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Frente a la limosna de Felipe VI y la nobleza, el derecho de toda persona a un ingreso mínimo vital

El rey promueve una colecta de leche y aceite para los españoles más castigados por la crisis mientras Vox se opone a la renta básica

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análisis

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Felipe VI convence a la nobleza española para que regale leche y aceite a los pobres”. Aunque pueda parecer que la frase está sacada de un libro de historia sobre la España del Siglo de Oro, del Quijote o del Lazarillo de Tormes, en realidad es una noticia de nuestro tiempo, de ayer mismo para ser exactos. Por lo visto las Corporaciones Nobiliarias, las Órdenes Militares, las cinco Reales Maestranzas, las Órdenes Internacionales con actividades en nuestro país y otras hermandades caballerescas han respondido al llamamiento del monarca, que les requirió para sumarse al plan de Cruz Roja contra el hambre provocada por el coronavirus.

La noticia, que ha ocupado apenas un breve en las páginas de los principales periódicos nacionales, merece sin duda un comentario. La primera pregunta que cabe hacerse es si los Grandes de España −“los primos” del rey, como siempre se les ha conocido en Palacio desde que Carlos I creara el título nobiliario−, estaban contribuyendo y arrimando el hombro con arreglo a su poderío económico o, más bien al contrario, se estaban haciendo los remolones y escaqueándose de sus responsabilidades con el pueblo en un momento especialmente dramático a causa de la crisis y el hambre. De la información parece desprenderse más bien lo segundo, ya que la donación de leche y aceite para los españoles hambrientos no ha partido de la aristocracia, sino que todo apunta a que ha tenido que ser el propio rey quien los llame a capítulo para que sean generosos y hagan un ejercicio de auténtica nobleza y españolidad. Ya se sabe que las clases altas entienden por patriotismo pasear el buen nombre de España por el extranjero, mayormente por los paraísos fiscales de Suiza y Panamá. Por eso el monarca ha querido recordar a las “manos muertas” que es el momento de aparcar los negocios, remangarse, dejarse de cuentos y de cuentas, y dar ejemplo.

Tenemos una clase privilegiada que vive aislada de los problemas del país, entre campos de golf, escudos heráldicos y bodegas, y rara vez sale de sus palacios, quizá para tomar parte en alguna cacerolada nocturna contra el Gobierno chavista y poco más. La historia nos dice que la nobleza española siempre fue más bien improductiva. De hecho, hasta finales del siglo XVIII tenían prohibido “trabajar con sus manos”, ya que se consideraba una tarea propia de plebeyos y rufianes. Cómo habrá sido de estéril la sangre azul hispana que al trabajo ellos lo llamaban “ejercicio de oficios viles y mecánicos”, un maravilloso eufemismo para no pegar ni golpe que nos da la medida, la talla y la catadura moral de la casta con la que hemos tenido que convivir durante siglos. Así fue hasta que Carlos III les levantó el privilegio y los puso a trabajar, una medida por la que sin duda el rey-alcalde hoy habría sido tachado de peligroso comunista bolivariano.

En cualquier caso, un Felipe VI metido a improvisado Padre Ángel ha conseguido sacar de sus primos y allegados de la nobleza “más de 38.000 litros de leche que darán para casi 200.000 desayunos y alrededor de 25.000 litros de aceite para las familias más necesitadas” de las Castillas, Extremadura y Andalucía, donde el paro y el hambre están pegando con más fuerza, según ha precisado el Palacio de la Zarzuela. Estamos pues ante una medida en la mejor tradición del paternalismo regio. Los reyes, al igual que la nobleza, siempre creyeron que con el mendrugo de pan, la bolsa de trigo y el cuenco de leche urgente calmaban las miserias de la plebe, de manera que así ya podían vestirse de “manolos” y majas goyescas, como gente de la calle, y mezclarse con los parias en las corridas de toros. La tradición del “plebeyismo” continúa en nuestros días, como bien demuestra el príncipe Joaquín de Bélgica, al que han pillado saltándose la cuarentena en un fiestón cordobés por todo lo alto.

Los alimentos, vengan de donde vengan, siempre son bienvenidos cuando un estómago ruge de hambre, pero una vez más en este país se vuelve a confundir derecho con caridad y justicia social con limosna. Han tenido que pasar varias guerras carlistas, una contienda civil, una dictadura y cuarenta años de democracia para que por fin se pongan las cosas en su sitio y venga un Gobierno progresista medianamente solidario y humanista dispuesto a consagrar el derecho de cualquier persona a contar con un ingreso mínimo vital para no morirse de hambre. Eso que los “cayetanos” del barrio de Salamanca consideran una medida marxista que atenta contra la supuesta libertad no es más que cumplir con la Constitución, con la Declaración Universal de los Derechos Humanos y hasta con las enseñanzas del cristianismo (aquello de dar de comer al hambriento y de beber al sediento). Vox, el partido de la nobleza y las élites, ya ha anunciado que va a votar en contra de la “paguita”. Y a la señora Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos, marquesa de Casa Fuerte, todo esto de la igualdad, de la dignidad, de la fraternidad y del derecho a la vida le debe sonar a rollo de extrema izquierda. Para ella todo es terrorismo, hasta defenderse de un sanguinario dictador como Franco. Claro que esta mujer es otra noble que viene del abolengo ocioso, alguien que está muy lejos de la cruda realidad del pueblo llano y que vive de su retórica argentina, de jugar a la gallinita ciega en los grandes colegios de Oxford y de montar el pollo cada semana en las Cortes. Ahora dice que piensa llevar su insulto contra Pablo Iglesias (“hijo de terrorista”) hasta el Tribunal Constitucional. Pedir amparo y protección a los jueces para poder seguir injuriando a placer. De locos.

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2 COMENTARIOS

  1. Elocuente y oportuno artículo, espero que sea leído por muchas personas. Le dejo una letrilla epigramática que se escribió hace siglos y que es muy actual:
    «El señor don Juan de Robres/,
    con caridad sin igual,/
    hizo este santo hospital,/
    y también hizo a los pobres.» Epigrama LIV -Juan. de Iriarte-(canario, s.XVIII). Letrilla satírica española
    ante una lápida:

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