Gracias Alfonsín

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Se cumple este año un aniversario que para la mayoría de los argentinos, afortunadamente, pasará desapercibido, y si esto es así es porque la democracia está incorporada a nuestro estilo de vida, a nuestros valores más preciados. Con sus errores, sí, pero entendiendo como dice la remanida frase que es el menos malo de los sistemas de gobierno. Se cumplen 30 años del primer recambio presidencial entre dirigentes de diferentes partidos políticos, y este aniversario es posible por lo que ocurrió entre el 14 de mayo y el 14 de junio de 1989.

Fue un mes y pareciera que hubiese durado mucho más, porque el tiempo transcurrido entre la elección presidencial y la renuncia de Raúl Alfonsín a la Presidencia de la Nación, Argentina fue sometida a unas presiones desconocidas hasta entonces a las cuales pudo sobreponerse, fundamentalmente, por el accionar de aquel gallego testarudo, como le gustaba presentarse, que entendía que por sobre todo y todos, lo importante era la consolidación democrática.

Alfonsín siempre afirmó que el mayor éxito de su gobierno, y por el cual se lo debía juzgar, era si él era capaz de entregar el mando a otro Presidente elegido democráticamente, y en ese sentido siempre puso por delante este objetivo. Así, se convocó a elecciones presidenciales para el 14 de mayo de 1989 y en ellas resultó triunfador el principal candidato opositor, Carlos Saúl Menem, al frente de una coalición de partidos liderada por el Partido Justicialista y que incluía entre otros al Partido Intransigente, el Partido Comunista Revolucionario, el Partido Demócrata Cristiano y el Partido Socialista Auténtico, que proponía el ‘salariazo’ y la ‘revolución productiva’.

La elección se desarrolló con tanta anterioridad al recambio presidencial, previsto para el 10 de diciembre de aquel año, porque el artículo 78 de la Constitución entonces vigente establecía que ‘reunidos los electores en la Capital de la Confederación y en la de sus provincias respectivas cuatro meses antes que concluya el término del Presidente cesante, procederán a elegir Presidente y Vicepresidente de la Confederación’, lo cual daba lugar a un vacío de poder del gobierno en funciones en caso del triunfo de un ideario diferente al del gobierno en funciones, y vaya si era diferente. Esta realidad, que hoy es evidente no era tan clara en la Argentina de entonces, puesto que desde la sanción del sufragio universal en 1912 no había habido un recambio presidencial entre dirigentes de diferentes partidos y tan solo dos recambios entre diferentes personas al frente del Poder Ejecutivo Nacional. Pero Alfonsín debió aprenderlo rápidamente, puesto que ya no contaba con el respaldo suficiente para poder implementar medidas de acción que garantizaran la gobernabilidad del país hasta el recambio de autoridades, y así lo hizo saber en la cadena nacional en la que expuso al país con crudeza la realidad.

Dijo entonces Alfonsín que ‘Yo tenía una ilusión muy grande que ustedes conocen, porque me he referido a ello muchas veces: cumplir el mandato de los seis años. Pero frente a la circunstancia electoral muy clara y a la continuación de esta incertidumbre que generaba este comportamiento económico que llevaba a la situación que les he manifestado, llegué a pensar incluso, si no estaba frente a un problema de vanidad personal, porque la misión estaba cumplida, ya habíamos ido a las elecciones, ya había un candidato electo, ya estaba prácticamente realizada la consolidación de la democracia a través del traspaso del poder y, sin embargo, nos encontramos con este problema… De modo que todo esto siguió generando estas circunstancias y yo llegué a la conclusión de que debía ofrecer la anticipación de la asunción del nuevo presidente de los argentinos.’

Sin embargo el presidente electo, Carlos Menem, no coincidía con el diagnóstico y procuraba que el gobierno radical saliera ‘escupiendo sangre’ de la Casa Rosada porque eso le allanaría el camino para la implementación de su plan de gobierno, que lejos estaba de los anuncios de redistribución del ingreso.

