A los casi infinitos seguidores de Fernando Alonso se les heló el corazón el último sábado del mes de abril en el circuito de Sochi. En Rusia. En Rusia hace frío, mucho frío. Es fácil que se hiele un corazón.

Era sábado y los robots de cuatro ruedas, las delicadísimas bestias mecánicas conocidas como «monoplazas de F1» se disputaban posición en la parrilla de salida para la cuarta edición del Gran Premio de Rusia. 2017. Putin y la «Momia Ecclestone» -a quien ya todos daban por acabado, quizá muerto- estaban allí.

Y sucedió. Sucedió la gran alegría para los aún más infinitos seguidores de la marca del Caballito Rampante. Ferrari clasificó primero y segundo. Primera línea completa de la parrilla de salida.

Ferrari primero y segundo. Alonso catorce o quince ¿qué más da? Dolor. Tristeza. Frustración. Y mala leche. Porque el hombre que cambió para siempre la relación de los españoles con la F1 es ante un luchador.

Y luchó. Él fue quien consiguió que Bottas ganase la carrera el día después.

Fernando Alonso fue el mejor aliado de Valteri Bottas el día que ganó la primera carrera de su vida.

Hay que ser muy inteligente y frío y/o imaginativo para comprender y ver lo que voy a contar, lo que vio la sombra del tigre y también vi yo: porque yo soy esa sombra.

Un burbon, camarero, por favor.

Había una fisura, una particularidad o anomalía el día de la clasificación en el Gran Premio de Rusia. Los neumáticos. Esa trampa o truco inventado para dar mayor emoción a las carreras.

Los neumáticos, atención, necesitaban nada menos que dos vueltas para alcanzar su rendimiento ideal. Y sobre todo necesitaban esas dos vueltas los Mercedes.

Mercedes. Los únicos que podían contener a los enemigos del Brujo Volador. Del Brujo Sin Escoba. De Fernando Alonso.

Si nada sucedía los Ferrari saldrían con mejor tracción -sus neumáticos alcanzaban la temperatura necesaria con sólo una vuelta: la de formación.

Pero había un modo. Que no hubiese una sola vuelta de formación. Que hubiese dos.

Naturalmente Fernando Alonso no lo hizo a propósito. Mi mejor sonrisa. Ni siquiera lo pensó. Mi super mejor sonrisa. No lo hizo a propósito, pero ya que su Escoba Voladora era un horror simplemente -noto, creo, sé- no le puso todo el alma a la máquina, todo el corazón. Y la máquina Honda McLaren… se paró. Al cabo el banflo Eric Boullier no iba a saber por qué. Nunca sabe por qué van mal o bien sus coches. (Que alguien lo despida, por favor).

Al dar dos vueltas de calentamiento los Mercedes tenían -¡ahora sí!- una posibilidad de ser mejores en la salida.

Y algo más: Vettel sintió aumentar sobre él la presión; empalmarse para el polvo y luego tener que dar otro vueltecita moviendo las redondas por el salón.

Uno y uno sumaron dos. Y además Bottas, ochenta grandes premios sufriendo, hermano en el dolor, sin jamás conseguir ganar una carrera, cumplió. Aprovechó perfectamente la mejora de la adherencia de su monoplaza gracias a la doble vuelta de formación. Aprovechó los nervios levemente más alterados de Vettel para adelantarlo y batirlo y derrotarlo.

Hablaron de rebufos, vientos… bah. No habría sucedido jamás sin esa doble vuelta, esa segunda vuelta forzada, de formación, provocada por el abandono de Fernando Alonso. Que se dejó ver. Ver bien. Saliendo a pie del coche a la entrada del pit-lane. Ante todas las cámaras del mundo.

Eso es lo que pasó en Sochi en 2017. En el Gran Premio de Rusia. El tipo de Asturias aún en el suelo, invisible y olvidado para casi todos, luchó. Luchó y, en lo poquísimo que aún podía, ganó.

Como cuando de niño corría una de sus primeras carreras, quedó entre el pelotón, y al terminar la prueba se bajó del kart y corrió hacia sus padres gritando «¡He ganado, he ganado!». Y era verdad. Porque sólo se lucha contra uno mismo. Y Alonso es un infinito -sin casis ya- campeón.

También en Sochi Rusia 2017 ganó. Aunque entiendo que es muy posible que sólo pudiéramos saberlo, sentirlo, él y yo. (O quizá tan sólo yo y lo más oscuro -por profundo- de su corazón).

Mi aplauso, Fernando.

Más carreras, más batallas, más lucha; por favor.

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