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Garamendi se hace el ofendido, pero está encantado con Sánchez

El presidente de la patronal aparenta que le da miedo la reforma laboral cuando las medidas que se preparan son más bien cosméticas

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análisis

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Dice Garamendi que ve mucho “ruido mediático” en las negociaciones de la reforma laboral. Además, al patrón de patronos tampoco le gustan algunas medidas del borrador que se van filtrando con cuentagotas porque no coinciden con lo que “pide Europa” y no cree que exista relación directa entre temporalidad (el marco jurídico cuasiesclavista que impuso Rajoy en 2012) y precariedad (la lacra que desde hace años sufren millones de trabajadores españoles explotados). Podría deducirse que Garamendi ha pasado a la ofensiva contra el Gobierno, pero en realidad su postureo forma parte de la farsa, del teatrillo, ya que aquí todo el pescado está vendido desde que Sánchez dio el repentino volantazo liberal en el Congreso de las paellas de Valencia para retornar al felipismo.

El presidente de la patronal juega a hacerse el ofendido aunque tenga motivos más que suficientes para estar tranquilo, ya que el patio está controlado. Las últimas noticias sobre la presunta contrarreforma laboral no pueden ser más favorables para los intereses de los empresarios. No se toca el despido libre de facto, no se recuperan aquellos míticos 45 días por año cotizado en las indemnizaciones, el límite del 15 por ciento de temporalidad por empresa se suprime de un plumazo y está por ver si se rescata la prevalencia de los convenios sectoriales sobre los convenios de empresa. Por si fuera poco, Bruselas tampoco está poniendo demasiadas pegas a una reforma que podría haber rubricado el mismísimo Adam Smith. O sea, que mejor no le puede ir al presidente de la CEOE.

Pero el patrono mayor del Reino, sin embargo, sigue jugando al póker, mareando la perdiz e interpretando el papel de gran defensor del descontrolado y salvaje mercado laboral español ante la amenaza de la horda roja, que ni es horda ni es roja. El empresario o señorito español, sin duda por influencia de nuestra trágica historia, ve tres obreros reunidos en una plaza y ya le tiemblan las piernas temiendo que estalle una sangrienta revolución. Así es nuestra clase industrial, que no ha salido del caciquil siglo XIX, del paternalismo y del reaccionarismo más dañino para la sociedad. Todo les huele a Marx cuando aquí de Marx no queda nada, ya que el sanchismo nos ha traído una suerte de nuevo pacífico liberalismo con mucho consenso entre agentes sociales, mucha domesticación de la izquierda pauloeclesial y poquita lucha de clases. Garamendi y los suyos siguen confundiendo beneficencia y limosna con derechos legítimos de los trabajadores y cuando oyen hablar de subir los salarios, como pasa en todos los países de Europa, les da el parraque. Se han quedado en la primera Revolución Industrial y cualquier día ponen a trabajar a los niños de once años, en plan Dickens.    

Dice Garamendi que le molesta el ruido mediático. ¿Qué le molesta qué? Pues que se compre un par de tapones de corcho para los oídos, porque todo lo que hemos vivido estas últimas semanas, las peleas barriobajeras entre PSOE y Unidas Podemos, los supuestos altercados entre Calviño y Yolanda Díaz, no ha sido más que opereta, puesta en escena y vodevil. No va a haber derogación íntegra de la reforma laboral de Rajoy como establecía el acuerdo de coalición (en realidad ese plan nunca ha estado encima de la mesa) y aquí de lo que se trata es de pactar, no un nuevo marco jurídico que permita al proletariado recuperar derechos arrebatados en los años de recortes marianistas, sino de firmar la paz social soltando algunas migajas para que los trabajadores estén contentos y den el callo de sol a sol sin rechistar, tal como viene ocurriendo desde 1978.

Al final, de lo que se trata es de que Sánchez pueda llegar a 2023 en condiciones de disputarle la Moncloa a Casado. Tiene suerte el premier socialista de que el jefe de la oposición sea un torpe político y no haga más que pegarse tiros en el pie. Esa última guerra civil que el líder popular le ha declarado a Ayuso justo cuando el Gobierno vive sus momentos más tensos y delicados demuestra que no estamos precisamente ante el nuevo Cánovas del Castillo, como decían algunos. Cánovas era un conservador con talento y estrategia que creía que en política lo que es posible es falso. Con ese sofismo y ese arte para el engaño construyó la España de la Restauración y el turnismo con los progres del momento, una gran estafa a las clases más humildes que extrañamente funcionó durante más de medio siglo. Si Casado no sabe controlar a una niña adolescente y repipi, ¿cómo va a meter en cintura a todo un país? Esa terrible verdad la sabe hasta Garamendi.   

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