El Partido Socialista va camino de la nada desde hace ya tiempo. Cada día que pasa su líder grita más en los mítines, como si fuéramos sordos o lentos de entendederas, como si por machacar más a gritos las cuatro consignas que le quedan se nos fueran a instalar en el lugar más débil del cerebro, como si por gritar más pudiera algún incauto pensar que tiene la razón. Grita más y convence menos, si ello fuera posible. Y todos sus compañeros de viaje le ríen las gracias. Y todos los demás le ponen la zancadilla, más o menos ostensiblemente. “A río revuelto, ganancia de pescadores” o “No hay mal, que por bien no venga”, a saber. Quien más, quien menos calcula lo que le conviene más y el Partido anda hecho unos zorros. Muchos han desaparecido del mapa y no parece que hayan quedado los mejores. Han quedado y siguen en la línea de salida los que calculan la jugada, la suya, la de los suyos. La jugada rápida, el movimiento que les conviene a corto plazo. Y en ese cálculo se han cargado las ideas, los principios, las utopías viejas ¡tan bellas! Aquellas utopías en las que muchos creyeron cuando se sentían jóvenes e ingenuos y tenían el corazón en su sitio, a la izquierda, donde tiene que estar.
Aquel Partido que ilusionó a tantos no es este partido. Aquellos jóvenes combativos no se reconocen en él. Les han arrebatado la ilusión y aún les piden el voto con el mismo himno hermoso, que estremece, pero ya no conmueve. No son los tiempos de los cantos y las cerillas encendidas. Y no queda ya nada en aquel viejo baúl de los recuerdos. Sólo nostalgia. Y los demás, los que han nacido tarde y sólo conocen aquellos tiempos por los cuentos que han oído, ni siquiera sienten curiosidad, menos aún interés.
Se sabe a dónde no va el Partido Socialista: no va a volver a los orígenes. Y como se ha llegado a una situación vergonzante, algunos quieren hacer un lavado de cara a su ineptitud y abogan por pactar con los de ese movimiento que nació del descontento de muchos y se pretende la nueva izquierda, con los de Podemos. Van a un suicidio anunciado para salvar los muebles un poco de tiempo más, un cambio de cromos, el juego más infantil donde los haya. Para salvarse ellos, para salvar la jugada, la suya, aunque se joda del todo la partida. Y el partido, de paso.
Hay alguna voz en la retaguardia, pero acaso se haya silenciado demasiado tiempo por un extraño sentido de la lealtad, cuando no por una cautela excesiva que casa mal con la acción política. O, a lo peor, por otro cálculo. El horizonte es gris oscuro, casi negro. No se ve la salida entre las tinieblas.
Aquí, en mi tierra, en Aragón, acaban de realizar uno de esos cambios de cromos. El Presidente de las Cortes, socialista, ha renunciado a su puesto y ahora es Presidenta una de Podemos. Ha renunciado para seguir de alcalde de Barbastro, mi ciudad, de la que ya era alcalde antes, claro. En Provincias también se juega. ¡Y tan contentos!