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Frente al genocidio de la memoria: ¡La sátira!

Juan Bravo
Juan Bravo
Trabajador de la pedagogía del oprimido, docente en el ámbito universitario y militante al servicio del común. Comunero del siglo XXI.
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análisis

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Siempre he sentido una empatía,quizás desmesurada, por aquellos pueblos que sufren o han sufrido una represión cultural, política o económica. Desde muy pequeño me identifiqué con los indios en las películas de vaqueros y, en el tránsito de mi niñez a la adolescencia, caí prendado de películas como ¨El último mohícano¨ y su resistencia a la colonización inglesa, ¨Braveheart¨ o ¨El viento que agita la cebada¨.  Lo mismo me ocurre hoy al conocer la historia de los pueblos colonizados de América latina, de la lucha que mantienen los zapatistas, de las pequeñas tribus que resisten en la Amazonía al expolio medioambiental y su aniquilación, la resistencia vietnamita encabezada por Ho Chi Min, la de los pueblos bereberes y la mítica figura de Abd El Krim o la del africano Thomas Sankara. La misma sensación que hoy recorre mi cuerpo al escuchar hablar de otros pueblos en conflicto latente como pueden ser Irlanda, Sáhara, Palestina, Siria o, más cerca, el pueblo vasco o el catalán. 

 Sin embargo, yo vivo en ese lugar, al que algunas voces denominan con desprecio Madrid , como si sus habitantes tuvieran la culpa de que el Gobierno Central, la Audiencia Nacional o demás entes del régimen del 78 estuvieran aquí, y que comparte con otras provincias términos similares, como fachadolid. Lugares, emplazamientos, carentes de identidad, sin motivos para el orgullo, al menos desde una tradición de lucha progresista, ya que nosotros/as en este juego de metáforas siempre hemos sido los vaqueros. ¿Verdad?.

 Resultaría increíble que, de no ser así, las avezadas lectoras desconociéramos esas cuestiones. Sin embargo, me gustaría imaginar un pueblo distinto, un pueblo del que poderme sentir orgulloso , con personas altruistas que lo dieron todo porque nosotras tuviéramos un futuro mejor y nos hubieran dejado grandes ejemplos de lucha, de organización democrática y popular, pero, aunque me duela, no es el caso. Nosotras, siempre nos lo han enseñado así, no somos más que vaqueros sin motivo para el orgullo sino más bien para la vergüenza.

 Pero si imaginara, sin duda, me encantaría diseñar un pueblo del que sentirnos orgullosas.  Una tierra distinta, un pueblo diferente, y trazaría un camino cargado de esperanza de un colectivo de personas asentado en un territorio desde hace siglos con una lengua propia, cuya tradición fuera digna de elogio. Podría comenzar escribiendo la historia de ese pueblo mentando una heroica batalla en la que sus gentes prefirieron aniquilarse a sí mismas a entregarse a las romanos, llamémoslo Numancia, para proseguir con una tradición colectivista, en la que en los primeros siglos después de Cristo, su población hubiera explotado los montes de forma comunal y se hubiera articulado en torno a estructuras democráticas en las que la vecindad del lugar eligiera a su representante, a los que podremos calificar con el nombre de Behetrías. Posteriormente, esbozaría una tradición de democracia primigenia aún más avanzada en la que la vecindad, reunida colectivamente, marcará los designios de su vida y de su organización social bajo el nombre de concejo abierto. Seguiría trazando ese camino de fantasia cargado de aspectos de las que sentirnos orgullosas, lleno de reseñas memorables y generaría para el imaginario colectivo una estructura orgánica social mayor, las comunidades de villa y tierra. Un conjunto de tierras comunadas, que se organiza en torno a una villa, decidiendo la mayoría de aspectos sobre este territorio la propia comunidad a través del concejo, teniendo en algunos casos su propio ejército, algo que algunos autores señalarían como los primeros esbozos republicanos.

