones de bocas hambrientas (lo cual está claro que sí). Pero a doña Cuca, viéndose desbordada por los acontecimientos, no le quedaba otra que soltar cualquier ocurrencia que se le viniera a la cabeza para amortiguar el efecto de una medida que sin duda pasará a la historia de este país por lo que tiene de noble intento por proteger a las clases más vulnerables.

Está claro que las declaraciones de Gamarra fueron fruto de la frustración, de la pataleta y por qué no decirlo, de cierta envidia. En el PP no soportan que el plan “30 por 30” no se le haya ocurrido a ningún spin doctor de Génova 13. Feijóo venía de recibir un soberano revolcón en el Senado, donde Sánchez le había aireado las vergüenzas por sus recientes meteduras de pata en materia económica. Y para completar una semana nefasta, solo le faltaba un nuevo golpe de efecto del Gobierno que probablemente le dará un par de puntos más a Sánchez en las próximas encuestas sobre intención de voto. De ahí que entre las filas populares haya cundido el nerviosismo.

Sin duda, el “30 por 30” es una medida digna de ser aplaudida, aunque conviene no perder de vista que esto de regalar leche, aceite y garbanzos a granel es más propio de la beneficencia del rico, de la limosna del cacique y de regímenes paternalistas que de una izquierda ideológicamente fuerte empeñada en conquistar y consolidar derechos para las clases trabajadoras. Lo que Yolanda Díaz está proponiendo es el economato de toda la vida entre cuyas estanterías corrimos los niños de la Transición, el comercio barato para tiempos de paro y hambre (la historia cuenta que Franco topaba el precio del pan para evitar una revolución social). Y ahí es donde más le duele al PP, ya que el Gobierno Sánchez le ha ganado este partido en su propio terreno. Qué se le va a hacer, señora Gamarra, ajo y agua, nunca mejor dicho. En eso precisamente consiste la política: en el arte de emplear la imaginación para mejorar la vida de la gente.

De momento, no pocos expertos ven con buenos ojos este tipo de políticas proteccionistas. Al economista Gonzalo Bernardos le parece “fantástico” el “30 por 30” y le recuerda a Cuca Gamarra que ofrecer alimentos a precios populares es algo que ya hizo Sarkozy, “que de izquierdas no tiene nada”. En efecto, en 2011 el presidente francés decidió combatir la inflación con su plan panier des essentiels (cesta de básicos), que consistía en que cada supermercado ofreciese, de forma rotatoria y cada semana, una serie de productos esenciales como frutas, legumbres, una pieza de carne y otra de pescado, quesos, lácteos y una bebida.

Por descontado, la patronal siempre tan neurasténica ya se ha apresurado a criticar el plan de Yolanda Díaz por bolivariano y chavista. Según los prebostes de la CEOE, la iniciativa repercutirá negativamente en los productores de alimentos, generando más crisis, más paro y más inflación. Todas esas patrañas están aún por demostrar. También decían que España se hundiría si subían los salarios y no vemos muchedumbres tiradas por la calle ni colas de racionamiento después de la mejora del SMI. Al contrario, este tipo de campañas entran dentro de la lógica del capitalismo, repercuten en nuevos beneficios para las empresas que las aplican y de paso contienen la espiral inflacionista.

Que el PP esté en contra del 30 por 30 de Díaz nos parece normal porque en ese partido jamás votarán a favor de algo que sea bueno para el país si va contra sus intereses de clase. De hecho, están deseando que España se hunda para levantarla ellos después, ya lo dijo Montoro. Más sorprendente se antoja que ministros tecnócratas del Gobierno de coalición como Luis Planas, titular de Agricultura, Margarita Robles o Calviño estén en contra. De alguien como Planas incapaz de hacer cumplir la ley de cadena alimentaria para garantizar que los agricultores no trabajen por debajo de costes ya no esperamos nada. De Calviño, para quien esta medida va contra las empresas, no haremos mayor comentario (ella sola viene definiéndose con sus políticas liberalotas). Y en cuanto a Robles qué podemos decir más que no entendemos qué hace una ministra de Defensa metiéndose en el precio del arroz y las lentejas. El uniforme militar acentúa un poco más si cabe el tufillo naftalínico y conservador que siempre ha desprendido la jefa de los ejércitos. Usted a sus tanques y fragatas, que con eso ya tiene bastante, doña Margarita.

Queda claro que si alguien en el Gobierno de coalición está haciendo política social esa es Yolanda Díaz. Para Bernardos es “la mejor ministra con una diferencia abismal”. Y no exagera el gran profesor.

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1 COMENTARIO

  1. Se trata de sostener las condiciones de privilegio que un mercado absolutamente desregulado proporciona para lo más regalados. Se puede imponer intervenciones que ajusten los precios a condiciones de explotación social, como es aplicar el precio más caro de la energía a la inmensa mayoría producida a coste cero, multiplicando los beneficios a costa de unos precios que pagamos todos, teniendo el control de la producción y la gestión las mismas compañías que se benefician; al parecer eso no es una intervención, es una hecho natural; pero no se pueden establecer límites al oportunismo organizado que se aprovecha de la ocasión organizada (la escasez temporal imprevista) que permite extorsionar a la mayoría bajo el principio de la religión neoliberal.
    Aquí no hay sino la mucha inversión que las grandes inversoras destinan a construir adoctrina y credo, a presentar cualquier solución a los problemas difíciles y particularmente beneficiosos para algunos, como un imposible y una ilegalidad. Se puede, y se ha hecho a diario, en la crisis, vender, y considerar legal, bonos soberanos por la mañana generando su depreciación y comprarlos por la tarde a menor precio cargando sobre los ciudadanos la depreciación hasta sumar miles de millones de euros en la diferencia; esto no es una intervención del poder de privilegio de unos especuladores que dominan el mercado; intervenir es solo limitar, parcialmente, el crecimiento exponencial de expropiación de aquellos porque atenta contra la ley. El problema es que nos lo venden como una valoración ética y consistente.
    En cuanto la gente se atreve a reclamar que se trate a los privilegiados como a todos los demás, que se sometan a las posibilidades de todo el alcance de la ley a los cambios legislativos, y que no se puedan aprovechar obscenamente de sus condiciones de ventaja, el ejército de la propaganda se alarma, se sobresalta y se dedica a la inquietud.

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