Así lo hizo saber Alfonsín quien le explicó a la ciudadanía que pese al ofrecimiento de la entrega anticipada del gobierno, que el peronismo aceptaba en privado y rechazaba en público, con su equipo estaban ‘dispuestos, como lo dije antes también, a gobernar sin desmayos hasta el diez de diciembre del corriente año’, pero para salir del juego maquiavélico del doble discurso de las autoridades electas afirmó claramente ‘eso sí, que nadie venga a decir en lo sucesivo que resulta o puede resultar conveniente la entrega anticipada.’ Y dejó en claro que ‘vamos a hacer no sólo una economía de guerra. Va a haber un gobierno de crisis’. Se hizo cargo de su responsabilidad, aun a costa de su desprestigio personal, pero sin dar lugar a especulaciones sobre su proceder, retomando las ideas pronunciadas desde el púlpito de la Iglesia Stella Maris cuando Monseñor Medina en forma solapada, ya que nunca se concretó la denuncia judicial, deslizó la sospecha de hechos de corrupción en su gobierno.

Alfonsín expresó entonces claramente en la cadena nacional que ‘en esta verdadera orgía de calumnias que estamos viviendo, que se debe en buena medida al hecho de que las reglas jurídicas vigentes no garantizan la defensa adecuada del honor personal quiero decir, digo en cuanto a esto, que se habla de la corrupción, que quién tenga pruebas acuda a la justicia. Nosotros lo acompañaremos. Quién no tenga pruebas acuda a la fiscalía de investigaciones, porque estaremos detrás para procesar al sinvergüenza. Pero quién diga simplemente por cualquier medio que hay corrupción vagamente, sin hacer la imputación que corresponda ante la justicia o ante la fiscalía para detener al sinvergüenza, es en sí un sinvergüenza’. Monseñor Medina fue un sinvergüenza.

Alfonsín aceptaba críticas sobre qué es lo que hizo, no sobre cómo las hizo. Alfonsín no daba lugar a que se cuestionara su honestidad, si alguien tenía dudas que se presentara ante los organismos correspondientes, pero que no lanzara acusaciones al aire sin fundamentos que minaran su credibilidad. El tiempo demostró que estaba en lo cierto, puesto que nunca tuvo una causa judicial en su contra. Ni siquiera inventada.

Pero pese a esta cadena nacional que Alfonsín hiciera 15 días después de las elecciones presidenciales, los hechos se aceleraron dramáticamente, porque reconocidos dirigentes que luego ocuparon cargos en el nuevo gobierno, en especial dos que ocuparon alternativamente la Cancillería Guido Di Tella y Domingo Cavallo, salieron a declarar pública e irresponsablemente cuáles serían las políticas a implementar tras el recambio presidencial, lo cual dejaba sin margen de acción al gobierno vigente. Los anuncios de ‘dólar recontra alto’, el pedido de la suspensión de créditos internacionales, el aviso del no pago de la deuda externa o el anuncio de aumento general de salarios generaban que nadie confiara en el gobierno de crisis que planteaba Alfonsín, lo cual tornó insostenible la situación y colocó al país, ya no al gobierno, al borde del abismo.

Por eso dos semanas después de la cadena nacional en la que ponía a disposición su cargo en pos de la consolidación democrática realizó una nueva cadena nacional en la que anunció que finalmente había resuelto ‘resignar a partir del 30 de junio de 1989 el cargo de Presidente de la Nación Argentina con el que el pueblo me honrara desde el 10 de diciembre de 1983’, pero una vez más, mientras dirigía su mensaje al pueblo argentino, le hablaba a la historia.

