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Hacia la libertad, hacia el 8 de Marzo

Francisco Javier López Martín
Francisco Javier López Martín
Licenciado en Geografía e Historia. Maestro en la enseñanza pública. Ha sido Secretario General de CCOO de Madrid entre 2000 y 2013 y Secretario de Formación de la Confederación de CCOO. Como escritor ha ganado más de 15 premios literarios y ha publicado el libro El Madrid del Primero de Mayo, el poemario La Tierra de los Nadie y recientemente Cuentos en la Tierra de los Nadie. Articulista habitual en diversos medios de comunicación.
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análisis

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Vivimos tiempos extraños. De esos malos tiempos de los que hablaba Dürrenmatt, en los que hay que volcar un ingente esfuerzo en demostrar lo evidente. Parece algo increíble en momentos de sobresaturación informativa y expansión del Big Data tendente al infinito.

Probablemente sea ese exceso de datos el que determina nuestra incapacidad para detenernos a pensar con dos dedos de frente y nos conduce, indefectiblemente, a aceptar como verdad, la mentira mil veces repetida, siguiendo el inestimable consejo del jefe de la propaganda nazi Joseph Goebbels.

Es cierto, como escucho a una tertuliana de reality show (obsérvese que para escucharla tengo que verla, por más que luego diga que pasaba por allí), que vivimos tiempos de auge de las mujeres. Y, sin embargo, aunque pudiera parecer lo contrario, las desigualdades siguen persistiendo y las violencias en manada siguen arreciando.

Si miramos hacia el interior de las familias, comprobamos que las mujeres siguen dedicando el doble de tiempo que los hombres a tareas domésticas de todo tipo. Tareas que no son agradecidas, ni reconocidas, ni mucho menos pagadas. Es cierto que las cosas han cambiado, pero me parece observar que sigue persistiendo el concepto de ayudar a la mujer, en lugar de asumir el de la corresponsabilidad.

Si nos fijamos en el externo, la infrarrepresentación femenina sigue siendo evidente en los consejos de administración, los cargos políticos, las tareas de dirección en las empresas, el desarrollo de carreras profesionales y hasta en los salarios, en los que las mujeres soportan retribuciones más del 30 por ciento inferiores a las de los hombres.

No seré yo quien haga el correlato de las desigualdades de género aún existentes. Tan sólo utilizo estos ejemplos para establecer un contraste con las posiciones cada vez más cuestionadoras de la igualdad, que repuntan con fuerza en el panorama político y social de nuestro país.

Porque frente a la realidad de una mayor visibilización de la mujer y su discriminación, compruebo cómo, abiertamente y sin complejos, hay quienes comienzan a identificar a los extranjeros, a quienes denominan “feminazis”, a los homosexuales, o a los catalanes, como focos de todos nuestros males.

Observo, además, que las gradaciones y tonos de gris de estas afirmaciones, brillan por su ausencia. Todos los inmigrantes (sólo si son pobres), todas las feministas, todos los catalanes, todas las opciones no heterosexuales (sin entrar en disquisiciones de L-G-T-B-I-Q…).

De nuevo Goebbels, para quien todos los enemigos son un único enemigo. Hay que simplificar, no hacer matices, no dificultar la fácil asimilación del mensaje. El enemigo es uno y culpable de todos nuestros fracasos, disfrazado, eso sí, de muchas maneras. No hay matices. Socialistas, cristianos, socialdemócratas, comunistas, judíos, sindicalistas, masones, homosexuales, mujeres libres. El mismo enemigo. El mismo trato. La misma solución final.

Hace ya casi 110 años que Clara Zetkin propuso que el 8 de Marzo fuera un día de conmemoración y de la lucha de las mujeres trabajadoras. La decencia de los trabajos, la formación de las trabajadoras, el derecho al voto, acabar con las discriminaciones de género, constituían el eje vertebrador de una fecha que terminaría convertida en Día Internacional de la Mujer, tras el reconocimiento de la Naciones Unidas hace ya más de cuarenta años.

Cada año, parece más oportuna y necesaria esta movilización social hacia la que nos encaminamos. Y digo movilización social porque el 8 de Marzo se representa como mucho más que una huelga al uso. No se trata sólo de no ir a trabajar, sino de convertir el día en un instante para la reflexión compartida sobre las discriminaciones que confluyen al mismo tiempo en nuestras vidas.

Desigualdades y discriminaciones que tienen muchos orígenes. Uno de esos orígenes es el género al que perteneces. Otro, es la brecha, cada día mayor, que separa a los ricos de los pobres, junto a tu formación, tu empleo, tu raza, tu religión, tu opción sexual, o tu lugar de nacimiento.

Por eso, creo que es verdad que todos los feminismos suman, como lo es que ésta de la igualdad es una lucha en todo lugar, todo tiempo, todo modo y toda circunstancia personal y social. Una lucha de cuantas organizaciones, movimientos, sindicatos, partidos, asociaciones, corrientes ideológicas, han tirado de la Historia hacia un horizonte de mujeres y hombres libres e iguales.

Un día para parar el consumo, para que los cuidados sean realizados por los hombres, para no ir al trabajo, ni a los centros de estudio y para reivindicar en las calles la igualdad y el final de las discriminaciones y la violencia de género.

Habrá mujeres que puedan hacer huelga laboral y otras no. Habrá hombres que hagan huelga para ocupar en casa el puesto que cubren habitualmente las mujeres en la atención y cuidados familiares y otros que no puedan. En todo caso los sindicatos deben defender que ninguna persona que vaya a la huelga, pueda verse perseguida, sancionada, despedida. De ahí la importancia de una cobertura legal que permita que quien pueda y quiera vaya a la huelga.

En todo caso, me parece que si algo debe caracterizar la movilización del 8 de Marzo, es convertirse en una bandera alzada por la libertad. La única bandera que merece la pena ser defendida. Una bandera que no puede izarse si la igualdad no existe, si la solidaridad es olvidada, porque entonces la libertad no sería ya un derecho universal, sino una nueva y poderosa máscara de la opresión de mujeres y hombres.

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