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Galdós verosímil

Titán

Francisco Silvera
Francisco Silverahttp://www.quenosenada.blogspot.com.es
Escritor y profesor, licenciado en Filosofía por la Universidad de Sevilla y Doctor por la Universidad de Valladolid. He sido gestor cultural, lógicamente frustrado, y soy profesor funcionario de Enseñanza Secundaria, de Filosofía, hasta donde lo permitan los gobiernos actuales.
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análisis

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Siempre que no sean aparatosas y sí una reivindicación de los textos y de su lectura, me gustan las conmemoraciones literarias. Ahora estamos con Galdós y conviene ponerle en su sitio, porque es un titán de calibre inabarcable para la mayoría de los letraheridos. Galdós aprueba con diferencias sobresalientes la cátedra de la Literatura europea decimonónica, que ya de por sí es gigante.

Personalmente, ando sumergido en una idea: disolver nuestra historiografía literaria de los últimos ochenta años, indiscernible de la ideología dominante en el siglo XX español… casi nada. Porque las simplistas clasificaciones de profesor examinante sólo benefician a historiadores y filólogos que no necesitan ni las fuentes ni la lectura, muy español eso de enseñar literatura sin leer los libros ni atender a los autores.

La lectura atenta de Galdós en colación con la melopea académica es una muestra de esto que les digo, pocos autores han sido más vitriólicos con su realidad histórica; y su capacidad de análisis y voluntad de renovación de un país castigado por los monarquismos (varios en el XIX), una nobleza literalmente inútil y una Iglesia zafia, grotesca y avariciosa, deberían haberlo situado como uno de los mayores afluentes del río que se nos oculta: el de una España civilizada, culta, laica y equilibrada, alejada de los histrionismos tradicionalistas que han caracterizado y mantenido (beneficiando a una clase opulenta inactiva, rentista) a nuestra Iberia querida en un feudalismo permanente, más o menos remozado.

La obra de Galdós es política en un sentido puramente humanista: análisis, racionalidad y sentido común; no hace profesión de ningún partidismo explícito sino que antes de una propuesta de gestión triunfa como sustrato el planteamiento de la justicia y la evitación del daño, porque los damnificados y agraviados (en sus novelas) nunca son inocentes pero no por ello menos merecedores de una compensación. Jamás justifica nada como autor omnisciente (todos lo son), pero los hechos narrados los evidencian, uno por uno, cada uno en su complejidad. Se entiende que el reaccionarismo español lo tuviera por peligroso, hasta que consiguiera meter su cadáver en la horma del realismo… así incluso les resultaba atractivo, había perdido su veneno antiburgués, antinobiliario y antieclesiástico.

La actualidad de sus personajes y situaciones se mantiene más allá del tiempo; es verdad que tienen “rasgos” (concepto frecuentado por el canario), pero si no te gusta Mozart porque suena antiguo… en fin; cada instante tiene sus maneras. La credibilidad de un texto literario no tiene que ver ni con las tramas, ni con esos personajes ni con lo narrado. Cualquier límite en ese sentido excluiría buena parte de lo escrito; por estrafalaria que sea una historia, la clave es otra. Si el autor no aportara nada (estoy pensando en quienes niegan la existencia del “estilo”), la Literatura sería sólo mecánica retórica. Hay una forma de mirar, donde confluyen biografía, formación, neuras, estéticas, ideologías e Historia, y que constituye el horizonte narrativo de un escritor, una mirada personal que hace posible la lectura participativa del espectador más allá del coetáneo.

Construido ese horizonte literario, la verosimilitud o semejanza con lo real vale hasta para lo onírico. En en un buen escritor de cualquier época la cuestión de los géneros, las escuelas, las técnicas, los temas, el verso o la prosa, son siempre problemas a debatir y ésa es su grandeza. Cuando Galdós dice que con lo “real” no se juega: es de un simpleza insultante para tan grande autor llamarle “realista”, porque no se habla de “realidad” sino de la construcción textual.

La titánica y desbordante Fortunata y Jacinta, obra maestra universal, es facturada por un Deus Ex-Machina que lo sabe todo y aparenta no intervenir porque no manifiesta juicios ni deja hechos sin narrar… a cada cual su parca y sus hilos, pero (iterando la idea de que Literatura es lo que ocurre en tu cabeza después de haber leído) es imposible no tener un cuadro en tu procesador de lector en el que las decisiones o esos juicios brotan como en el mundo real: Fortunata no es una pobre víctima nunca, pero nos queda claro que elegir entre un chulo barato, la prostitución violenta o un demencial impotente y amargado no es precisamente territorio para el éxito o la felicidad. El “quid” no está en lo pormenorizado de la descripción, en la alegoría política que sin duda subyace, en la trama social con sus miserias y grandezas… Galdós no es realista por ello, en sus Episodios Nacionales está la vida hipostasiada de un país, el retrato de una sociedad que permite al lector aprender no cuáles son la soluciones o lo histórico (que también) sino a estar alerta ante las sinrazones denigrantes. En una reciente reelaboración de Trafalgar en la que aparece hasta Rocío Jurado (no consigo aventurar el motivo) lo que queda es una aventura, una relación de detalles militares y navales, y una exaltación de lo cojónicoespañol que en nada recuerda al episodio galdosiano. Literatura de consumo olvidable.

La verosimilitud es el horizonte del escritor. Eso le permite escribir con libertad, porque, lo siento, y es una opinión personal, no se es escritor por escribir novelas: se escriben novelas como salida a una determinada sensibilidad frente a la realidad (lo que no es menoscabo del oficio). Así, el inicio de Marianela y sus descripciones minerológicas podrían parecer el subrealismo delirante de un Bradbury; u olvídense de Dujardin (1888) o Schnitzler (1900), el monólogo interior aparece en Fortunata y Jacinta en 1886, especialmente en el capítulo «Insomnio», funesta manía de la filología espiritualista y escolástica que primero fabrica el concepto y después lo busca forzando a los textos para confirmar teorías; quizá deberíamos plantearnos una filología materialista e inductiva, más leer y dejar a los textos y a los autores hablar… nadie inventa nada.

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