Fumar

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Cualquier día se ahogará en sus propias flemas. Tiene que dejar este vicio y tiene que dejarlo ya. Ha estado haciendo cálculos y a una media de un paquete diario -aunque hay temporadas que ha fumado hasta tres paquetes- le ha pasado ya por la garganta el humo de más de doscientos mil cigarrillos. ¡Doscientos mil! Es una locura. Por no hablar del dinero gastado en tabaco: se ha metido en los pulmones lo que cuesta un apartamento. El apartamento que jamás ha podido comprar pues a sus cuarenta y tres años continúa viviendo alquilado.

Pensó que formar una torre con los paquetes vacíos le ayudaría, le haría tomar consciencia del disparate que estaba haciendo, pero los paquetes -ordenados y formando un gran bloque- ya han desbordado la mesa en la que escribe y cada vez que se caen le lleva su buena media hora recomponer el monumento. Y no han servido. Al contrario, hace que disfrute aún menos los veinte o treinta cigarrillos que se fuma a diario, y cada vez que tose, o siente que su pecho se ha convertido en la caja de resonancia del rugido de un monstruo, le sobrevenga el miedo. Un miedo que sólo apacigua el acto de encender un nuevo cigarro, de acercar la fácil llama del mechero desechable al cilindro blanco y perfecto y chupar fuerte de la boquilla. Entonces, ya sin ansiedad, mira al cigarrillo y recuerda cuantas veces le ha hecho compañía, como le ayudó cuando estaba tenso en sus primeras días de relación con una chica que luego le dejó (y de nuevo allí estaba el tabaco, fiel compañero; como lo estaba la noche que su madre expiró en el hospital de un país extranjero). No es tan malo, es un aliado y casi un amigo, se dice, dando una nueva calada que le raspa en la garganta, pero esa es ya una molestia tan vieja que si desapareciese la echaría de menos. No es tan malo. Hasta que la tos…, el sonido en el pecho…, el miedo…. Y vuelve a prometerse a sí mismo que es el último, que en cuanto se acabe el paquete que acaba de comprar será capaz de dejarlo.

 

 

(Este artilato, mucho más relato que artículo, es también el cuento-capítulo número 228 de EL AÑO DEL CAZADOR, obra de Javier Puebla que sólo se puede adquirir previo acuerdo personal con el autor. No se vende en librerías ni en ningún tipo de establecimiento público; tampoco a través de internet. Las correcciones sobre el original han sido mecanografiadas por Ángel Arteaga Balaguer).

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