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EL FIN DE LA CRISIS. 4: El top manta

Joaquín Ortega Herrera
Joaquín Ortega Herrera
Ingeniero de edificación Arquitecto técnico Profesor Programa Universitas de la Universidad de Salamanca
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análisis

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Vine hace ya doce años, de Senegal fui a Marruecos y desde Marruecos en  patera a Tenerife, en aquella época el viaje era menos peligroso que ahora, de los quince que salimos ese mes de Senegal llegamos por uno u otro medio siete, el resto o se quedó en el camino o se volvió enfermo o por falta de medios, llegar me costo todo el dinero de mi familia, cuando aparecimos en un lugar llamado Los Cristianos mi primera impresión fue que había llegado al paraíso, en la playa desfallecido lloré de emoción, miles de personas tomando el sol, toda mi familia vendió todo para que al menos uno de nosotros viniese a este paraíso, trabajase y les mantuviese, al final su sacrificio no bahía sido en vano, estaba seguro que lo difícil era llegar, a partir de ahí todo resuelto, aquí necesitaban mano de obra nos dijeron, enseguida llego la guardia civil y nos detuvieron a todos, no volví a ver la playa, empecé a darme cuenta cuenta que todo lo que había visto no era para nosotros, nos metieron en una cárcel que lo llamaban centro de internamiento, éramos muchos mas de ochocientos, en el centro nos decían no podíamos estar mas de quinientos, nos daban comida, agua y una muda, justo cuando iba a cumplir los cuarenta días legales para que me soltasen o me devolviesen a mi país, me montaron en un avión con noventa negros mas y nos llevaron a Madrid, en el aeropuerto alguien de la Cruz Roja me preguntó si tenia parientes o conocidos el algún lugar de España, les dije que en Alicante, me dieron un billete de autobús, una bolsa con comida y agua para tres días, en Alicante había gente de mi país, me acogieron como a un hermano.

Como casi todos los negros empecé con el top manta, primero vendiendo vestidos de mujer, poco a poco fui ascendiendo y pasé a los bolsos y después a los relojes, trabajaba en verano y algunos puentes en invierno, empecé a ganar algo de pasta con los relojes, los vestidos y los bolsos te dejaban poco, menos de dos euros por pieza, los relojes algo mas entre diez y veinte euros, me fue bien hasta que llegaron las motos de la policía de playa y después los secretas, las motos nos perseguían por toda la playa había que correr rápido con la mercancía al hombro, tres o cuatro veces todos los días, pero peor fueron los secretas, en la playa tíos en bañador tomando el sol o sentados en la terraza de un bar te llamaban interesados en comprar y después de enseñarlos los relojes que tenía, sacaban la placa y sin mas se quedaban con todo, a mi solo me cogieron una vez, se llevaron mas de mil euros en relojes, me ficharon y me soltaron, lo pague con un crédito de mi jefe, era lo acordado, se llevaron todos mis beneficios del año.

A los jefes no los cogen nunca, solo a nosotros, que se nos ve de lejos, ellos viven en casas de lujo, solo se dejan ver los miércoles por la mañana, que es el día que llega la mercancía, contenedores llenos de ropa de la buena Tommy, Lacoste, miles de relojes, zapatillas, todos los modelos de Ray-Ban, allí hay de todo, y en la puerta de la nave mas de cien Senegaleses esperando nuestro turno para comprar lo que podemos.

Un coche patrulla de la policía pasa varias veces, los polis nos miran y continúan su marcha, nunca entran en las naves, no les parecía extraño ver en un polígono industrial  a mas de cien negros de todos los países de África hacer una cola de mas de cien metros, o vernos entrar sin nada y salir con sacos llenos, al final aquí pasa lo mismo que en mi país, con los ricos no se mete nadie.

