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Ferraz, tenemos un problema

Juan Antonio Molina
Juan Antonio Molina
PREMIOS Premio Internacional de Poesía “Desiderio Macías Silva.” México Premio Internacional de Poesía “Videncia.” Cuba. Premio de Poesía “Dunas y sal.” España. Premio de Poesía “Noches del Baratillo.” España. OBRA IMPRESA Penélope y las horas sin retorno. Instituto Cultural de Aguascalientes. México. Todos los días sin tu nombre. Editorial Carrión Moreno. Sevilla. El origen mitológico de Andalucía. Editorial Almuzara. Córdoba. Socialismo en tiempos difíciles. Izana ediciones. Madrid. Breve historia de la gastronomía andaluza. Editorial Castillejo. Sevilla. La cocina sevillana. Editorial Castillejo. Sevilla. La cocina musulmana de occidente. Editorial Castillejo. Sevilla.
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análisis

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Los fantasmas existen y viven en nosotros, son el pasado, aquello que fuimos, como nos recordaba Anna Seguers en su relato “La excursión de los niños muertos.” Oscar Wilde trazó la historia del fantasma de Canterville, víctima del progreso cuando un moderno detergente limpió la inmemorial mancha de sangre en la pared del castillo y el pobre fantasma se ve obligado a pintarla de nuevo con acuarelas. Los ectoplasmas son víctimas de una incomprensión de la realidad porque actúan en un tiempo que no es el suyo, donde sus actos pasados ya no tienen las mismas consecuencias en el presente y el futuro es una eternidad sin estrellas como describía Dante el cielo del infierno. El fantasma, aquella realidad que fuimos, podría decirse que no suele estar a la altura de los tiempos. Sobre esto fue Ortega y Gasset muy taxativo: todo tiempo tiene una misión, una tarea. Cuando los hombres no se preocupan por realizarla y continúan con las formas espirituales del pasado no viven “a la altura de los tiempos”. La política produce el mismo efecto si en una organización la decadencia es fruto de inercias que ya no producen el resultado que se esperaba porque se compadecen con una realidad que no existe.

Karl Mannhein revela cómo el pensamiento de los grupos dirigentes puede estar tan profundamente ligado a una situación por sus intereses que les incapacite para percibir los hechos que impugnarían su sentido del dominio. En determinadas situaciones, nos sigue diciendo Mannhein, el inconsciente colectivo de algunos grupos oscurece la percepción real de la sociedad, y de este modo tenebroso cree estabilizarla. El socialismo como renuncia, en ese proceso de ajuste a un pretendido “orden objetivo de las cosas” impuesto por el pensamiento único, ha supuesto una alteración paradójica de su propia esencia para convertirse en “un no sé qué que queda balbuciendo” según la expresión de San Juan de la Cruz.

El PSOE, a pesar de la política antisocial de la derecha, no ha lanzado nuevas ideas ni propuestas al escrutinio público, manteniéndose en una posición defensiva tratando de conservar lo que se pueda de un pacto de la Transición que los conservadores se han encargado de hacer añicos. El pragmatismo indiferenciado dominante en el partido socialista y el complejo de ser partido de gobierno, clausura las capilaridades sociales, existenciales, la vida tal cual es. Resulta un brete tan inextricable como aquel que planteaba Francisco Ayala en un artículo periodístico: después de la muerte de Dios y del diablo ya no hay a quien pedir socorro ni contra quien rebelarse. Esta falta de tensión ideológica, sugiere que el socialismo se ha convertido en una organización burocrática modelo en el cual los objetivos van amoldándose a las condiciones existentes y a lo que se puede alcanzar en cada caso, careciendo de dominium rerum la capacidad ideológica de transformación y cambio social. Y en este reino de lo contingente es donde los propósitos se pueden quedar en puro voluntarismo, sobre todo si ignoramos cómo conseguirlos y si pretendemos alcanzarlos de la misma manera que nos hizo alejarnos de ellos. Y es que los ciudadanos tienen motivos suficientes para dudar y para cuestionarse si los socialistas siguen representando una alternativa de cambio –del sistema económico, de la política, de la ideología dominante, de la sociedad– y no una alternancia a los gobiernos de derechas.

Esta carencia del universo de las ideas y la ideología como instrumento de la acción política produce liderazgos líquidos y evanescentes, fruto de las redes clientelares, los manejos orgánicos y las estrategias menudas del cabildeo, lo que conduce a una concepción del poder sostenida en un mesianismo mediocre. Es la esencia de los liderazgos decadentes que vacían de contenido a una organización hasta hacerla irreconocible con su propia historia y razón de ser.

El socialismo tiene que volver a pensar seriamente no tanto en políticas concretas que quiere realizar desde el Gobierno, sino en cómo modificar las relaciones de poder que han permitido que la situación actual sea tan injusta. Reflexionar junto a los militantes y los ciudadanos sobre la manera de cambiar una realidad que resulta tan desfavorable para las mayorías sociales. Los silenciosos deben tener voz, la voz de un partido socialista que retome la ideología de la igualdad y la justicia. Que aparque la obsesión pragmática de ser un partido de gobierno para, desde el ámbito de las ideas, convertirse en el partido de la sociedad.

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