Soy lector asiduo de los suplementos culturales de la prensa. Es una forma de mantenerse al día de lo que pulula en el mundo intelectual, siendo consciente del sesgo que lógicamente inunda toda información transmitida. Pero siempre he tenido una extraña sensación: ¿prevalece la idea o la imagen del intelectual? La sensación que me producen, y perdonen mi catetería de extrarradio, es que importa más la cita, el lugar, la fotografía y la pose intelectual que la repercusión social; esto es, parece uno manejar una revista de ésas de deportes, de cocina, caza, porno o decoración, en la que el lector debe quedar deslumbrado y deseoso de consumir ese mundo que se le ofrece fuera de su alcance natural. Mi idea de la Cultura es distinta.

Acabo de leer ¡Alucina! Mi vida con Frank Zappa, memorias de la época en que Pauline Butcher fue más o menos secretaria del músico estadounidense, traducidas por Vicentes Forés y el capo de los zappianos españoles Manuel de la Fuente. No lo creo necesario, pero aclaremos que Zappa es el Mozart del siglo XX, un genio cuya capacidad como compositor e ideólogo musical sólo resiste la comparación con los grandes nombres del siglo, ¡hasta Pierre Boulez habló bien de él! Y es un libro necesario que ha generado polémica entre los aficionados, porque lo ven más como una crónica de corazón de la época que como documento técnico. Butcher es una testigo excepcional porque, lo revela desde el comienzo, es una extraña en el mundo que describe, no comparte casi nada de lo que vive y eso le permite narrar con cierta objetividad (entiéndase) lo que ve. Zappa fue un libertario norteamericano, y eso no es comprensible del todo en una Europa donde la izquierda va de transgresora y la derecha es tradicionalista, Zappa tiene imagen europea de anarquista furibundo y es ídolo de la izquierda culta, sin embargo es un liberal acérrimo defensor del mercado como regulador de las relaciones humanas; un poco el papel que le toca aquí a Antonio Escohotado, nuestro marihuano libertino favorito y antimarxista y pro Adam Smith total (se puede ser de derechas e inteligente, aunque parezca contradictorio). No dudamos de la capacidad provocadora de Zappa pero de puertas para dentro aparece el «paterfamilias» todopoderoso que mueve con la mirada, que hace tragar a Gail (su compañera) con lo que sólo le favorece a él, que controla la vida de sus músicos como quien contrata albañiles y no siempre bien pagados, un tipo hosco a veces no respetuoso que despide un aura de genialidad (real) insultante pero que sabe manejar los tiempos, repartir cariño, confianza y exigir lo mejor de los demás asumiendo lo peor; una personalidad compleja que para mí crece, al incluir sus miserias.

Una de las cosas que me gustan de Zappa es su pragmatismo, entendido el término en toda su amplitud. Habla sabiendo que siempre habrá un desfase entre lo que se piensa y lo que se hace, entre lo racional y lo pasional, y todo su esfuerzo está enfocado a dar vejamen a los ideólogos coetáneos (hoy casi desaparecidos, Historia ya) que se refocilan en su autobrillantez, porque sabe que ser intelectual no es más que aprender una jerga, construir una imagen, estar al día de lo que «mola» (cada cual en su entorno, desde la autoayuda a la RAE), es decir: ser un profesional que en vez de chuletas vende productos cultos. Él se ríe con crueldad de lo efímera que es esa cultura de mentirijillas que se pretende trascendente; y se ríe más aún del público estupidizado que encima paga por ver esa feria de escritores, pintores, actores, y se somete a sus veleidades y ríe sus gracias manteniéndolos en sus frívolos pedestales. Estuve un sábado en la megalomaníaca Feria del Libro de este año en Madrid, estaban todas las escritoras y escritores expuestos en casetas, no faltaba nadie, esperando a firmar (y apenas lo hacían salvo uno que sale mucho en las redes); un aunténtico «freakshow» que provocaba algo entre la ternura, la admiración y el sarcasmo.

Comparto el pragmatismo de Zappa, antes lo llamaban «compromiso», no estar en un partido sino permear ideas a una sociedad que las necesita. Para eso hay que tener criterio, ideas de verdad y no citas, discurso claro y no retórica huera, capacidad de emocionar, de conmover, de estimular y provocar, entiendo la Cultura como el arma evolutiva que nos sirve para adaptar nuestras funciones vitales al medio, pero para ello debemos conocer nuestra naturaleza y las circunstancias, la Cultura como espectáculo es una estafa rentable pero es un síntoma más de la decadencia occidental. No es que el pensador deba trabajar gratis: ¡no me importa cobrar!, mas el fin de su trabajo no puede ser sólo garbancero, eso lo convierte en parte del medio, y admiramos a quienes salen fuera, a quienes ven con perspectiva, a quienes distinguen y aportan algo nuevo, a quienes tienen algo que decir, al subversivo, a quien taladra lo normalizado, a quien prueba nuestra inanidad, a quien no repite modelos sino que aporta uno nuevo, a quien sobrepasa la técnica porque la determina, a quien usa la libertad demostrando lo útil que es para todos, a quien nos saca de la monodia y nos hace repensar lo pensado, a quien su época se le queda pequeña y la traspasa… ése es el artista, lo demás es silencio.

3 COMENTARIOS

  1. La nueva derecha necesita todo tipo de argumentos y personajes para cimentar su nouvelle facherío.

    Claro que sí. Si Zappa amaba el libre mercado, tú también puedes.

  2. ¿No se te ha ocurrido nunca aprender a escribir? ¿No ser tan aburrido, farragoso y grandilocuente? Tu texto es infumable. A Zappa le habría dado vomitera.

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