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Finlandia en el Teatro de la Abadía

Dos volcanes en erupción: Escolar y Elejalde

Antonio Illán Illán
Antonio Illán Illán
Escritor. Licenciado en Filosofía y Letras. Catedrático (jubilado) de Enseñanza Secundaria de Lengua Castellana y Literatura. Ha desempeñado diversos puestos en la Administración. Tiene publicaciones de poesía, narrativa y ensayo. Colaborador cultural en medios de comunicación (prensa, radio y televisión), con más de 2.000 artículos publicados. Crítico de teatro en el diario ABC Castilla-La Mancha.
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análisis

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Título: Finlandia. Autor: Pascal Rambert. Traducción y adaptación: Coto Adánez. Dirección y espacio escénico: Pascal Rambert. Intérpretes: Irene Escolar, Israel Elejalde, Julia Rodríguez / Noa García. Vestuario: Sandra Espinosa. Iluminación:Yves Godin. Producción: Kamikaze Producciones y Teatro de la Abadía. Escenario: Teatro de la Abadía, sala José Luis Alonso.

Lo mejor con mucho de Finlandia, la obra de teatro que Kamikaze representa en el Teatro de la Abadía, es la maratoniana interpretación, con más monólogo que diálogo, de Irene Escolar e Israel Elejalde. Son dos volcanes en erupción vomitando palabras a velocidad de vértigo. La dicción perfecta impide que haya pérdidas de significado, oscuridades o ruidos que diluyan la comprensión. En esas sucesivas explosiones de textos puestos en boca de ella y de él se aprecia perfectamente la densa lava, las bombas, los lapilli, las cenizas y el humo de los gases en combustión. Todo en el escenario es una llama dialéctica. Por supuesto que hay mucho azufre, como si los diálogos/monólogos fuesen engendros de los diablos. Se dicen de todo, se acusan de todo, se despellejan con la palabra furiosamente, violentamente. De vez en cuando un remanso, leve, silencio; y polvo, ¡mira tú por dónde! tras una esnifada. “Duelo de titanes”, “animales escénicos”, “soberbios”, “impresionantes”, “son como una pantera y un lobo”… fueron algunas expresiones, entre otras, también de carácter superlativo, que escuché mientras salía de la sala José Luis Alonso. Y es cierto, todo lo que se diga es poco. El protagonismo está en la palabra, tanto en la de ella como en la de él. Desaforadamente luchan, se atacan y se defienden, se agreden no sin crueldad a espada, a lanza, a cuchillo, a cañonazos, a frases sostenidas en el continuum sonoro, a textos que duran minutos sin tregua y sin pausa. Maratón y carrera de cien metros, distancia y velocidad. Kipchoge y Bolt al mismo tiempo, tanto en ella, Irene, como en él, Israel. No nos han descubierto que eran buenos, ya lo sabíamos. El estajanovismo de la palabra debe dejarlos exhaustos. Me pongo en pie y aplaudo mientras escribo.

