Faltan poco más de veinte vueltas. Puede ganar. Fernando Alonso puede ganar la carrera de las 500 Millas de Indianápolis. Ya ha liderado un montón de vueltas. ¿Puede ganar?

Se ríen los diablos. Se ríen los demonios japoneses. Y los fantasmas, que ya han reído a carcajadas esa misma mañana en el Gran Premio de Mónaco.

«Honda sí puede fiarse del motor Honda» publicaba Mundo Deportivo cinco días antes de que comenzase la carrera. ¿Puede fiarse? Y un huevo.

Honda está maldito. Los dos coches que lo montaban en Mónaco habían sufrido sendos accidentes. Y en Indianápolis, en plena carrera, también estallaron dos motores japoneses antes de que reventara el de nuestro héroe.

No hay dos sin tres. Estalla el motor de Fernando Alonso. No se puede quitar el casco. Ni el caso ni el cabreo, la mala leche, la frustración, cuando se baja del bólido naranja. Camina a paso rápido, hundido en su propia infierno, bajo la oleada de aplausos, intentando asimilarlo, creérselo.

Si se hubiese quedado en Ferrari esa misma mañana habría sumado su tercer Gran Premio de Mónaco. Y estaría liderando el campeonato mundial de pilotos con grandes posibilidades de ganarlo.

… pero no podía quedarse en Ferrari. No quería quedarse en Ferrari. El temperamento, el temperamento fuerte, tiene un precio. La impaciencia. El deseo de gobernar el mundo; o al menos la parcela del mundo que se ha elegido.

Es sencillo, carece de mérito, dar opiniones y consejos a tiempo pasado, a toro pasado como se dice en España.

Nadie podía imaginarse que Honda iba a ser un fiasco tan inmenso. Y menos aún que la maldición que parece acompañar a los motores japoneses iba a cruzar el charco, persiguiéndolo, obligándolo a abandonar, impidiéndole coronar la gesta que con tanta voluntad y esfuerzo había comenzado.

Sólo necesita unos minutos. Unos minutos sin aplausos y en silencio. A solas. A solas Fernando Alonso consigo mismo. La desilusión desdibujando los rostros de sus miles y miles de seguidores. También la sombra del tigre que este año, con el juego o pretexto del Piloto Número 21, le sigue circuito a circuito.

No importa, se dice a sí mismo. Aún hay tiempo. Tiempo, nos contamos todos a nosotros mismos. Ha conseguido muchas cosas en Indianápolis: ser el centro de su no tan pequeño universo, liderar una carrera con mano firme durante veintisiete vueltas después de casi tres años y veintisiete carreras sin sentir lo que es ir el primero.

Así que sale de nuevo ante el público. Ya sin el casco. Fernando Alonso, hombre de gran voluntad, cada vez más dueño de sus actos y sus gestos. Se baña en el mar de aplausos.

-¡Bravo, bravo, bravo!

Quizá los shirigamis japoneses ya hayan dado por terminada su maldición, pues se les ha premiado y contentado con un japonés en el primer puesto de las 500 Millas de Indianápolis. Takuma Sato, también con un motor Honda, por supuesto.

-Quiero dar las gracias a Honda -sonríe el japonés a los medios-, porque ha hecho un gran motor.

Los shirigamis japoneses dejan de golpear los tambores japoneses que representan el latido de la tierra, los taikos, con los que alimentaban su maldición. Los dioses y diablos del Japón al final de la 101 edición de las 500 Millas de Indianápolis estaban contentos.

 

Otro burbon, por favor.

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