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Feijóo no tiene ni idea de cómo funciona una democracia 

La propuesta del líder popular de que gobierne la lista más votada va contra el espíritu de un sistema que respeta a las minorías

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análisis

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A Feijóo, que va de moderado por la vida, no le gusta Vox, pero sabe que sin el socio verde haciendo las veces de muleta del Partido Popular jamás llegará a la Moncloa. Su propuesta para que gobierne la lista más votada no es solo un intento desesperado por quitarse la chepa ultraderechista de encima (una carga insoportable) sino también un órdago a Pedro Sánchez para echarle la culpa a él si Santi Abascal llega a ser algún día ministro del Interior de un hipotético Ejecutivo de coalición PP/Vox.

Obviamente el líder gallego ha emprendido una huida hacia adelante tratando de escapar de la mucosidad verde ultra que se le ha pegado a la piel, pero sabe que su propuesta no tiene ningún recorrido. Primeramente, porque el PSOE jamás tragará con ese sistema que altera completamente el modelo electoral de este país y que adultera el sagrado principio de “una persona un voto”. Y después porque si Sánchez acepta el envite eso sería tanto como darle la espalda a sus socios de Gobierno que han estado con él, respaldándole, en los peores momentos. Muy mal tipo sería el presidente socialista si a estas alturas pactara con la derecha dando de lado a la izquierda real, con la que ha impulsado una serie de reformas históricas tanto en lo social como en lo económico.

Un régimen de libertades no es más que la consumación política de la matemática, del álgebra, de tal manera que alcanza el poder no aquel que cosecha más papeletas en las urnas para ser investido presidente, sino quien después es capaz de reunir los apoyos suficientes para llevar a cabo su programa político. Ahí está el quid de la cuestión. Imaginemos por un momento que se aprueba el plan electoral de Feijóo para que gobierne la lista más votada y el gallego gana las próximas elecciones generales. Muy bien, ya está cómodamente en la Moncloa, se ha puesto las pantuflas y ha cambiado la decoración que le parecía demasiado progre. ¿Y después qué? ¿Cómo piensa sacar adelante su panoplia de leyes reaccionarias que están fuera del espacio y del tiempo de un país como este donde sus ciudadanos ya no son los de 1978 sino que se han vuelto más plurales, más maduros y más vehementes a la hora de defender sus derechos cívicos y políticos? ¿Con qué moral va Feijóo al Parlamento a derogar conquistas históricas como el derecho al aborto, la eutanasia, la ley del “solo sí es sí”, el escudo social, la ley de memoria democrática, el ingreso mínimo vital, las subidas del salario por decreto, la reforma laboral que votó el torpe dedo de su diputado Casero, en fin, tantos avances que él, como buen hombre de derechas al servicio de los poderes fácticos más conservadores de este país solo piensa en derogar? Si solo cuenta con los nostálgicos del régimen anterior lo tendrá difícil.

Parece mentira que, a estas alturas de la película, a un hombre de la experiencia de Feijóo haya que explicarle el a,e,i,o,u de un régimen democrático. Que él llegue a presidente de la nación porque ha logrado un voto más que el adversario directo puede hacerle muy feliz como persona, ya que será la consumación de una ambición profesional hecha realidad. Pero, ¿y qué pasa después con el país? Gobernar en minoría puede llegar a ser un imposible. Exige habilidad para llegar a pactos, a acuerdos, a consensos, a transacciones con el otro en las que se cede en unas cosas y se consigue otras. Esa es la esencia misma del sistema más allá de la idea cuadriculada que tiene Feijóo, para quien la democracia se cumple cuando dos y dos suman cuatro. Pues no, señor jefe de la oposición. Una cosa es ganar unas elecciones y otra muy distinta tener capacidad real para gobernar. Muchas veces la negociación de una ley se estanca, surgen discrepancias, bloqueos, voces en contra que la rechazan. El PP se ha granjeado tantas enemistades y antipatías a lo largo de todos estos años de bulos, mentiras, bloqueos, política basura, trumpismo a calzón quitado, soberbia, rencores y prepotencia ante las minorías que se ha quedado solo. Solo y amarrado a Vox, ese otro incómodo náufrago que va en la tabla con él, a la deriva, y que aguarda el momento propicio para amotinarse.

Feijóo pontifica mucho sobre la democracia y sobre reformas imposibles que solo están en su cabeza alejada de la realidad de un país donde el bipartidismo ya no es el motor que fue antaño. El hombre nos da lecciones de democracia desde el púlpito, aunque nosotros sabemos que, como buen gallego, él es más de pulpito. Hasta Federico Jiménez Losantos le ha dejado claro a Borja Sémper que la propuesta de que gobierne la lista más votada va contra el espíritu democrático, ya que supone arrinconar a las minorías para instalar de nuevo esa monolítica y tediosa dictadura de la alternancia entre dos partidos que se reparten sus chollos, tal como ocurría en los tiempos del felipismo y del aznarismo. Aquel caudillismo con la muleta del otro se ha terminado tras la entrada en juego de los nuevos partidos emergentes.

Las elecciones se acercan y Feijóo tiene prisa por quitarse cuanto antes el lastre de Vox. Nadie va a hacerle caso, pero siempre podrá decir que si la ultraderecha entra en su futuro gobierno de coalición será por culpa de Sánchez. El problema es que llegar al poder de la mano de Vox para terminar siendo rehén de ese partido no lleva a ninguna parte más que a un desastre anunciado para el país y para el propio PP. Ni siquiera sabemos si el dirigente popular se ha parado a pensar que, de aplicarse su ocurrencia electoral, Génova perdería el poder autonómico en no pocas regiones donde gobierna con los ultras y Ciudadanos. Se lo ha dicho muy claro Íñigo Errejón: “Con su propuesta, que no se la creen ni en su partido, Ayuso no hubiese sido presidenta de la Comunidad de Madrid”. Touché.

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