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Feijóo va a derogar muy poco sanchismo

El líder del PP da la sensación de que piensa acabar con todas las conquistas de los últimos años, pero no podrá hacerlo sin provocar un gran estallido social

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análisis

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Ha dicho Feijóo que quiere “derogar el sanchismo”. Como coletilla o cliché de campaña, la frase tiene su cierto mérito o ingenio. Es corta, simple y remueve mucha bilis. Un clásico del manual trumpista/goebelsiano. Ahora bien, ¿qué quiere decir exactamente el gallego con “derogar el sanchismo”? El concepto es vago, inconcreto, difuso, mayormente porque el presidente del PP lo utiliza como una bayeta de cocina, en plan multiusos, o sea para todo. Sin embargo, si ustedes se fijan, no suele entrar en explicar o ahondar mucho más. Lo deja ahí, “derogar el sanchismo”, y que cada cual saque sus propias conclusiones.

Al PP no le ha ido mal con ese constructo o topicazo, que en realidad no es nada salvo un lugar común repetido hasta la saciedad por Ayuso. Si salimos a la calle a preguntar, probablemente pocos sepan darle un significado y un contenido a la afirmación. El votante de izquierdas se encogerá de hombros, harto ya de la frasecita de marras, y el de derechas no irá más allá de responder que está hasta las criadillas de Pedro Sánchez. Es decir, que la muletilla sirve como resorte para accionar el mecanismo del odio contra el presidente del Gobierno (un odio desproporcionado, fanático e irracional) y poco más.  

En realidad, el acierto del eslogan está en que sabe conjugar el verbo derogar –con un solemne componente legalista (no dice derrocar, que hubiese sonado más a golpe de Estado)– y sanchismo, que cuando es escuchado por el sector más ultra y cafetero del electorado le provoca de inmediato la urticaria. Ocurre que muchos españoles, ya sean fachas de toda la vida, desencantados de la izquierda o mediopensionistas, cuando oyen el apellido en cuestión, no ya Sánchez, sino San…, se les hincha la vena del cuello, les sube la tensión y les da el telele o parraque. Babean, se ponen a sudar, los ojos se les quedan en blanco y sufren fuertes convulsiones, como si les hubiesen metido un tripi con guindillas vía rectal. El odio es así. Un trastorno o mal de nuestro tiempo que se contagia de unos a otros, amplificado por la radio de la caverna y la prensa reaccionaria.

Pero, más allá de todo eso, volvamos a analizar qué quiere decir Feijóo con “derogar el sanchismo”. Afirmar que piensa acabar con la ley de educación socialista o ley Celaá no tiene nada de original. Llevan así toda la vida. Sus antepasados políticos ya lo hicieron durante el bienio radical-cedista en tiempos de la Segunda República porque no toleraban que la Iglesia perdiera ese jugoso monopolio. Nunca les gustó la escuela pública ni que los hijos de los obreros vayan a la universidad, así que por ahí ninguna sorpresa. Pisotearon las leyes educativas del felipismo y las de Zapatero. De modo que lo damos por descontado.

Sobre la ley de eutanasia, habrá que ver qué es lo que deroga Feijóo y lo que no. No hay nadie en este mundo que quiera morir con dolor y volver a los tiempos del martirio medieval, al cilicio y la penitencia, es pedir demasiado a los españoles. Por la muerte pasamos todos y los familiares de los pacientes podrían echársele encima por cruel, cogiéndole ojeriza como se la han cogido a Sánchez por cuestiones sanitarias que todos sabemos. Así que apostamos a que esa derogación será parcial, muy parcial. Unos cuantos retoques cosméticos sin hacer mucho ruido y a otra cosa. De cualquier forma, los cuidados paliativos seguirán estando en los hospitales como siempre.

La ley trans la deroga seguro, pero ahí no está derogando el “sanchismo”, en todo caso el pablismo o “irenismo”, ya que ese engendro legal que ha dividido a las feministas va rubricado por la ministra de Igualdad. Sobre la ley del solo sí es sí, tres cuartos de lo mismo. Es una normativa morada que ya derogó el propio Sánchez al introducir las debidas correcciones para evitar que los violadores siguieran saliendo a la calle por oleadas. Si lo que pretende es volver al Código Penal de la manada y a que los jueces terminen preguntando a las víctimas si cerraron suficientemente las piernas o llevaban una falda demasiado corta o provocativa, que lo diga ahora y las mujeres sabrán a qué atenerse. Pero sospechamos que tampoco meterá la tijera en esa tela.

En cuanto a la ley de memoria, ahí si va a haber derogación total y en una de estas, si Vox le atornilla debidamente, hasta saca la momia de Franco de Mingorrubio, y la de José Antonio de San Isidro, y las devuelve otra vez al Valle de los Caídos. En caso de llegar a la Moncloa le debería una a Abascal por hacerlo presidente y en eso el mandamás gallego tendría que transigir pese al bochorno internacional que supondría.  

Y llegamos al núcleo duro de lo que, creemos, Feijóo entiende por sanchismo: las leyes económicas y laborales. La nueva legislación que revaloriza las pensiones no le gusta nada (tampoco la renta mínima vital); las subidas del salario mínimo interprofesional tampoco; y la reforma laboral de Yolanda Díaz le provoca arcadas porque recupera derechos de los trabajadores y porque supone un paso más en la lucha contra la precaridad y el abuso. Sin embargo, cada una de esas derogaciones le costará una huelga general, conflictividad social a mansalva, malestar constante en las calles. Barricadas, cócteles molotov y piquetes. Un sindiós cuando en este país, hoy por hoy, hay paz social. Si hasta la patronal ha tragado con las medidas, cruzar ese Rubicón no tendría ningún sentido. ¿A santo de qué meterse en semejante berenjenal? Nadie puede gobernar con la ira del pueblo en contra, véase Macron. Así que mucho nos tememos que, al final, Feijóo va a derogar la reforma del delito de sedición y malversación y pare usted de contar. Total, incendiar Cataluña de vez en cuando va en el programa electoral de la derecha española. Otro procés se nos viene encima. Que calienten los piolines.

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