sábado, 20abril, 2024
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Gigantes

Francis López Guerrero
Francis López Guerrero
Profesor de lengua y literatura.
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análisis

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El autobús se paró en el semáforo. Iba ocupado por unos treinta niños de entre doce y trece años, cada uno de ellos entregado religiosamente a su dispositivo electrónico, orando con los ojos, persignándose la pantalla con los dedos. El silencio era un impostor porque en el fondo estaba hablando como un poseso con la virtualidad apuntándole en la sien. A la izquierda puede que hubiera un anciano con muletas dispuesto a cruzar el paso de peatones. Enfrente puede que se divisaran unas montañas, puede que de diseño. A la derecha quedaba el mar, pero no existía. Por dentro quedaba el pensamiento abstracto y simbólico enjaulado en una pantalla y vigilado con celo por los gigantes tecnológicos para que no se escapara a la inteligencia. La carpa de un cielo azul se daba por hecha desde tiempo inmemorial. Los gigantes habían consumado el encantamiento. Los cachorros de la secta global iban al instituto con el lenguaje y la percepción aprendidos.

El viejo cruzó como pudo cargando su soledad. Miró al gran cristal del autobús y vio reflejado que su ancianidad era caducidad pese a la vida. Al mar sólo le salían olas digitales y alguna que otra lágrima. Las montañas del fondo definitivamente eran mentira fuera de los algoritmos.

De repente, un escolar rastreando por internet hizo saltar por equívoco la canción En algún lugar sobre el arco iris. El extrañamiento fue descubrimiento y el silencio empezó a sonar de verdad. Y con asombro levantó la cabeza del cristal del móvil y tras el cristal de la ventanilla buscó el arco iris como Judy Garland. Los gigantes se pusieron nerviosos. Y lo que vio fue al viejo caduco, que por primera vez sintió como un disparo en la frente la luz del sol, y entendió por telepatía que los niños ya no saben lo que es un arco iris, ni lo que viene antes: el placer impagable de mojarse con agua de lluvia mientras se corre hacia ninguna parte. El anciano clavó su mirada en el escolar y le transmitió: “los niños deben rebelarse contra la informática. Contra los juegos programados y contra los campamentos de verano. Contra los mayores. Deben rebelarse contra todos los lenguajes verbales o no verbales y mostrar el misterio y la inefabilidad como un nuevo orden”.

Los gigantes se pusieron todavía más nerviosos y se tocaron los pies de barro.

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