 Siguiendo con este pensamiento ilusorio, escribiría que el mayor exponente del socialismo científico, Karl Marx, definiría como la primera revolución seria en la península ibérica una revolución que se produjo en nuestra tierra, la comunera, y aprovecharía esta afirmación para recordar leyendas sobre el origen de los nombres de calles  por ejemplo, de Madrid,  la calle Carretas, llamada así por las carretas que ponían los/as comuneras a los imperiales, o plazas como  Sol, denominada así por  una  dura batalla realizada en ese lugar, en el que únicamente quedó un sol de la empalizada comunera. También elucubraría con que dicha revolución se vehiculo a través de un contrapoder llamado la Santa Junta de Ávila que se opuso a la opresión de la colonización de los indígenas en América. Más tarde, y para darle una épica de índole feminista, crearía la figura de una heroína, denominada María Pacheco, que sería la primera mujer en estar al mando de una revolución y sus ejércitos y, para terminar con esta etapa y dotar a este pueblo de una tradición también solidaria con otros, relataría como tras perder esta batalla algunos irían a defender Navarra del propio Carlos V.

 Pero es evidente que a las leyendas y a la mitología hay que dotarles de una continuidad hasta el presente. Así que diré que tras esta revolución, que acabó en ¨derrota¨, en sitios como en Vallekas se escuchaba aún a comuneros/as blasfemar contra el rey. Posteriormente, apostillaría que ilustres figuras como Cervantes en ¨El Quijote¨ a través de los diálogos entre Sancho y el propio protagonista mostraría la asociación entre comunero/a  y rebeldía, o que Quevedo, en el siglo XVII, nos ¨deleitaría¨ refiriéndose a Lucifer como el primer comunero porque se rebela contra la autoridad. Del mismo modo, y siguendo en la construcción de esta ensoñación grandilocuente diría que en el siglo XVIII en diversos puntos de Latinoamérica se hicieron revoluciones bajo el paraguas del término comunero, recogiendo el nombre y el testigo de la revolución que se produjo aquí. Envueltos/as en esta espiral en torno al siglo XIX , generaría una figura digna de emulación a la que definiría con su propio nombre. Un nombre que la historia pudiera recordar, ¨El Empecinado¨. Este  guerrillero que desenterraría los restos de los comuneros ejecutados en 1521 y les daría digna sepultura y, recogiendo su espíritu ,recorrería Burgos, Valladolid, Madrid, Salamanca, Guadalajara, Segovía y Cuenca enfrentándose a la invasión napoleónica. Posteriormente, sería  nombrado gobernador militar de Zamora en el levantamiento del general Riego, acabando sus días bajo la soga del absolutismo español para dilapidar las ansias de libertad que él encarnaba.  Sin embargo, esa improta era aún más grande, así existió un ente opuesto al gobierno y a la masonería que redignificaría el término comunero, la Sociedad Secreta de los Comuneros. Esta Sociedad, fundada en Madrid, llegaría a sumar entre 15.000 y 60.000 miembros y el martillo plateado y un cordel morado al viento eran sus distintivos. De  ideología republicana y democrática, entre sus filas destacarían,  aparte del mencionado, Riego y Espronceda, ideólogos con ideas avanzadas para su tiempo como Rotalde o Romero Alpuente, que hablarían del poder municipal, de las confederaciones o las confederaciones de pequeñas repúblicas o Flórez Estrada quien apostaría por realizar un fondo de tierras expropiadas que se dieran en uso pero no en propiedad al común pagando una renta al Ayuntamiento.

 Sin embargo, algo sigue fallando en esta ficción. Debería inventar una vinculación de este pueblo con las experiencias republicanas. Así que confeccionaría toda una mitología en torno a esto basada en que en los albores de la I República se estructuraría un pacto, por uno de los partido mayoritarios de la época, el Partido Republicano Federal, llamado Pacto Federal Castellano, en el que las 17 provincias castellanas y los representantes del mismo en cada una de las mismas manifestarían el reconocimiento de Castilla como un sujeto político. Así mismo, extendería el rumor de que la bandera de la II República forjó su color morado en honor a Castilla y que en este periplo histórico, breve pero intenso, también se estaba fraguando un estatuto para Castilla, y no desde ópticas derechistas para frenar otros, sino desde planteamientos que lamentaban que Castilla no hubiera tenido voz propia en el Pacto de San Sebastián, como el defendido por Carlos Alonso fundador del partido  Izquierda Castellana en el año 1933 (Dueñas, 1985)1.  Después enlazaría esto con la épica bélica que encontraría esa continuación mitológica en el Batallón de los Comuneros fundado en Madrid y formado por castellanos de diversas provincias que defendio la legalidad Republica.