Luego ya Finlandia, la obra del reconocido y premiado autor francés Pascal Rambert, requiere otro juicio más sosegado. Quizá mis expectativas a priori eran altas y el contenido me desencantó un poco. Es cierto que es un teatro de texto sobre la realidad del presente, sobre las cosas que pasan, sobre la relación entre las parejas actuales, sobre la dominación del uno sobre la otra o de la otra sobre el uno, sobre la libertad, sobre el trato con los hijos y su custodia cuando las relaciones se tuercen, sobre la convivencia del día a día, sobre el pasado y el futuro, sobre las verdades y las mentiras, sobre la doble moral y la hipocresía, sobre la violencia que se ejerce sobre las personas con la palabra y con los hechos, sobre el sexo y acaso también sobre el amor. Y la verdad es que se dicen muchas cosas, pero se argumenta escasamente. Se realizan afirmaciones rotundas y se fundamentan poco. No se aprecia bien el poso y el peso de las emociones y parece que domina sobre la esencia la circunstancia. Cuando la sinrazón se impone el diálogo no existe y la violencia, incluso la verbal, difumina cualquier argumento. Al menos yo lo veo así. Y la balanza se vence, la inclina Rambert, del lado de la mujer. El del hombre, Israel, sale malparado. ¿Cómo puede ir él (Israel) a buscarla a ella (Irene), tras 4000 kilómetros de carretera, y recibir una llamada de la que se supone su amante y además tenerla en la pantalla del móvil? Algo no me casa; eso le quita la espoleta a la bomba del conflicto. Y tampoco me casa que ella, tras repetir que le odia y que no quiere saber nada de él, afirme que nunca se pudo liberar de la atracción de su cuerpo. ¡Vamos anda! No parece muy normal eso de echar un polvo con el enemigo. Está bien que se ponga en escena lo consabido, lo que pasa en la calle, el conflicto cotidiano…No estaría de más que se apuntara alguna solución; o lo mismo no es necesario y es mejor dejar un final abierto, acusadamente ambiguo, pues eso también es reflejo de la sociedad líquida en la que todos respiramos o nos ahogamos. Cómo puede ella (vamos cómo puede Lambert) decirle a él que es un viejo estalinista que no entiende el mundo en el que vive y que en su frustración quiere destruirlo todo. Cómo puede decir eso y luego compartir con él la coca, y follar, y después querer agredirlo. Creo que el desequilibrio entre él y ella sobrepasa incluso el texto. Y eso también es obra de Rambert, padre de la dirección y del espacio escénico. Cómo es posible que ella se presente correctamente vestida con las bragas (no tanga) y el sujetador negros, que no llaman la atención, y él parezca un espantajo con una camisa de tipo hawaiano que le hace de pijama y unos calzoncillos blancos clásicos, tipo slip. Mejor, para equilibrarse con la sobria indumentaria de Irene, según mi opinión de espectador, le hubiera venido bien a Israel unos boxer y un esquijama. Pero eso es peccata minuta. O lo mismo Rambert buscaba ese desequilibrio, a mi modo de ver concesión populista, tanto en el fondo (texto), como en la forma (parte de la dramaturgia).  En cualquier caso, que las bragas negras y los calzoncillos blancos no nos cieguen y nos impidan ver que lo que se cuenta/representa en Finlandia es la falta de afecto. Por eso incluso se puede poner en duda que, antes de llegar a ese punto, al conflicto de la noche en una habitación de hotel “ikeizada”, que me recuerda un cuadro de Hopper, hubiera habido amor, no digo ya un amor “fou”, sino un tradicional enamoramiento. No encuentro argumentos para sostener algo de amor. Otro desequilibrio es que ella sea rica de familia y tenga trabajo bien remunerado en el cine y él no tenga posibles y sea un actor de teatro poco reconocido. La realidad es que no hay afecto, que ambos personajes muestran las contradicciones en las que caemos todos cuando andamos metidos en conflictos de pareja y que, al menos en este caso, creo que ambos son víctimas, aunque él me parezca mucho más dolorosamente patético. Ella, en cambio da muestras de relativa firmeza, de sostenella y no enmendalla. Y por eso también el final me desconcierta, pues ni me abre caminos ni me los cierra. Es como si quiera dar a entender que la hija les une, pero solo veo apariencia.

Dicho todo esto, he de reconocer que la obra tiene mucho meollo, que habría que verla dos o tres veces para hacerse un buen juicio y, por supuesto, leer la obra. Afortunadamente está editada. Es buen texto, es literatura reflejo de la sociedad que la consume y la produce, pero no es un teatro para masas acríticas, para quienes van a entretenerse. Si estuviéramos en tiempos de una sociedad de clases, diría que es una especie de teatro burgués, pero en nuestra sociedad líquido-gaseosa, dejémoslo en un teatro para un público con cierta intelectualidad.

En suma, merece bien la pena ver esta función, por el continente y por el contenido, porque el conflicto es la realidad, nuestra realidad, porque el discurso es lo que existe, y porque las violencias no llevan a ningún lado. Y como, decía al inicio, hay que ver esta obra porque Irene Escolar e Israel Elejalde están soberbios, por el ejercicio teatral tan magnífico que realizan y porque los astros se han conjugado para que en el teatro que dirige Mayorga, el de la Abadía, se haya producido un espectáculo tan maravilloso. Es una verdadera suerte que confluyan la realidad social, el escritor que la percibe y la traslada, el gran trabajo de los intérpretes, el universo todo de la creación teatral (composición y representación) y este espacio, a la vez de realidad y de ficción, que nos ayuda a comprender lo que existe realmente en la vida, en las relaciones sociales y hasta en el cuerpo y la mente de las personas y nos deja en el aire una pregunta: ¿dónde está la libertad? Acaso sobrevivir solo sea soñar.

La lástima es que, por ahora, no podrá asistir nadie que no haya adquirido ya localidad, pues está todo agotado hasta la última representación. Pero seguro que este éxito se pasea luego por toda España y, la verdad, es que lo merece.

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