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Guerra y miedo

José Antonio Vergara Parra
José Antonio Vergara Parra
Licenciado en Derecho por la Facultad de Murcia. He recibido específica y variada formación relacionada con los trabajos que he desarrollado a lo largo de los años.
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análisis

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Como ya he mantenido alguna vez, la legítima defensa individual y colectiva está plenamente justificada pero hoy no hablaré de ello sino de la guerra en sentido abstracto, en cuanto manifestación del lado más execrable del ser humano. También hablaré del miedo; tal vez el instrumento más persuasivo y eficaz para doblegar voluntades.

Desde que el mono alcanzó la verticalidad, el mundo ha estado en guerra. Mil motivos y casi ninguno razonable. Con lo fácil que lo hace el león, orinando las lindes para marcar territorio. Pero no. Teníamos que poner la ciencia al servicio de la muerte donde diabólicos artilugios, de explosionar, dejarían laurel sin corona. Hay que ser gilipollas; y miserable. La cuestión es ver quién la tiene más grande; la estupidez, digo.

Ahora todo se ha vuelto más sutil. Se mata y se muere por encargo pues, por lo general, espichan los corderos y se libran los rabadanes. Tal es así que, mientras la industria de la guerra cuenta los fajos, los pobres horadan la tierra para enterrar a sus muertos. Pelillos a la mar. Unas salvas al viento por acá, ataúdes abanderados por allá y reverencias marciales por acullá. Almas cándidas que se apagan en esta vida y brillan en la noche; también en las solapas y charreteras de uniformes que huelen a naftalina. Según cuentan las crónicas, la sangre y la carne quemada cotizan en bolsa, sólo que siempre ganan y pierden los mismos. Ganan los oportunistas y los especuladores; y los que, sorpresivamente, pasaban por allí en el momento y lugar oportunos. Como de costumbre,  pierden los humildes cuyo sudor sufraga el aquelarre y cuyos hijos son ofrecidos en sacrificio. Andan eléctricas y petroleras pavoneando beneficios para alegría de accionistas y miseria de consumidores. La industria de la muerte debe estar de enhorabuena pues tantos tiros oxigenan sus existencias y habrá que reponer los estantes.

Que la guerra tenga sus normas no deja de ser una broma macabra pues la Ley no vino para reglamentar la barbarie sino para proteger al hombre de sí mismo. O ésa era la idea aunque ya sabemos que la Ley acostumbra a ser la conveniencia del más fuerte. Que se lo pregunten al señor feudal que, en virtud del derecho de pernada, para sí se reservaba el usufructo (esto es, el goce y disfrute)  de la plembeya (Paco Martínez Soria dixit) recién desposada. Si lo prefieren, pregunten al Emérito que, además de majestad, era inviolable. Los delitos prescriben que es una barbaridad, sobre todo cuando se les deja prescribir. No así la desvergüenza  que alcanza por igual  a cetros y cayados aunque, como decía mi abuela, para sentirla hay que conocerla.

El mundo está permanentemente en guerra. En este justo instante, creo que hay algo más de una veintena de conflictos bélicos repartidos por el Mundo, lo que nos recuerda que la expresión homo sapiens fue demasiado pretenciosa. Ocurre que los medios, esto es, los escribanos del poder, deciden qué guerras transmiten en directo y cuáles en diferido. Como ocurre con los vivos, entre los muertos también hay clases. Los hay de primera, de segunda e, incluso, anónimos.

Nos han tenido tres años acojonados con el maldito virus aunque nadie anda interesado en saber quién, cómo y por qué se originó el bicho. O, si lo saben, callan. ¿Y por qué? Y si no lo saben, ¿por qué no quieren saberlo? Hace pocos días, recordamos a las víctimas de los atentados del 11M. Faltó lavar lo que quedó de los trenes con  KH7 para borrar todo vestigio que pudiera arrojar luz sobre lo sucedido. Y así, entre virus y apatías muy sospechosas, nos hallamos ahora, con los precios de carburantes, energía y alimentos por las nubes. Como nuboso, muy nuboso, asoma el horizonte. Los más distinguidos burócratas “uropeos” y los primeros ministros  advierten que vienen tiempos duros. Para nosotros, querrán decir, porque ellos viajan gratis en primera o en coches con conductor mientras mensualmente se llevan una pasta gansa. Yo les pagaría un plus de peligrosidad para que ellos, y sólo ellos, librasen las batallas en el frente. Al fin y al cabo, son nuestros representantes. Pues que nos representen también en la batalla y dejen en paz a jovenzuelos con acné que bien merecen una vida feliz y longeva. Que se dejen de patrias, honores y monsergas y que vayan ellos al frente. Que lo arreglen a hostias, o se batan en duelo  o se lo jueguen a los chinos. Lo que ellos quieran pero que nos dejen vivir en paz de una puñetera vez. Putin nos ha recordado lo que ya sabíamos; que, como otros canallas pretéritos y coetáneos, es de gatillo fácil aunque para matar y morir manda a otros en su nombre.  Muy listo el ex agente y muy tontos sus soldados por no revelarse en masa y mandarlo a templar gaitas.

El miedo ya lo conocemos pues forma parte de la vida. Miedo a perder el trabajo o la vida o a un ser querido. De miedo ya vamos servidos y lo último que necesitamos es que tantos bastardos nos inoculen miedo para que inclinemos la cabeza y aguantemos cuantos golpes sea menester. En la Gran Depresión americana, su gobierno entendió que debía subir la moral de sus ciudadanos; no para esquivar la realidad sino para mejorarla. Tal es así que, bajo el espíritu del llamado New Deal, la administración estadounidense repartió de nuevo las cartas y, a falta de redes sociales, patrocinó películas específicamente destinadas a insuflar ánimo en almas y bolsillos rendidos.

No somos conscientes del poder que tenemos y, por no serlo, no lo ejercemos. Defender nuestra forma de vida frente al invasor, sí. Colaborar con los delirios de grandeza de un loco, no. Somos una orquesta sin director que chirría los tímpanos. Si fuésemos capaces de afinar los instrumentos e interpretar la partitura al mismo tiempo, les aseguro que torres tan altas como despreciables caerían.

El orden mundial se cimenta sobre intereses meramente crematísticos, ignorando principios éticos y morales. Y así nos va pues de aquellos olvidos, esta ciénaga.  El sufrimiento del pueblo ucraniano es la enésima metáfora, escalofriante y turbadora, del mal en la Tierra. Mientras palpitan las teclas de mi portátil, niños ucranianos con cáncer están ya en mi tierra para que la ciencia que apuesta por la vida pueda dispensarles una oportunidad. Y ése, mi país, merece ser protegido hasta el último hálito de nuestras vidas. También me acuerdo de nuestros vecinos del sur que, desesperados, mueren en el mar en busca de alguna oportunidad. Y pienso que el Mundo es un lugar muy grande donde hay comida, agua y oportunidades para todos. Si la justicia social no alcanza a todos no habrá muros, vallas ni mares que contengan la desesperación.

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