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Guerras del siglo XXI

“David reunió al pueblo y, marchando contra Raba, la atacó y se apoderó de ella” (II Samuel: 12, 29).

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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Hay guerras internacionales y guerras domésticas. No nos falta nada.

Los ecos del Antiguo Testamento vuelven a oírse con un estruendo de destrucción y muerte en forma de bombas y misiles que lo arrasan todo allá donde caen. Ahora se han vuelto las tornas y es Goliat el que golpea a David. Bombardeos permanentes con el objetivo de la destrucción de un país. No parecen haber entendido nada de las experiencias del pasado. Israel contra Palestina. Pueblos próximos con una historia muchas veces común se tienen declarada una guerra a muerte.

Unos y otros estrechan lazos con otros gobernantes para hacerse más poderosos, ganándose su apoyo. Solo un ejército más fuerte podrá vencer al enemigo. No hay otra solución, dicen. Que cada uno se las arregle como pueda. Esta dialéctica se extiende al resto de los países e instituciones internacionales. Nadie quiere parar la guerra, aunque la excusa es que no pueden. Hasta el exterminio total. Hay que empezar matando a niños y adolescentes, porque estos se convertirán en sus enemigos dentro de muy poco. A los mayores y ancianos pronto les sorprenderá la muerte natural. Así se expresa la dialéctica de la guerra internacional.

El clima mortífero se extiende a otras guerras más domésticas, que también trabajan en sus particulares intereses y no en los públicos y comunes. Se rompen los acuerdos vigentes a la menor ocasión. Así no avanzamos como pueblo. La guerra del Consejo General del Poder Judicial lleva varios años en cuartel. Pocas veces se hace explícita, actuando siempre de modo larvado. El presidente de los jueces pide en publicó a los poderes políticos que se pongan de acuerdo y lo renueven, sabiendo de antemano que no lo harán. Mientras sigamos, parecen pensar, continuaremos afianzando las estructuras básicas del gobierno con una cúpula más poderosa. No se les ocurre dimitir en bloque, poniéndolo todo en evidencia. Esto no lo pueden hacer por responsabilidad.

Los políticos, unos más que otros, se cierran en banda para no hacer una mínima concesión al adversario. Ya está claro desde hace tiempo que solo se renovará el gobierno de los jueces, cuando sea vencido el adversario y los que se encontraban en la oposición se hagan con el gobierno del Estado. Esto solo manifiesta la miseria política de lo que son.

Las guerras entre Estados solo acaban dañando siempre a los más débiles. Incluso los niños son sacrificados por intereses políticos. Ahora las relaciones diplomáticas entre España y Marrakech han provocado que miles de inmigrantes hayan llegado a la ciudad de Ceuta. Los periódicos de la derecha aprovechan para atacar al Gobierno en lugar de pedir firmeza y unidad. Cuando uno no se doblega a los mandatos del otro, llega la venganza sin tardar. El Polisario es mi enemigo y quien lo favorezca también lo será, así que habrá que producir la inundación de seres humanos. Claro que la política internacional tampoco tiene por dónde agarrarla. No se les ocurre más que pagar millones de dólares para que un país se quede con las migraciones con el fin de que no puedan molestar a otros países europeos. Gobiernos sin demasiados escrúpulos se aprovechan bien de las situaciones y las custodian como ganado y con el látigo preparado. De las causas de la venida ya no se habla.

Socios fiables, que agradezcan las condiciones favorables con el viento a favor, ya no hay ninguno. Se trata de la política del caudillismo total. Guerra entre ellos mismos para colocar a los mejores peones. Declaraciones estruendosas, que pueden contradecirse, incluso, pero todo vale. Ningún tipo de colaboración que favorezca a un equipo de gobierno, porque puede poner en peligro la economía, pero no importa, porque solo yo puedo salvarla. Esto no es sentido de Estado, ni tampoco disciplina democrática alguna, únicamente hay que prepararse para el ataque final. La convivencia se hace así imposible.

Los colectivos profesionales son atacados sin piedad. Sanitarios y educadores ven rebajadas sus expectativas cada año. Si hay que bajar el gasto público, ya se sabe quiénes lo pagaran: Sanidad y Educación. No se piensan en la salud de los ciudadanos, ni en su formación. Hay que privatizarlo todo, porque las empresas pueden hacerlo mejor. Potenciar lo público ha quedado obsoleto, es lo privado lo que garantiza el futuro. Así las mentes se van reduciendo y lo que estaba abierto y procedía libremente ahora tiene un nuevo canal, que cierra las perspectivas y las concentra unilateralmente.

Guerras ideológicas para que renazca lo que parecía perdido, pero nunca se fue. Lo viejo y caduco vuelve para agostar lo nuevo, que solo renace con las peores dificultades posibles. El clima de valores trasnochados se mantiene, mientras que los que debían implantarse ahora no tienen el suficiente empuje para imponerse. La degradación se va haciendo fuerte y por eso no despunta firme para solucionar los problemas cotidianos urgentes. No han cesado las guerras desde el siglo de las luces racionales a todos los niveles. Todavía hay guerras en el siglo XXI, sin que estalle una paz segura y brillante. En la época de la igualdad y la solidaridad se hacen presentes nuevos nubarrones amenazadores contra un modo de vida occidental y libre. Otra vez se impone la vergüenza como humanidad, porque no nos soportamos unos a otros. ¿Quién podrá ser ahora la luz del mundo y el mensajero de la paz? Seamos positivos, todo esto tiene que pasar. Que sea pronto y no a largo plazo.

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