Afirmó entonces que ‘Ningún esfuerzo en este momento tendría sentido si pone en peligro las metas que entre todos ya hemos logrado. Y si ese esfuerzo exige del Presidente las actitudes personales necesarias para allanar un camino de turbulencias, esas actitudes deben adoptarse sin demora. En especial cuando esas turbulencias crean angustia en la gente, inseguridad en los hogares y la sensación que de pronto un vendaval se hubiese desatado sobre el país […] Ningún presidente tiene derecho a reclamar indefinidamente el sacrificio de su pueblo si su conciencia le indica que puede atemperarlo con el suyo personal.’. Ponía en palabras su accionar cotidiano, y pasado el tiempo resuenan una y otra vez cuando uno ve el proceder de quienes lo sucedieron en el cargo.

Alfonsín dejó la presidencia de la República para que la Argentina no dejara la democracia.

Los representantes del gobierno en funciones y los del gobierno electo habían acordado cuatro cuestiones básicas ‘

1. Alfonsín y Martínez presentarían al Congreso Nacional sus renuncias formalmente el 30 de junio;

  1. Que se convocaría a una reunión del Congreso en Asamblea Legislativa para el 8 de julio;
  2. Que en esa reunión la Asamblea Legislativa aceptaría las renuncias de Alfonsín y Martínez y a continuación tomaría juramento como presidente y vicepresidente a Carlos Menem y Eduardo Duhalde;
  3. Que hasta el 10 de diciembre de 1989, cuando debían asumir los nuevos diputados y senadores, la UCR sancionaría sin demora todos los proyectos de ley enviados por el presidente Menem.’​, puesto que como anunciara en la cadena nacional ‘procuramos con el señor presidente electo fórmulas de cierta gobernabilidad y llegamos, incluso, a encontrar el apoyo y la comprensión de las legislaturas. La realidad que acucia a cada uno demuestra que tampoco eso fue suficiente. Menos aún, ahora, cuando se han difundido reales o presuntos detalles de la política económica en elaboración por las futuras autoridades. La información trascendida es de tal naturaleza que todos han de comprender de qué modo ha de repercutir sobre el ya alterado funcionamiento de los mercados.’, por lo que ‘He impartido instrucciones a las autoridades respectivas para que se instrumente en el más breve plazo posible los mecanismos de consagración del candidato virtualmente electo el 14 de mayo de 1989 para el cargo de presidente de los argentinos. Concluidos los procedimientos previstos a ese efecto he resuelto resignar a partir del 30 de junio de 1989 el cargo de Presidente de la Nación Argentina con el que el pueblo me honrara desde el 10 de diciembre de 1983.’ No sin antes dejar en claro que el acta que se firmaría incluiría la decisión de promover ‘una exhaustiva investigación de todos los actos administrativos efectuados durante mi gestión.’ Ningún otro presidente posterior se animó a expresarlo.

El resto es historia conocida. La asunción de Menem, la traición a sus anuncios de campaña y la instalación de un neoliberalismo feroz en términos económicos, la claudicación ética de los indultos, las relaciones carnales con Estados Unidos, entre otras medidas, de las que aún estamos pagando las consecuencias.

Pero pasa el tiempo y la figura de Alfonsín se engrandece día a día.

Alfonsín ganó, porque Argentina ganó. Después de 61 años le entregó la banda presidencial a otro presidente electo democráticamente, y por primera vez en la historia argentina, a uno de diferente signo político.

Dejaba la Presidencia y dejaba un país en democracia. Dejaba el cargo, pero no abandonaba la política. Como dijera en su último discurso presidencial, ‘Resigno mi investidura presidencial pero no declino mi responsabilidad ni abandono la lucha que desde ahora continuare en cualquier lugar en que esté y hasta tanto Dios me de fuerzas para ello en pos de los objetivos que tantas veces desde 1983 recordé a ustedes constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino.’

Hoy, 30 años después, es momento de darle las gracias al Dr. Alfonsín por su enorme tarea, por haber sido fundamental para constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino.

Gracias Alfonsín.

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