Feijóo es como Casado pero en finolis

El líder del PP califica la reunión con Sánchez de cordial pero menos fructífera de lo que esperaba

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Sánchez y Feijóo en la entrevista de ayer en Moncloa.
Sánchez y Feijóo en su reunión en Moncloa

Tal como era de esperar, Feijóo se cerró en banda en su primera reunión con Sánchez en Moncloa. Poco a poco vamos viendo que el Suárez gallego ejerce de moderantista y centrado en las formas, pero a la hora de la verdad no se diferencia demasiado de aquel Pablo Casado que practicaba el “no a todo” y por sistema como gimnasia diaria.

¿Qué queda de la entrevista de ayer entre el jefe del Gobierno y el de la oposición? Más bien poco teniendo en cuenta que el país necesita reformas urgentes y que el PP no parece que esté por la labor. Feijóo, como buen gallego que sopesa con tranquilidad el siguiente paso, está reflexionando sobre la conveniencia de acercarse a Sánchez. Un exceso de pactismo le granjeará las corrosivas críticas de Vox, el partido socio en gobiernos regionales para quien todo aquel que negocie algo con el Gobierno debe ser acusado de inmediato de traidor a la patria. Así piensa esta gente cuadriculada, terca, fanatizada. Por otra parte, si se cierra en banda, Feijóo será acusado de practicar el filibusterismo trumpista y eso tampoco es bueno para él si quiere labrarse una imagen de estadista, de líder de la derecha española a la europea. Así que el sucesor de Casado se lo toma con calma mientras mira cómo el volcán español suelta llamaradas inquietantes.

Lo que deja la histórica entrevista de ayer se reduce a un forzado apretón de manos para escenificar el nuevo tiempo político, una fecha indefinida para seguir negociando la renovación del Consejo General del Poder Judicial (cuyos altos cargos llevan caducados desde hace más de tres años) y poco más. Bajando a lo concreto, ni un atisbo de acuerdo en lo económico cuando es precisamente eso, la política de las cosas del comer, lo que exigiría colaboración inmediata entre Gobierno y oposición. Por lo visto, el Decreto Ley de medidas urgentes para paliar los efectos de la guerra de Ucrania no satisface al líder del PP. Ahora bien, ¿ha dicho el dirigente popular “no” al plan de choque de Sánchez? No puede decirse que le haya dicho que no lo vaya a firmar. Tampoco le ha dicho que sí. Más bien le ha sugerido que ni sí ni que no, sino todo lo contrario, esto es, una respuesta a la gallega.

Por lo que se va filtrando desde Moncloa, todo apunta a que Feijóo ha pedido más tiempo. El problema es que los españoles disponen de todo menos de tiempo. Los españoles tienen un facturón de la luz como una lápida sobre sus vidas. Los españoles tienen la gasolina por las nubes y ya van al trabajo en bicicleta, en patinete eléctrico o con el coche de San Fernando (un rato a pie y otro caminando). Los españoles van al supermercado a comprar comida y no les llega para una dieta saludable y completa, de modo que ya empiezan a quitarse alimentos de la boca porque no pueden pagarlos. El tiempo de la abundancia ha pasado, se impone la escasez, el racionamiento y la sopa boba con la suela del zapato, en plan Chaplin.  

Que Feijóo le pida unos días a Sánchez para pensárselo, con la que está cayendo, no deja de ser un sarcasmo y solo puede interpretarse de una manera: quiere ganar tiempo. Sabe que dejando que el Gobierno se cueza en el caldo del malestar popular llegará un momento que caiga como una fruta madura. Lo malo es que esa táctica, que no se diferencia demasiado de aquel “dejar que todo se pudra” de Mariano Rajoy, tiene poco de comportamiento de gran hombre de Estado (al menos de ese palo va el recién elegido mandamás popular y ese es el nardo que se tira en sus discursos para la historia).

Visto lo visto, el PP feijoísta es lo de siempre, más de lo mismo: un partido que espera que España se hunda para que ellos entren al rescate en un extraño complejo autodestructivo. En definitiva, se trata de un asedio al Gobierno por otros medios. Al menos Casado iba a pecho descubierto, de cara, diciendo lo que pensaba en cada momento, aunque fuesen burradas mayúsculas. De Feijóo no se puede saber qué está pasando por su cabeza, es un silencioso maquiavélico e introvertido, aunque todo apunta a que pretende rendir al presidente del Gobierno por puro aburrimiento, por silencio administrativo, o sea sin hacerle daño y sin decirle crudamente que no tiene nada que pactar con traidores a España (como invocaba el bruto de su antecesor).

Feijóo va a liquidar a Sánchez sibilinamente, poniéndole el polonio de su indiferencia, apatía, dejadez o pachorra en los cafés eternos e inútiles de Moncloa, como un Putin de la vida. O sea, dándole largas, diciéndole aquello tan castizo de “ya hablaremos” o “vuelva usted mañana”. Feijóo es el Larra de la política española que quiere suicidar al presidente del Gobierno aplazando sine die su decisión sin aclarar si piensa arrimar el hombro para salvar a la patria o escaquearse como hacía Casado. De momento, Sánchez le ha planteado un paquete con 11 medidas de urgencia para reflotar el país y sacarlo de la crisis institucional y económica en la que se encuentra. Pero no ha habido respuesta de su interlocutor. El jefe del Ejecutivo ha salido de la reunión como quien sale de un banco después de que le denieguen un préstamo trascendental, es decir, con cara de póker y “con más incógnitas que certezas”. Ha apremiado a Feijóo, le ha dicho que España tiene prisa, que el estómago de la gente no puede esperar más, pero el gallego ha contestado que “necesita más tiempo”, que “tiene que mirarlo”, estudiarlo, darle una vuelta, no sé.

¿Pero qué más necesita saber el presidente del Partido Popular para comprometerse a fondo con el Gobierno en la misión de sacar al país de su peor encrucijada en los últimos 40 años de democracia? Feijóo se enroca en el mantra de la bajada de impuestos como Casado se empecinaba en que Europa retirara los 140.000 millones de euros en ayudas y subvenciones a nuestro país. Uno y otro parecen diferentes, pero por dentro están hechos de la misma pasta.

Al término de la reunión, ya en los jardines de Moncloa, el jefe de la oposición fue críptico: “Reunión cordial, pero mucho menos fructífera de lo que me hubiese gustado”. Luego se metió en el coche, saludó y hasta otra. España puede esperar a que él sea presidente.        

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