Vivíamos en pueblos del interior, llegar a la playa en tren era barato, empecé durmiendo en la litera de un hermano por horas, el la usaba por la noche y yo por la tarde, después gané lo suficiente para pagarme una litera para mi solo en un cuarto de cuatro camas y me permití de vez en cuando mandar algo de dinero a mi madre, tenia algunos clientes fijos, la mayoría buena gente, aficionados a los relojes que cuando llegaban de vacaciones me llamaban por teléfono y me encargaban modelos nuevos, cuando se los conseguía iba a su casa de la playa y les entregaba la mercancía.

Un día, vendí dos Rolex de oro a dos hombres con aspecto de ricos, al día siguiente me compraron otros dos para sus mujeres, hablando con ellos de mis miserias me ofrecieron un puesto de trabajo de panadero, cuando acabó el verano acepté, lo que no me explicaron es que había que trabajar por la noche todos los días del año, a veinte euros diarios, sin contratos ni seguros, tampoco que si faltabas mas de dos días al mes te mandaban a la puta calle, allí estuve nueve meses, ahorraba mas y mandaba ciento cincuenta euros al mes a mi familia pero así nunca iba a tener papeles, volví a los relojes.

Al final me llegó el contrato soñado, limpiar dos bares, dos contratos legales uno por veinte horas semanales y el otro por diez, en uno primero recogía mesas y sillas de la terraza y después limpiaba el bar la cocina y los váteres, para hacer el trabajo tardaba unas cuatro horas diarias, cuando acababa me iba al otro una cafetería, que estaba a unos quince kilómetros como a la hora en que acababa no hay tren tenia que ir andando, corriendo muchos días para poder llegar y acabar el trabajo, el bar tenia que estar listo a las nueve de la mañana. Dormía tres o cuatro horas me duchaba y a la una a la playa con los relojes, en esa época los policías estaban mas tranquilos y solo teníamos que salir corriendo un par de días por semana, por la tarde no había casi nada que hacer por lo que a las cuatro tren, casa y cama, en vez de treinta horas semanales trabajaba casi sesenta sin contar las carreras nocturnas, pero estaba contento, es lo mejor a que un emigrante como yo puede aspirar.

Cuando acabó el verano, los dueños de los bares, que eran buena gente, cerraron el de la playa, me ofrecieron limpiar la cafetería por la noche, el problema era que si no estaba un año trabajando como mínimo treinta horas semanales con dos contratos adiós papeles, por lo que me ofrecieron que me mantenían de alta en los dos si yo les pagaba la seguridad social, por lo que pasé a cobrar por cuatro horas de trabajo diario seis días a la semana, los domingos se cerraba, 230 euros al mes. Las pasé mal pero conseguí papeles, al verano siguiente volvieron a abrir el bar de la playa y volví al doble trabajo, y a los relojes.

Ahorré lo suficiente para comprar un billete de avión ida y vuelta de Alicante a Dakar, 300 euros, en el bar me dieron veinte días de vacaciones pagadas, hacia doce años que no veía a mi familia y sus condiciones de miseria, desolación, e injusticia, aun tienen que disputar con los perros sobras de carne podrida tiradas en los vertederos de basura, eran las mismas o peores a las que tenían el día que los deje, hoy vuelvo a España triste, con la esperanza de seguir poder limpiando los bares y correr en la playa delante de las motos entre los miles de veraneantes, trabajar como un negro para poder vivir como un blanco.

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3 COMENTARIOS

  1. Bonito «cuento para bienpensantes», sobre todo para aquellos ESPAÑOLES que vivimos en Alicante, soportando la PLAGA INMIGRANTE.
    El negrito del «cuento» mucho quejarse de España pero ni con agua caliente se marcha, seguro que en Francia, de poder entrar, le expulsarian, cosa que, por desgracia no ocurre en EX-paña.
    Siga el periodista con sus cuentos y bonitas palabras, solo dedicada a la PLAGA, a los españoles en paro o con pensiones basura ¿a quien le importa?.

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