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¡Hasta podría creerte!

Cruz Galdón
Cruz Galdón
Escritora
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análisis

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Recuerdo aquella sensación de ingenuidad en la cálida niñez cuando buscaba como loca en el cielo esa Osa Mayor y su osa pequeña, cuando entre risas, y con todo su afán, mi madre me señalaba puntos en el cielo donde se suponía que vería caer una gota de leche. Y yo, creyente fervorosa, la buscaba con ahínco.

Recuerdo cuando cualquier secreto contado, aunque el contenido fuera de chicha y nabo se creía a pies juntillas sin poner objeciones a su veracidad. Hasta creíamos casi devotamente que todas las canciones de Julio Iglesias se las cantaba a la Sra. Presley, porque no podía ser de otra forma.

O cuando de pequeña iba a la dehesa con mi familia a que mi padre buscara lo que se le antojase (setas, espárragos, patatas de tierra) y en esa magia de candidez en la que todo era posible, cualquier ruido era capaz de hacerme creer que un animal salvaje saldría detrás de cada encina.

Todo lo que nos es contado en la infancia cobra tal magnitud de veracidad que hasta después de saber quiénes son los Reyes Magos seguimos creyendo. Porque hay creencias ingenuas y genuinas que permanecen para la siguiente generación.

¿Y qué nos pasa de adultos? La sublime certeza de la palabra del otro se pone en duda. La niña ingenua pasa al escuadrón de los incrédulos, porque de no ser así, como hacen todos, que no es otra cosa que madurar, podrías ser lastimado por mentiras. Aquí viene a colación aquel refrán que decía “Piensa mal y acertarás”. Y si no lo haces serás una ilusa a quien zarandearán los intereses perspicaces de los otros que nunca piensan en ti.

Visto así es triste crecer. Tener que dejar en la mochila junto al libro de Los Cinco esa creencia en la verdad del otro. Pero si no crees, no confías y si no confías, no eres feliz. Por eso digo yo que siempre se dice que no tenemos que perder al niño que llevamos dentro, vestido de comunión, mellado y con ojos de sorpresa ante cada cosa que acontece.

Pero vamos un poquito más allá. Decía Bernard Werber, escritor francés cuya frase desconozco si es suya o la hizo propia, lo siguiente:

«Entre lo que pienso, lo que quiero decir, lo que creo decir, lo que digo, lo que quieres oír, lo que oyes, lo que crees entender, lo que entiendes, existen nueve posibilidades de no entenderse».

¡Menudo lío de querer entender lo mío y lo tuyo o lo del otro!

En mi modesta opinión, tenemos que dejar de ser incrédulos en relación con lo externo, sensatos en relación con lo propio. Hasta podríamos creernos que detrás de un “te amo” hay un sentimiento profundo, que detrás de un “lo siento” hay un arrepentimiento verdadero, que detrás de una promesa hay un compromiso de cumplirla.

Es tan virginal la creencia en los demás que desvirgarla con los años debería de ser un delito contra los derechos de ser.

“Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio” cantaba el desaparecido y maravilloso Aute. Porque si hay verdad, hay confianza y si hay confianza, las relaciones humanas son honestas.

¿Por qué mi carta sobre la credibilidad? Porque la estamos perdiendo en la crítica que saca la piel a tiras, en el “todo vale”, porque ya sí que sí, el fin justifica los medios.

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2 COMENTARIOS

  1. Otro domingo más detrás de una ventana, mientras fuera, el estío dice presente con fuerza. Claro, que eso no importa desde mi observatorio pues, acompañado por un café y el primer cigarrillo del día, me regodeo leyendo una nueva Carta de Cruz Galdón con un título significativo y contundente: ¡Hasta Podría Creerte! y que hoy me remitió desde el inicio de su lectura a recordar la letra de algunos versos de tango escritos por vates soñadores quiénes, pese a todo y todos, vivieron como se debe vivir, enarbolando la esencia de ese niño que fueron y que ya no son, sin remilgos. Son los mismos que saben, conocen, que además de la epidemia que nos acobarda, existe desde siempre, subyacente ésta, lade la hipocresía y el cinismo que siempre van de la mano de personajes de sonrisa fácil y fingida para lograr engañar, sin tener en cuenta que al mismo tiempo se engañan a si mismos. Son éstos, los mentirosos de ocasión, los sabihondos de cloaca tratando de expandir hacia el mundo su desencanto de no ser. Pero, para que seguir con esto que sabemos sobradamente y que trae a colación Cruz para situarnos en ese cruce de caminos que nos impone el creer o no creer, por eso es que culmino ésta recordando segmentos de los tangos referidos….»desde chico yo tenía en el mirar, esa loca fantasía de soñar…» dice Eladia en su «Sueño de Barrilete», versos dictados por la niña que llevaba adentro y esos otros, de Cambalache de Discepolín, que dicen…..»hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, pretencioso o estafador…..»o aquellos que nos canta Camouflage de José García, cuando, expresando…»hoy en día todo es grupo disfrazado de verdad y una sarta de mentiras ha invadido la ciudad…..». Seguramente, lo sé, el texto de la carta de hoy me han llevado a terrenos personales, que no son solo míos, aunque me hizo bien recordarlos para reafirmar que se debe vivir con la guardia en alto para no caer en las redes de los «borrachos de sombra negra que van envenenando la tierra»(Dixit Machado). Llego al final sorbiendo el resto del café y agradeciendo sordamente haber vivido el momento de reflexión propuesto por la escritora que sabe cantar la «Justa» (como decimos en el barrio), Cruz Galdón. Un abrazo grande y virtual para ella y mil gracias a Cambio 16 por permitirme leerla.

  2. Hay mucho en esta frase:

    Es tan virginal la creencia en los demás que desvirgarla con los años debería de ser un delito contra los derechos de ser.

    Puede que sea en esa infancia virginal, donde creer y confiar compartan espacio.
    En el tiempo, confiar, en los demás, se va a nuestras raices más profundas, allí donde vive nuestra estabilidad.
    Creer, va subiendo a la zona donde está el conocimiento, la experiencia, la educación…

    Creemos por la razón
    Confiamos por la fe

    Un abrazo enorme Cruz

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