Ha llegado a mis manos el volumen correspondiente a septiembre/ diciembre de 2015 de la Revista de Estudios Extremeños. Publicación que tan magistralmente dirige, desde hace algunos años, Fernando Cortés, quien, entre otras muchas cosas, es el cronista oficial de Badajoz.

Esta vez, vienen varios artículos dedicados a recordar la prematura muerte del profesor ( ¡bonita palabra!), historiador e investigador, Fernando Serrano Mangas.

Conocí a Fernando en un Ciclo de Conferencias que se organizó en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida. Ya sabía por referencias académicas de la altura de su figura intelectual. Sin embargo, dado que no tuve una relación estrecha con él, más allá de alguna coincidencia personal y estar al tanto de su impresionante trabajo y del amplio repertorio de publicaciones, no voy a pretender con este artículo hacer la clásica elegía.

Dejaré que hablen los demás. Los que estuvieron siempre cerca de él. Las personas y los libros. Todos ellos están de acuerdo en algo poco común en Extremadura, glosar el recorrido de un intelectual que dedicó toda su vida al estudio de una línea investigadora escasamente trabajada en nuestra tierra: la naval. Los barcos, los tesoros, la piratería en la época en la que en España no se ponía el sol, la Historia de América y nuestras relaciones al otro lado del Atlántico, los encuentros y desencuentros, los emigrantes que surcaban mares y a los que él devolvía la vida desde su entrañable Archivo de Indias de Sevilla…

Tenían, dicen de él, un perfil de lector compulsivo, un bibliófilo consumado. Hacía suyo un interés por varias disciplinas, como la Ciencia a la que se acercó en muchas ocasiones con el objetivo de desentrañar el más mínimo misterio que enriqueciera sus obras. Era un excepcional observador y sobre todo una mente inquieta.

Si bien no estoy condicionado para glosarle, dado mi escaso contacto físico con Fernando, al leer lo que dicen de él, me percato que algo más de un año de su partida, sigue estando con nosotros. La huella de sus letras impresas, los libros que regaló, los objetos que hizo llegar a sus colaboradores, forman un legado que continúa su trayectoria. El eco de sus palabras, cual fantasma, resuena todavía entre las aulas, archivos, bibliotecas y en los dilatados paseos con los que obsequiaba a sus amigos.

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