 Aun así le sigue faltando algo a esta historia, un vínculo con el presente y una realidad que hiciera recobrar el orgullo de pertenecer a un pueblo trabajador irredento. ¡Ah! ¡Sí!, ya lo tengo. Necesitaría añadir algo como que todas estas gestas fueron enterradas bajo sal para que no creciera semilla en esta tierra, y en aquellos lugares ,en los que pese a la sal esta germinó, el imperio trató de apropiarse y arrebatársela a las clases populares, así hicieron con su lengua o con sus héroes y heroínas y todas esas gestas. Desposeído, pues, este pueblo de su propia identidad, carente de memoria, de orgullo todavía quedaba la última estocada que acabaría por dividir a esta tierra en cinco comunidades autónomas algunas de ellas como Madrid, auspiciada por el capital financiero y la unidad táctica entre la burguesia españolista y la burguesía autonomista (que no soberanista) catalana.

 ¡Ay!, cuánto añoraría tener un pueblo así, cuánto me gustaría, pero esto es solo una bonita historia irreal, ensoñaciones de grandeza porque las y los castellanos hemos sido siempre los vaqueros de la historia que causaron mi animadversión en las películas que veía de niño o los conservadores que cercenan derechos de otros pueblos. ¿O quizás todo esto sea verdad ? y resulte que nosotras, quienes aún nos sentimos castellanas, no somos más que indígenas en nuestra propia tierra cuya memoria han intentando borrar para hacer plausible su invento uninacional llamado España. Tal vez vaya siendo hora de despertar y gritar ¡basta!, y que las espigas de nuestra tierra dejen paso a las amapolas y tornemos una realidad oscura en la que mientras la mayoría de nuestro territorio se desangra fruto de la despoblación, por falta de infraestructuras,de trabajo,de centros de salud,de seguridad,de escuelas, la mitad de nuestra población vive hacinada en la provincia de Madrid en barriadas masificadas castigadas por la cara más real del capitalismo, violencia, narcotráfico o prostitución. Quizás vaya siendo hora de hacer nuestras las palabras del indio Gerónimo ¨Nadie vende la tierra por la que camina¨ y hacer germinar un rojo amarillo y morado amanecer. No vence el tiempo, vence la voluntad, y esta nos sobra.

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1 COMENTARIO

  1. Por qué en lugar de perdernos en ensoñaciones y mitos no aceptamos la realidad. Es decir que la guerra, las conquistas, los saqueos, el fanatismo, la intolerancia, el atropello del débil por el fuerte, ha sido una constante a lo largo de la historia de la humanidad.

    Que en ningún momento del pasado hubo mayor justicia y bienestar que hoy. Que nuestro denostado presente es el paraíso comparado con cualquier tiempo pasado. Que en cualquier época pasada hubo más hambre, más violencia, más prostitución y más injusticias que hoy.

    Que en la sociedad de «Gerónimo» las mujeres de forma natural tenían diez hijos de los que morían nueve de hambre, enfermedades. Que los aztecas hacían sacrificios humanos. Que la iglesia quemaba a las brujas y condenaba a los que cometían pecado nefando.

    Por qué no aceptamos que nunca hubo sociedades idílicas. Que el «Paraíso» es un mito cristiano y la «Sociedades idílica» la versión para ateos de ese mito. Por que no aceptamos que venimos de monos agresivos y territoriales. Por qués no aceptamos que lo que siempre hubo fueron guerras hambre miseria, trabajos penosos e interminables y gentes que peleaban unos contra otros por apropiarse de las tierras y de la siempre escasa comida.

    Nuestro presente, con todos sus defectos y carencias, es el mejor de los tiempos que España ha tenido nunca. Nunca en ningún tiempo nuestros antepasado vivieron como nosotros. Nunca hubo tanta comida, tanta justicia, tanto respeto a las personas ni tanta libertad.

    El invento no es la España «uninacional». El invento es el idílico pasado de pueblos felices y pacíficos que vivían en armonía con la naturaleza. Eso sí que es un invento.

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